Quienes somos aficionados a los toros parecemos condenados al pesimismo. Basta con echar un vistazo a Twitter durante o después de una corrida: las críticas abundan y da la impresión de que todo tiempo pasado siempre fue mejor. Como sentenció Pepe-Hillo en su Tauromaquia: "La indiscreta e inmoderada conducta que el pueblo observa en las funciones de toros, influye conocidamente en el poco acierto de los toreros, contra los cuales dirigen sus obscenas y torpes palabras".
Savater dice que "el público taurino está, por su propia esencia y condición, casi diríamos que obligado a la frustración". El filósofo asevera que añoramos la Faena eterna, aquella que nos volvió aficionados. Ninguna actual está –o estará– al nivel de Aquella que recordamos con nostalgia.
En una charla reciente, después de una de las decepcionantes tardes de la Plaza México en la que mis contertulios presagiaban el fin de la fiesta, alguien dijo en tono esperanzador: "¡Aún nos quedan los libros!"
Porque incluso en las épocas más inciertas, los libros han sido guardianes de ideas, emociones y conocimientos. Irene Vallejo, en "El infinito en un junco", nos recuerda que siempre hubo quienes, frente a la adversidad, salvaron los libros y con ellos las ideas que definen nuestra humanidad. En este contexto, la tauromaquia halla refugio tanto en el ruedo como en las bibliotecas y en quienes las protegen.
Amamos los libros porque ellos nos salvan. Los libros son cobijo de memoria e imaginación, uniendo épocas y civilizaciones
Para Irene Vallejo, la Biblioteca de Alejandría simboliza la ambición de preservar el conocimiento frente a los límites del poder y el tiempo. Aunque su destrucción recuerda la fragilidad del saber, también nos enseña que incluso en las peores épocas, los libros se convirtieron en símbolos de la capacidad humana para superar la censura y el olvido.
Una comunidad encarna esta resistencia cultural: los Bibliófilos Taurinos de México. Desde hace cuatro décadas, sus miembros se reúnen semanalmente para compartir libros y reflexiones sobre la fiesta brava. Más que simples coleccionistas, los bibliófilos son guardianes del tiempo, conscientes de que cada libro taurino es un fragmento de eternidad y un nexo con nuestras raíces. En ellos, lo efímero del ruedo encuentra su contraparte: la permanencia de las ideas.
Un bibliófilo es mucho más que un amante de los libros en el sentido literal. Es una figura que encarna una relación profunda y casi trascendental con el conocimiento, la belleza y el tiempo. Porque la bibliofilia implica una búsqueda insaciable de sabiduría y significados.
A principios de 2024, tuve el privilegio de ser admitido como aspirante a los Bibliófilos Taurinos de México. He podido descubrir una cofradía de amantes de lo bueno y lo verdadero. Para ellos, los libros taurinos son portales hacia nuevos mundos y reflexiones que profundizan su comprensión de la existencia.
Para estos tertulianos, cuidar de los libros es también salvaguardar el legado de la humanidad. El bibliófilo convierte los libros en extensiones de su identidad y en reflejos de sus inquietudes más profundas. Carlos Lorenzo Hinzpeter, poseedor de 2 mil 553 títulos taurinos y otros mil de diversas temáticas, me contó que dedica períodos diarios a la lectura disciplinada, una rutina que ha cultivado durante décadas.
En él, quien esta semana celebró 59 años de matrimonio, se refleja una conexión entre lo material y lo espiritual, y entre el pasado y el presente. Su dedicación a los libros demuestra cómo estos no solo trascienden el tiempo, sino que también le dan continuidad y sentido a la vida. Igual que en sus compañeros, encontramos una afirmación de la curiosidad humana, del deseo de preservar conocimiento y belleza, y de la necesidad de construir una guarida frente al ruido del mundo.
En una época dominada por la inmediatez de la tecnología, el consumo fugaz de información, la superficialidad del pensamiento contemporáneo y la agresividad de la cultura de la cancelación, los bibliófilos taurinos pueden interpretarse como resistentes culturales. Al atesorar libros, desafían la desmaterialización del saber y protegen un legado en peligro. Frente a la censura y el pensamiento único, los Bibliófilos Taurinos de México preservan la tauromaquia y sus valores esenciales. Los libros taurinos no son solo objetos, sino testigos de una heredad que se enfrenta a los embates de la incomprensión.
Si los taurinos estamos, como decía Savater, obligados a la frustración por nuestra propia esencia, los bibliófilos taurinos representan la posibilidad de trascender ese pesimismo. Mientras la faena perfecta nunca se repite, los libros rescatan lo que, de otro modo, se perdería: la memoria, la belleza y los valores que definen nuestra existencia. En su labor, no solo combaten el olvido; nos muestran que hay esperanza. Porque al final, lo efímero solo trasciende cuando alguien lo convierte en eterno.