En la historia, solo cinco toreros americanos han encabezado las estadísticas anuales de corridas lidiadas en Europa. Los mexicanos: Fermín Espinosa "Armillita", con 64 en 1935, y Carlos Arruza, con 108 en 1945; y los hermanos venezolanos César y Curro Girón por partida doble cada uno. El primero con 54 en 1954,y con 68 en 1956, y el segundo con 81 en 1959 y con 74 en 1961, respectivamente.
El quinto es el peruano Andrés Roca Rey, quien ya había punteado el año 2018 con 54 corridas y ahora de nuevo el 2024 con 70. Abriendo 40 veces la puerta grande, cortando 129 orejas y dos rabos, monopolizando la atención del público y las empresas, agotando la boletería y empinando el raiting de televisión por donde pasó.
Ha sido así mismo la suya una temporada endurecida por el selectivo rigor de algunas presidencias, la incomprensión de buena parte de la crónica, los melindres del estilismo, y el odio de una minoría reventadora en Las Ventas, (la primera del mundo, la que da y quita), que lo ha tomado como "objetivo militar".
Allí mismo donde la concluyó el 6 de octubre, una vez más con lleno total, en medio de un turbión de pasiones. Firmándola con sangre, al estoquear y cortar una oreja del exigente cinqueño "Soplón", de Fuente Ymbro, que le había inferido dos cornadas, de 15 centímetros cada una. Despreciando las ayudas y yendo por sus propios pies hasta la enfermería para ser operado.
Y luego, cómo para subrayar el impacto en la cultura (más allá de los ruedos), de su bizarro año torero, la película "Tardes de soledad" que protagonizó, fue premiada con la Concha de Oro en el prestigioso Festival de cine de San Sebastián.
Tampoco se puede negar sin caer en ridículo su contribución al resurgir actual de la Fiesta por allá. Paradójicamente, mientras por acá, en su continente, esta se bate a brazo partido contra el asedio político. Sí, es trascendente para Hispanoamérica que así un quinto torero suyo haya tomado este liderazgo y más en estos momentos aciagos. Pero no puedo olvidar ahora que pudo haber al menos uno más en ese histórico cuadro de honor.
El colombiano César Rincón, digo. Cuando en 1992 se le abrían todos los caminos para ello. Recuerdo qué promediando esa triunfal temporada, la noche del 3 de agosto, antes de la rueda de prensa que el bogotano brindaba tras su Puerta Grande en El Puerto de Santamaría, le hice notar a su apoderado Luis Álvarez, que ese honor estaba al alcance de la mano. La respuesta cortante fue:
"Mi torero jamás encabezará las estadísticas porque para eso debería pisar plazas que nunca debe pisar". En el corrillo, un periodista de una fuerte cadena radial colombiana celebró con melifluo alborozo la pachotada. Bueno, César acabó segundo ese año a unas respetables 18 corridas del juvenil Enrique Ponce, por no pisar esas plazas, y ya nunca, como Joselito, Belmonte, Manolete y otras figuras de época encabezaría las estadísticas. Solo le faltó eso.