Hoy se cumplen 40 años de la muerte de Francisco Rivera "Paquirri". La noticia de la cornada sufrida en la plaza de Pozoblanco, y su consiguiente fallecimiento camino de Córdoba, impactaron al planeta de los toros. Las dramáticas imágenes de la enfermería aún retumban en la memoria de quienes las vimos esa noche en "24 Horas", con el rostro de Jacobo Zabludovsky de por medio, más serio que nunca.
Aunque el torero de Zahara de los Atunes no llegó a ser un consentido del público azteca, aquí tuvo triunfos memorables en distintas plazas de importancia. Uno de ellos fue en Guadalajara, en la desaparecida plaza "Nuevo Progreso", donde el 28 de febrero de 1971 sostuvo un interesante mano a mano con Manolo Martínez, que, a esas alturas de su carrera, y con cinco años de alternativa a cuestas, era considerado como uno de los gallos más bravos de la nueva baraja mexicana, porque venía empujando con fuerza y tenía los espolones bien afilados.
De hecho, Manolo ya había compartido carteles con Paquirri, no sólo en México sino también en España, en aquellas dos temporadas consecutivas que toreó bajo el apodo de "El mexicano de oro", en los años de 1969 y 1970, en que fue duramente castigado por los toros y desmoralizado por las intrigas de despacho.
Una estocada "piramidal, inolvidable"
Paquirri confirmó en La México el 29 de noviembre de 1970, de manos de Raúl Contreras "Finito", y el propio Manolo como testigo, con el toro "Caporal" de José Julián Llaguno, al que le cuajó una gran faena que no tuvo el remate de la espada. Fue tal el impactó que causó en la gente, que lo llamaron a dar tres vueltas al ruedo. Y esa euforia se mantuvo hasta la lidia del sexto, de nombre "Alfarero" –que brindó al gitano Joaquín Rodríguez "Cagancho"– , al que le recetó una estocada recibiendo que fue "piramidal, inolvidable", en palabras del exigente crítico Daniel Medina de la Serna.
Regresó al coso de Insurgentes el 10 de enero de 1971 para ratificar su triunfo anterior, ya que, por mera casualidad, en esta ocasión se topó con otro "Caporal", éste del hierro de Mariano Ramírez, al que le cortó dos orejas en una corrida donde compartió cartel con Manolo Espinosa y Curro Rivera que, curiosamente, no sólo fue su contemporáneo, sino su tocayo de nombre y apellido.
Su paso por la plaza capitalina tuvo un nuevo triunfo el 7 de febrero siguiente, ya que le cortó una oreja a "Guadalupano" de Cerro Viejo, y cerró su primera incursión en este coso en la corrida del Estoque de Oro, celebrada el 24 de febrero, fecha en la que se fue de vacío tras lidiar a "Jacarandoso", de San Miguel de Mimiahuapam, en concurso de seis espadas, entre los que también se encontraba Manolo Martínez.
Resulta significativo observar que, habiendo tenido Paquirri un éxito sostenido en esta primera temporada en La México, a la campaña siguiente, la de 1971-72, no tuvo la misma suerte en los ocho toros que estoqueó: José Julián Llaguno (28 de noviembre); Reyes Huerta (12 de diciembre); Jesús Cabrera (19 de diciembre, tarde en la que Eloy Cavazos se entretuvo cortando cuatro orejas y un rabo), y Mariano Ramírez (2 de enero de 1972), respectivamente, y solamente cosechó una solitaria oreja de "Girasol", de Chucho Cabrera.
De cualquier manera, el paso de Paquirri por la Plaza México se saldó con un total de ocho paseíllos y un balance de seis orejas, cifra nada despreciable de un torero que no volvió a pisar esta plaza a lo largo de su carrera, que llegó a su fin aquel fatídico 26 de septiembre de 1984 en Pozoblanco.
El mano a mano tapatío
Pero la corrida que pretende desvelar este artículo fue la de Guadalajara, el mano a mano con Manolo Martínez, celebrada el 28 de febrero de 1971 con los toros de San Mateo, ganadería cuya mitad por entonces ya pertenecía al magnífico empresario de la perla tapatía, don Ignacio García Aceves, que en 1965 se había asociado con Antonio Llaguno García.
La crónica firmada por Latiguillo en las páginas del Informador, daba cuenta de "un extraordinario encierro que colaboró –también al máximo– para que Manolo cortara una oreja, y Paquirri cuatro de esos mismos apéndices más dos rabos saliendo inclusive en hombros por la puerta grande", ante una plaza que lucía abarrotada de un público que no quería perderse esta interesantísima confrontación entre dos toreros de estilos y conceptos del toreo opuestos.
A Manolo le echó mano el que abrió plaza, de nombre "Alfarito", y quizá eso minó un tanto su ánimo, pues terminó la faena de un "criminal bajonazo" –escribe Latiguillo– que, sin embargo, le valió el corte de una oreja, la única que cortó en esta corrida.
En su segundo "se vio desganado y hasta bajo de condición física, ya que en dos o tres ocasiones se le doblaron las rodillas sin causa justificada", afirma Latiguillo en su relato, y se retiró entre pitos. Y para colmo de males, en el quinto se le tiró un espontáneo que dio "un par de magníficos naturales", y la faena de Manolo quedó en "aproximaciones, ya que corrió la mano en muy pocos buenos muletazos", retirándose entre divisiones, con más pitos que palmas.
Paquirri, torero de multitudes
Aunque Latiguillo afirma en su crónica que "como viejos taurinos no estuvimos de acuerdo con el exceso de trofeos concedidos a Paquirri en su primero", y quizá la espectacular estocada recibiendo influyó grandemente en el ánimo del público y del juez de plaza para que le concedieran los máximos trofeos de "Greñudo".
Al segundo lo mató con eficacia y al sexto de la tarde sí que le tumbó el rabo con todos los merecimientos, según explica Latiguillo, ya que "realizó extraordinaria faena en la que destacaron los derechazos, los naturales, los rodillazos (sic), y los desplantes, para terminar con la vida del también extraordinario animal de una superior estocada recibiendo, que hizo innecesarios los servicios del puntillero".
La valoración de Paco Madrazo en su libro "Agotado el boletaje", resume muy bien el quehacer de Paquirri: "Diestro con mucho carisma, grandes facultades, espectacular rehiletero –más no puro–, excelente muletero y certero estoqueador fue mi tocayo, un torero de muy alto bordo. Y aquélla tarde en la perla tapatía lo demostró en pleno. Al final del festejo la gente, loca de gusto, se lo llevó a hombros por las calles", en una estampa añeja, casi olvidada en nuestros días, la de un torero de multitudes, como lo fue el yerno del maestro Antonio Ordóñez.
A manera de remate a esta breve y singular evocación de Paquirri el 40 aniversario de su muerte, habría que añadir que fue un torero de una profunda vocación, y un torero dueño de una raza impresionante, atributos que aportaron a su tauromaquia un sello muy especial, en una época donde abundaban los buenos toreros en ambas orillas del Atlántico.