...Qué dirían a todas estas los ahora negados héroes del siglo XIX...
Hoy en día no dan abasto las páginas taurinas para colgar titulares ditirámbicos y fotos de toreros a hombros. Tantos al tiempo y a diario qué cualquier desprevenido lector se ve obligado a preguntar ¿Será verdad tanta belleza? ¿Vemos lo que vemos?
–Sí –contestarían a coro muchos–. Porque hoy se torea mejor que nunca.
–Y además a un toro más grande y bravo que nunca –resonancias literales de los doctos formadores de opinión.
Paradójicamente, no topa uno menciones a la imponencia y fiereza como sustento de dicha supremacía del toro actual, ni como aval a tantas gestas apoteósicas. Más frecuentes resultan las alusiones a su noble invalidez agónica que obliga milagros de los maestros. Fue un ¡Levántate y anda! y ¡lo mantuvo de pie! Agregan.
O cuando por "a" o por "b" no se da el triunfo coletudo, que ya son las menos de las veces, (torero que no repite aúpa día tras día, no está en nada), entonces ahí sí los encabezados van para los toros. Por norma inculpatorios, y con tal profusión de oprobios que harían sonrojar a don Francisco de Quevedo y Villegas.
–¡Un petardo! Se cargaron la tarde, feos, destartalados, jurásicos, moruchos, asesinos, marrajos, infumables, alimañas, inútiles, carne de matadero… ¿Seguro no son antitaurinos feroces quienes infaman así al rey de la Fiesta?
Porqué hoy siempre los palos al pobre mejor toro de todos los tiempos. Y surge la eterna pregunta ¿El toreo para qué es? ¿No es para lidiar y matar honorablemente al toro, en cualquiera de las versiones naturales que salga, como rezan los cánones, la tradición y las escrituras del culto?
¿O sólo es para divertir al personal recreando vistosas coreografías con los que se dejan, y con los que no se dejan, salir del paso lo más rápido posible sin importar cómo?
¡Un bajonazo! ¡Un bajonazo! Se oye a veces, implorar desde autorizados micrófonos, cuando la figura de turno, incapaz de oficiar decorosamente la suerte suprema del rito, se ve acosada por los avisos que le harán perderse la consabida Puerta Grande. ¡Imagínense, perderse la Puerta Grande!
Y lo dicen sin parar mientes en que, por un centenar de países, los oye una multitud respetable de adultos crédulos y niños que sueñan con llegar a ser toreros o, al menos, decentes aficionados.
En fin, en esta era del mejor toro y el mejor toreo de la historia, pareciera que para los más boquisabrosos de la historia, lo fundamental fuera no aburrir la clientela. Vamos a los bajos y que siga la mejor Fiesta de la historia.
Qué dirían a todas estas los ahora negados héroes del siglo XIX para atrás, que escribieron con su sangre la gloriosa leyenda del toreo y que nunca fueron sacados a hombros. Bueno, es que tampoco lo hubiesen permitido, imagino.