Para celebrar veintiocho años de casado, fuimos un par de días a la playa. Nos tocó presenciar la liberación de tortugas marinas. Eran trece tortuguitas de la especie golfina, cuyo nombre científico es del de Lepidochelysolivacea).
Median menos de cinco centímetros y pesaban unos 16 gramos. El biólogo acomodó a los turistas en una posición estratégica para que pudiéramos observar, pero al mismo tiempo ahuyentar a garzas, pelícanos y otras aves, que también acechaban.
Colocó a las tortugas en la arena a un par de metros de donde iniciaban las olas del mar. Ahí también había cangrejos que las asumían como cena. Caminaban con la dificultad de ser recién nacidas. El recorrido de la playa al mar duró unos quince minutos.
Mientras observaba el espectáculo, pensaba en su lucha por sobrevivir. En el trayecto al mar, son una presa fácil para cualquier depredador, y sin protección, solo unas pocas logran alcanzar el agua. Ahí inicia su frenesí natatorio. Forman flotillas para alcanzar las olas y huir de peces, moluscos y otros invertebrados que también están a la caza. Por la madrugada, los cuervos se dan un festín con las tortugas rezagadas.
Se estima que una de cada mil llega a edad adulta. El biólogo nos pedía que les deseáramos suerte. Iniciaban, como dice Benedetti, el viaje sutil e inexorable hacia la muerte. Y es que eso es la vida: una marcha por sobrevivir.
Los urbanitas que vivimos llenos de comodidades, guarecidos de las amenazas de la naturaleza, no pensamos que, durante millones de años, la vida del ser humano era una travesía por subsistir a las peligros del medio ambiente. Distintos tipos de bestias, además de tormentas, terremotos y otras fuerzas naturales eran los devastadores del hombre.
Somos frágiles, aunque nos creamos muy fuertes. Cada año en las últimas dos décadas, han tenido lugar entre unas 700 y mil catástrofes naturales. Las fuerzas de la naturaleza no distinguen entre seres vivos. Como en el tsunami que tuvo lugar tras el terremoto de Sumatra-Andamán en 2004 se estima que perdieron la vida unas 222 mil personas. El terremoto de Haití de enero de 2010 se llevó la vida de 159 mil. Depredadores salvajes como cocodrilos, hipopótamos, leones, lobos y tiburones, matan al año a cerca de dos mil personas.
Ante las fuerzas de la naturaleza, a diferencia de las tortugas, los seres humanos hemos usado nuestra inteligencia para crear herramientas y desarrollar ciencia. Esta búsqueda nos permite superar nuestra fragilidad. Sin embargo, también oramos, reconociendo nuestra debilidad y la indefensión en la que a menudo nos encontramos, suplicando a Dios consuelo y confianza. También hemos creado ritos y liturgias que nos permitan aproximarnos a los misterios que determinan nuestro destino.
Algunas de estas ceremonias utilizan la estética para alejarnos de la cotidianidad y transportarnos a una dimensión espiritual.
Un rito antiguo que se mantiene en la actualidad es el del sacrificio de un toro bravo. Se ofrece la vida de un animal que el ser humano admira para redimir al que lo sacrifica. Es un acto de entrega, en el que se ofrece algo valioso —la vida del toro— con la esperanza de obtener favor divino o trascender lo mundano. Octavio Paz lo explica diciendo que "la vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida".
Mientras observaba la lucha de las tortuguitas por sobrevivir, pensé en cómo, en otro contexto, el toro bravo también afronta una batalla final. Aunque en circunstancias distintas, ambos seres se ven obligados a desafiar su destino. Las corridas de toros nos recuerdan esa realidad inevitable: la cercanía de la muerte. Nos hacen sentir vivos. El torero se enfrenta a un animal indómito, fuerte y bello, al que admiramos y tememos.
El toro, al luchar hasta la muerte, da sentido a su propia existencia, pues su sacrificio permite la continuidad de su especie. En otras palabras, entrega su vida para que los toros de lidia sigan existiendo. El torero también combate en el ruedo, pero lo hace con un propósito más profundo. El sacrificio ritual le otorga un sentido trascendente.