El lanzamiento del ChatGPT en noviembre del 2022 representó un parteaguas para la relación de las computadoras con los seres humanos. El ChatGPT crea texto, audio, imágenes, video y código a través de un transformador preentrenado. Con esta aplicación OpenIA puso al alcance de todos la inteligencia artificial generativa (IAG).
Esta rápida evolución ha generado preocupaciones, incluso entre expertos en el campo. Avital Balwit, directora general de Anthropic, una empresa de IA formadas por extrabajadores de OpenIA, declaró: "Tengo 25 años. Estos próximos tres años podrían ser los últimos que trabaje. No estoy enferma, ni me estoy convirtiendo en una madre que se quede en casa, ni he sido tan afortunada financieramente como para estar al borde de la jubilación voluntaria. Me encuentro al borde de un desarrollo tecnológico que parece probable, si llega, que ponga fin al empleo tal como lo conocemos".
Este tipo de visiones catastrofistas, no solo afecta la percepción del empleo, sino también de diversas áreas creativas. Una de las áreas más amenazadas por la IAG es el arte. Con modelos de aprendizaje automático como DALL-E, Stable Diffusion y Midjourney, hemos visto a la IAG puede producir de todo, desde imágenes extrañas y curiosas, hasta retratos y pinturas abstractas que pudieran ser creaciones de los más importantes pintores de todos los tiempos. Y así, también se puede producir poesía, novela, teatro y casi cualquier otra obra de arte que antes solo aquellos tocados con la varita mágica de los duendes hubiera podido crear.
Para aquellos que aún son escépticos sobre el impacto de la IAG en el arte, los invito a revisar el trabajo de Claire Silver, quien se describe como "artista colaborativa de inteligencia artificial". Trabaja con máquinas para producir arte. Sus obras son una mezcla de pinturas maestras y piezas digitales. Se inspira en artistas famosos como John Singer Sargent, Evelyn De Morgan y Gustav Klimt, para crear piezas fantásticas.
Sin embargo, la cuestión de si estas obras poseen la misma profundidad y autenticidad que las creadas por humanos. Los involucrados en el arte se han dividido en dos escuelas del pensamiento. Hay pesimistas que creen que la IA representa una gran amenaza para la creatividad humana y que pronto la sustituirá por completo; y están los optimistas que lo ven como una extensión de la creatividad humana. En cualquier caso, el arte será transformado por la inteligencia artificial.
Ante esta aceleración de lo digital en el arte, hay los que todavía sueñan con un mundo "real", humano, opuesto o, al menos, anterior a lo virtual. Esta corriente de pensamiento defiende que la cultura digital y la IAG está banalizando las obras de arte. Los bits están sustituyendo el proceso comunicativo intrínseco de mensajes emocionales y sentimientos que representaba el arte. La tecnología provoca ahora las sensaciones y las cadenas de bloque definen lo que es auténtico.
Para ellos, por fortuna, aún existe la tauromaquia. Ya que si hay algo que difícilmente sustituirá la inteligencia artificial es lo que sucede delante de un toro bravo.
Una corrida de toros es lo opuesto a lo virtual. Ahí todo es de verdad: los olores, la sangre, la muerte son reales, y por eso provocan sensaciones profundas, que marcan, que trascienden. Quizá por ello el relativismo cultural de la era digital discrimina a la tauromaquia.
Aún no puedo imaginarme una serie de verónicas, como las de Juan Ortega, producidas por IAG. La tauromaquia, entonces, se convierte en un refugio. En una corriente que va en contra de los modos de vida y de la cultura que se está volviendo dominante en el nuevo mundo. Por eso Rubén Amón dice que los toros son una contracultura.
Se le atribuye al periodista británico-estadounidense Sydney J Harris la frase "El verdadero peligro no es que las computadoras empiecen a pensar como los hombres, sino que los hombres empiecen a pensar como las computadoras". Esta cita es una especie de profecía autocumplida. La creciente dependencia de la tecnología ha hecho que los seres humanos adopten modos de pensamiento más mecánicos, automatizados, carentes de intuición y, por lo tanto, menos humanos.
La tauromaquia es el regreso a la realidad y a la humanidad. Presenta a la muerte, un fenómeno –que, aunque la sociedad infantilizada quiera ocultar– todo humano tendrá que experimentar. En las corridas de toros, lejos de humanizar al animal, se mitifica. Por eso los toros son una rebeldía, una provocación, un atentado contra la frivolidad de la cultura digital.
Esa es la razón que en España en este 2024 asisten más jóvenes que nunca a los espectáculos taurinos. Estos chavales que llenan las plazas para ver a Roca Rey, están en búsqueda de la verdad, de sensaciones reales que la inteligencia artificial no puede proporcionarles.
No podemos detener al mundo, ni frenar los avances tecnológicos. De hecho, mi recomendación es aprender a usar la IAG e incorporarla en nuestra vida cotidiana. Pero al mismo tiempo, recordar que somos humanos. Los humanos podemos hacer lo que es imposible para estas nuevas especies digitales. Nosotros podemos ir a los toros a emocionarnos y a sentir: A sentirnos seres humanos.