Banners
Banners
Banners

La última tarde de Antoñete en Madrid

Lunes, 24 Jun 2024    CDMX    Jorge Raúl Nacif | Foto: elmundo.es     
Aquel 24 de junio de 1998 en Las Ventas, cuando cumplió 66 años
Antoñete pisó por última vez el ruedo de Las Ventas de Madrid el día de su cumpleaños 66. Aquel 24 de junio de 1998, el maestro Chenel reverdeció lauros y le regaló a la afición madrileña un compendio de lo que es, en esencia, el torero eterno... el de toda la vida, con el que abrió de manera postrera la puerta grande.

Si bien es cierto no se trató de una corrida formal, sino de un evento especial especia gratuito en el que fueron lidiados dos toros de armoniosas hechuras, el veterano diestro vistió de luces y lo hizo, faltaba más, de aquella tan suya tonalidad malva que, al paso de los años, empezó a denominarse "chenel y oro".

Aunque le cortó las dos orejas a su primero y una al segundo, los trofeos son lo de menos y pasaron a un muy segundo término. Lo verdaderamente trascendente de aquel día fue ver a un hombre que desgranó sensibilidad y hondura, un torero que puso de manifiesto, como si de su testamento se tratara, aquel concepto del toreo íntimamente puro. 

A pesar de sus mermadas facultades debido a su edad y sus limitaciones físicas, Antoñete hizo del toreo por nota. Siempre con la "pata pa´lante", puso el alma en cada suerte delante del toro, respetando litúrgicamente los cánones más profundos de lo que significa ser torero. Esto es, palabras más o palabras menos, torería. 

Y aunque este concepto es muy repetido en nuestros días, lo indiscriminado de su uso precisa "echarle un ojo" a lo que el maestro Chenel puso de manifiesto aquella tarde en la que Madrid vibró, por última vez, con el arte de su torero y la pureza de los recursos empleados para emocionarse y emocionar.

Para muestra, lo que escribió el reconocido cronista Joaquín Vidal en la edición de aquel día en el diario El País:

"Volvió Antoñete igual que se fue: hecho un torero. Así se presentan en Madrid los toreros buenos. Venía a homenajear a la afición o quizá era al revés. Daba igual: había allí una comunión de conceptos y de sensibilidades sobre el toreo, su liturgia y su fundamento. Y Antoñete los ofició con la hondura y la sencillez que demanda el arte. Desde que hizo el paseíllo hasta que lo sacaron por la puerta grande cuanto hizo iba desbordante de torería. Torería en la seriedad del gesto, en las formas, en el mando en plaza. Nada para la galería; todo para el rito del toreo".

Las Ventas de Madrid siempre fue la plaza de Antonio Chenel "Antoñete", y más aún, su casa. Así quedó para los restos en aquella placa colocada en el patio de arrastre del coso de la Calle de Alcalá: "Esta fue su plaza, esta es su casa".


Comparte la noticia