Siempre he sido escéptico a los días conmemorativos. Me cuesta trabajo entender que haya un día para celebrar a la secretaria, al médico, al contador, al abogado… Me suenan más como instrumentos mercadológicos para vender algo que como ocasiones para reconocer a alguien. No festejo ni las más populares, como el Día del Padre. Las redes sociales se llenan de cursiladas, lugares comunes, frases y rimas que, lejos de reflejar cariño, demuestran la falta de creatividad y la banalidad de la sociedad actual.
Así que, cuando la Fundación Toro de Lidia decidió constituir el "Día Internacional de la Tauromaquia", me pareció ridículo. El presidente de la organización, Victorino Martín, justificó la decisión diciendo que, si otras expresiones culturales como el teatro, la música, el libro, tenían un día especial, la tauromaquia se lo merecía. Era como si dijera que, si otros hacen ridiculeces, nosotros también podíamos hacerlo.
En México, donde nos hemos acostumbrado a copiar lo que hacen en España –y no necesariamente las mejores prácticas–, se quiere conmemorar el Día Nacional de la Tauromaquia.
A diferencia de otras celebraciones, la fecha fue muy bien seleccionada: 24 de junio, día de San Juan Bautista. Salvador García Bolio propuso esta fecha porque conmemora la primera corrida de toros en lo que hoy llamamos México.
Sin embargo, esta fecha no está exenta de polémica. Nicolás Rangel, en "Historia del Toreo en México", sostiene que la primera corrida se verificó el 13 de agosto de 1529. Transcribe íntegro el mandamiento que se instituyó para honrar la fiesta de San Hipólito corriendo toros. El propio Rangel da cuenta que en muy pocas ocasiones fue interrumpida la celebración hasta consumada la independencia.
Pepe Alameda defendió a Rangel y criticó duramente a quienes proponían otra fecha. "Si antes de 1529 hubo algún festejo taurino, sería informal", afirmaba en su columna "Signos y Contrastes" que se publicaba en el Heraldo de México.
Es probable que ni Rangel ni el maestro Alameda supieran que fue Hernán Cortés quien relató, en la Quinta carta-relación al rey Carlos V, que con motivo de las fiestas del día de San Juan, se corrieron toros en México en 1526, hace 498 años. Lo interesante es que también, en lo que después sería el virreinato de Nueva Granada (integrado por lo que hoy son Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), se corrieron toros por primera vez un día de San Juan, pero de 1532.
Desde esa fecha, en los virreinatos se celebraron festividades religiosas con corridas de toros. Esto hizo que la tauromaquia se volviera parte vital de la vida social y cultural.
En España, hay documentos que señalan que, al menos desde 1576, se celebran festejos taurinos para evocar la festividad de San Juan. En la actualidad, son famosas las conmemoraciones taurinas en Alicante, conocidas como las Hogueras de San Juan. También se celebran en Badajoz, León, Zamora y Haro (en La Rioja), donde se recuerda la batalla del vino con una corrida de toros. Por supuesto, Soria (Castilla y León) y Coria (Extremadura) también celebran encierros, festejos populares y corridas de toros cada 24 de junio.
Con esto se demuestra que la tauromaquia está íntimamente ligada al catolicismo popular y se afianza en los valores tradicionales que han constituido la base de las sociedades hispanoamericanas. El toro simboliza cualidades masculinas y potencias animales necesarias para asegurar la fertilidad. Esta alegoría se mezcla con las virtudes heroicas que representa el torero. Bajo el patrocinio de la Virgen o de santos como San Juan Bautista, se le otorga un sentido profundo a una corrida de toros.
Al constituir el 24 de junio como el Día Hispanoamericano de la Tauromaquia, podemos recordar a la sociedad que, desde hace casi cinco siglos, compartimos principios que dan sentido a nuestra esencia mestiza. Aunque no me gusten estas celebraciones, doy la bienvenida al día de San Juan como el día de la tauromaquia.