Cincuenta años han transcurrido desde aquel 28 de mayo de 1974 en el que, por vez primera, Rafael de Paula partió plaza como matador de toros en la catedral del toreo, la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, tarde en la que quedó sellada una muy anhelada confirmación.
Y es que tuvo que pasar un largo trecho para que el gitano del Barrio de Santiago fuera acartelado en la capital de España. Así, con 14 años de alternativa y 34 de edad, Rafael Soto Moreno plasmó su particular y sentimental tauromaquia frente al público más exigente del planeta de los toros.
¿Por qué más de una década para ratificar el doctorado en Madrid? El propio De Paula lo llegó a explicar en algunas entrevistas posteriores al decir que, aunque en efecto hubo varios ofrecimientos para torear en Las Ventas, no fueron planteados en las mejores condiciones y no estuvo dispuesto a aceptar "cualquier cosa".
Aquel día de hace medio siglo, Rafael confirmó delante del toro llamado "Andadoso", de la ganadería de José Luis Osborne. El encargado de cederle los trastos fue el portuense José Luis Galloso, mientras que por testigo fungió el abulense Julio Robles, en el marco de la Feria de San Isidro.
Como dato anecdótico, el confirmante fue el primer espada de esa tarde, dado que su antigüedad era mucho mayor que la de padrino y testigo. Galloso había tomado la alternativa en 1971 y Robles en 1972, mientras que De Paula recibió la borla en el ya lejano 1960 en la Maestranza de Ronda, en un cartel con Julio Aparicio y Antonio Ordoñez, frente a un encierro del mítico hierro de Atanasio Fernández.
Aunque apenas y había toreado fuera de su Andalucía, había expectación por ver a Rafael de Paula. Aquella tarde solamente bosquejó detalles sueltos, pero desde que se abrió de capa supo la afición madrileña que estaba ante un torero diferente y que impregnaba de esa hondura gitana cada una de las suertes.
Sin redondear, ni mucho menos, la impresión que causó el concepto de De Paula en el coso venteño fue positivo y esta tarde representó un eslabón importante para darse a conocer en toda España y más allá de las fronteras ibéricas.
Ya desde hace momento quedó patente la profundidad de su toreo a la verónica, así como la suavidad al templar con los vuelos de la muleta, echando siempre la pata pa lante en una expresión corporal que recordaba a los lidiadores de antaño, siempre con el mérito de ser un torero limitado físicamente de sus rodillas.
Quizá fueron pocas las faenas redondas a lo largo de una trayectoria que culminó en el año 2000, pero era especial el desahogo espiritual que en ellas se vivía. Torero de marcados contrastes y al que había que saber esperar, Rafael de Paula jamás traicionó su manera de vivir y de sentir el arte del toreo, fiel a su maravillosa estirpe gitana.