Con el drama de Curro Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana", el toro enterizo y fiero de la edad de plata –sumado a las cada vez mayores exigencias estéticas que demandaba la evolución del arte– iba a cobrarse la vida de uno de los más sensibles y personales artistas que ha dado la Fiesta. Gitano salido de las fraguas del otro lado del Guadalquivir, su innata finura y ahondada expresión eran a menudo acompañadas por una valentía poco usual en los de su raza. Incomparable capotero, cuya verónica de manos bajas y dormido temple ha quedado como modelo de ritmo y belleza, dominaba más bien poco con la muleta y eso lo expuso a disgustos y percances, el último de los cuales resultó mortal.
La tarde funesta
Era el domingo 31 de mayo de 1931 en la plaza de Madrid, octavo festejo de un abono bañado en sangre, pues en corridas anteriores habían caído heridos de gravedad Enrique Torres, Joaquín Rodríguez "Cagancho" –primo carnal de Gitanillo—y el valenciano Manolo Martínez. Y el primer toro de esa tarde le partió la femoral al banderillero Manuel Prieto Varé –pariente cercano del infortunado Varelito–, cornada gravísima que lo retiró de la profesión. El encierro de Graciliano Pérez Tabernero estaba resultando correoso en extremo, y el tercero, "Fandanguero" acusó probonería, genio y poder desde su salida. Lo que no impidió que Gitanillo desgranara su famosa verónica como si de un bicho claro y noble se tratara. Eso, al parecer, agrandó en él la confianza de que la tarde sería suya. Poco le importó que "Fandanguero" llegara a su muleta falto de castigo en varas y empujando peligrosamente hacia los adentros.
El resto lo decidió el destino fatal de aquel trianero de piel oscura, cintura estrecha, brazos y piernas largas, muñecas flexibles, dormido temple y 27 años cumplidos. Confiemos el relato del suceso a tres plumas ilustres, presentes aquella tarde del caluroso mayo madrileño en el coso de la carretera de Aragón.
Clarito
Después de su desigual temporada de 1930, ésta de 1931 –dieciséis corridas toreadas– preocupaba al desventurado Curro Puya (…) "Esta tarde –previene a Paco Arranz—se van a arreglar muchas cosas. A menos que uno me quite los pies del suelo". Y "Fandanguero" se los quita hasta la eternidad, por causa y modo análogos que "Pocapena" a Granero (...) Gitanillo de Triana, que le había impuesto –ignoro cómo no lo cogió entonces— su toreo de capa, el de más depurado estilo que hemos conocido, a un enemigo de condición poco franca, quiso imponérselo también con la muleta. Y ahí quebró. El toro, sin romperse en la suerte de varas, que cambiaron con sólo dos, se creció mucho (...) Crecido el toro y sin haber perdido su querencia hacia adentro, fue Gitanillo y, equivocado, todavía lo mandó cerrar más a un peón. Y empezó la faena con el toro atravesado en el camino hacia las tablas y muy cercano a ellas, con todas las ventajas para el enemigo (…) En un mínimo descuido –cuarto pase de la faena—la res prendió al hombre (…) A los dos meses y medio de lucha con la muerte, sucumbe Curro Vega (...) (César Jalón "Clarito".
Don Quijote
Empezó por titular su crónica "La cogida de Gitanillo y la faena de Liceaga", un encabezado que no se refería a una sino a dos tardes, incluida la novillada del día 30 sobre el mismo ruedo madrileño, y en la que el debutante mexicano David Liceaga había salido en hombros. Artísticamente, fue la de Liceaga la nota grande de la semana, desdichadamente opacada por la tragedia de Curro Puya. Pero dejemos que Díaz de Quijano nos refiera lo ocurrido con su acuciosidad habitual.
"La última corrida –la octava—cerró el abono con la trágica cogida de Gitanillo de Triana, el mejor de los toreros actuales (…) continuador y mantenedor del toreo de Juan (Belmonte), heredero directo y único de la excelsa escuela trianera (...) Pensé instintivamente en Juan, en el dolor de Belmonte, que acudía siempre a ver torear a Gitanillo para, sin duda, poder verse a sí mismo (…)
Curro había toreado de capa como siempre, es decir, incomparablemente bien (…) y salía a matar como pocas veces le hemos visto salir este año –que lleva una temporada floja en conjunto—animoso, risueño y decidido. Los toros de Pérez-Tabernero (Don Graciliano), bien criados, bien armados, una preciosa corrida, acusaban mucha casta (…), pero el tercero –el de la cogida—se fue de rositas con tres puyazos. La irresponsabilidad de presidentes y asesores se pone de manifiesto en estos casos (…) en el palco presidencial se limitan, cuando más, a contar: una, dos, tres, cuatro varas, para cambiar el tercio. Y las más de las veces cuentan varas por encuentros, aunque sean marronazos (...) y a veces, varían el tercio con tres. Así esta vez. Había tomado "Fandanguero" –el toro fatídico—dos varas, la segunda cebándose en el caballo y matando al jaco, y salió del romaneo aplomado, acobardado (…) Pero tomó el tercer puyazo, recargando otra vez, y la presidencia ondeó el pañuelo (…) ¡Craso error! Le faltó un puyazo, el cuarto, tanto para que el reglamento quedase cumplido como para procurar que llegase al último tercio con el suficiente castigo (...) Los banderilleros debieron advertirlo, pues tanto Sargento como Nacional pusieron empeño en castigar mucho con los palos, y se dice que el primero, al cruzarse con su matador cuando tocaron a matar, le llamó la atención sobre lo fuerte que estaba el toro y lo mucho que empujaba hacia adentro (...)
Gitanillo había brindado, arrojando la montera con ademán gallardo, sonriendo a los tendidos, más animoso que nunca. Y citó a "Fandanguero" próximo a las tablas, a unos tres metros de ellas, y se lo pasó entero en ese ayudado que nadie ha dado con tanto estilo, tanta majestad y tanta gracia gitana. Sin moverse, sin enmendarse, esperó al toro para repetir el pase, esta vez por el lado izquierdo. El toro se le venció, por su tendencia a empujar hacia adentro, y el pitón izquierdo prendió al torero por el muslo izquierdo que tenía adelantado para cargar la suerte (…) Se ha hablado de la cogida de Granero como idéntica a esta. No estoy conforme (…) A Granero lo cogió "Pocapena" en el primer pase, ayudado por alto, mucho más afuera del tercio (…) y lo fue hocicando y empujando hasta meterlo debajo del estribo (…) A Gitanillo lo volteó "Fandanguero" mucho más aparatosamente, y apenas en el suelo, lo recogió, lo envió de nuevo al aire y lo sacudió contra las tablas con tal saña y fuerza tal que los que estábamos encima de aquel sitio veíamos con terror y espanto cómo el cuerpo del torero, ovillado lo mismo que un pelele, asomaba una y otra vez por el borde de la barrera, sin que los capotes consiguieran llevarse a la fiera (…) creíamos que le había machacado el cráneo y las costillas (…) Tal fue la espantosa cogida de Curro Puya, a quien Dios y el doctor Segovia saquen con vida de tan difícil trance.
Chicuelo, que toreaba por primera vez este año y que lógicamente había que esperar que no estuviese puesto ni confiado, vengó la desgracia de su compañero pasando de muleta tranquilo y elegante, pero pinchando mucho (...) Hizo el quite de la tarde (¡Qué maravilla de media verónica!). A Marcial le tocaron los toros más pastueños y con ellos derrochó su toreo barroco, largo y florido. Cortó la oreja del quinto.
Sobre la faena de Liceaga y dentro de la misma crónica, apuntó: "Acaba de revelarse un gran artista (…) Ahí queda la faena del mejicano. Una de las más artísticas de la temporada." (La Fiesta Brava, semanario editado en Barcelona. 12 de junio de 1931)
Hemingway
El Nobel norteamericano quedó fascinado con la fiesta desde su primera visita a España, a principios de los años 20. Había acudido al coso por recomendación de Gertrude Stein, la célebre mecenas de la generación perdida, afincada en el París de entre guerras. Y además de empapar de ambiente taurino su primera gran novela –The Sun Also Rises (1929)–, en 1932 publicó un ensayo, Muerte en la Tarde, dedicado enteramente a la tauromaquia y ofrecido en tono divulgatorio al lector anglosajón. Es un libro deleznable, lleno de tópicos manidos y fantasías muy discutibles. Pero, como toda obra fallida de un gran escritor, encierra algunas páginas memorables. De la dedicada a la terrible cornada en Madrid de Gitanillo de Triana y sus dos meses y medio de dolorosa agonía, recojo el siguiente fragmento, perfectamente aplicable a los taurófobos de esta hora:
"A Gitanillo de Triana lo he visto caer mortalmente herido una tarde de domingo, el 31 de mayo, en Madrid (…) Apareció en el paseíllo balanceándose alegremente sobre sus largas piernas, el rostro bronceado y con mejor aspecto que otras veces, y sonriendo a todos los que lo reconocían se acercó a la barrera para cambiar el capote. Parecía estar en forma; tenía un tinte de tez tabaco claro; los cabellos se le habían visto el año anterior descoloridos por el agua oxigenada empleada para lavarle la sangre cuajada en la sien a causa de un grave accidente de automóvil (…) Llevaba un traje de plata que subrayaba todo lo moreno de su persona, y parecía muy contento.
Con la capa se mostró lleno de confianza con un juego magnífico y lento: el estilo de Belmonte, resucitado por un gitano de largas piernas y caderas estrechas. Su primer toro era el tercero de la tarde; después de un excelente trabajo con la capa estuvo viendo poner banderillas. –Ten cuidado con él; derrota hacia la izquierda—le dijo su mozo de espadas ... –Que derrote lo que quiera, yo me haré con él–. Gitanillo sacó la espada de la vaina de cuero, que quedó flácida cuando el rígido acero salió de ella, hizo una seña a sus banderilleros para que le llevasen el toro más cerca de la barrera y se encaminó hacia él. Quieto, lo dejó llegar y pasar de largo en el pase de la muerte; dobló rápidamente y Gitanillo giró la muleta para hacer que le pasara por la izquierda, levantó la muleta, y en ese momento se elevó el mismo por el aire, las piernas separadas, las manos sosteniendo todavía la muleta, la cabeza hacia abajo y el cuerno izquierdo del toro hundido en el muslo. El toro lo hizo girar sobre su cuerno como un molinillo y lo arrojó contra la barrera. El cuerno volvió a encontrarlo, lo enganchó por segunda vez y lo arrojó contra las tablas, que se estremecieron al impacto. Luego, como había quedado boca abajo, el toro le hincó el cuerno por la espalda. Todo ocurrió en menos de tres segundos. En el mismo momento en que el toro lo levantaba, Marcial Lalanda corrió hacia él con su capa.
Otros toreros agitaban también las suyas en vano, hasta que Marcial le golpeó el hocico con la rodilla para que abandonase al caído, corrió para atrás hacia el centro de la plaza y el toro siguió su capote. Gitanillo trató de ponerse en pie pero no pudo; los peones lo recogieron y se lo llevaron corriendo, con la cabeza colgando, hacia la enfermería. Un banderillero que había sido herido por el primer toro estaba aún sobre la mesa de operaciones cuando llegaron con Gitanillo (…) Tenía una cornada en cada uno de sus muslos y llevaba desechos los músculos cuadríceps y abductores. Pero en la herida de la espalda, el cuerno se había hundido en tal forma a través de la pelvis que había deshecho el nervio ciático. Cuando su padre fue a verlo, Gitanillo le dijo: –No llores, papaíto. ¿No te acuerdas cómo estuve de malo cuando lo del coche y todos decían que no iba a salir? Ahora pasará lo mismo. Más tarde, agregó: –Ya sé que no puedo beber; pero decidles que me mojen los labios, solamente que me los mojen un poco…
Las personas que dicen que pagarían por ir a una corrida siempre que pudieran ver a un torero corneado y no siempre a los toros muertos por los toreros, hubieran tenido que estar aquel día en la plaza, en la enfermería, y más tarde en el hospital. Gitanillo vivió lo suficiente como para aguantar los calores de junio y julio y las dos primeras semanas de agosto, y al fin murió de meningitis causada por la herida en la base de la espina dorsal. Pesaba ciento veintiocho libras cuando fue herido y sesenta y tres cuando murió. Durante el verano sufrió tres rupturas diferentes de la arteria femoral, debilitada por las úlceras que originaron los drenajes de las heridas de los muslos, y porque se le rompía al toser…
Las personas que dicen que pagarían por ver un torero muerto se hubieran sentido recompensadas cuando Gitanillo entró en delirio, en el calor tórrido del verano, a causa del dolor y de la fiebre. Se le podía oír desde la calle. Parecía criminal dejarlo vivir y hubiera sido mejor para él morirse después de la corrida, cuando aún tenía el dominio de sí mismo y conservaba todo su valor, en lugar de tener que pasar por todos los grados del horror y de la humillación física y moral, a fuerza de soportar un dolor insoportable.
Ver y oír a un ser humano en tales momentos le hace a uno más razonable, creo yo, en relación con los toros: el toro encuentra la muerte en quince minutos, a partir del momento en que el torero empieza a bregar con él; todas las heridas las recibe en caliente, y no le duelen más que las heridas que el torero recibe en caliente, ni pueden hacerle padecer demasiado. Pero mientras el hombre tenga un alma inmortal y los médicos le conserven la vida todo el tiempo que puedan, en momentos en que la muerte es el mejor regalo que un hombre le puede hacer a otro, los toros y los caballos parecerán bien tratados en el ruedo y el torero seguirá corriendo el mayor riesgo." (Hemingway, Ernest. Muerte en la tarde. Grupo Editorial Tomo. México. 2014. pp 242-245).
Colofón
Gitanillo de Triana pertenece a la generación en que el giro estético del toreo dio, en pocos años, un enorme salto cualitativo. Españoles y mexicanos compartieron esa etapa inolvidable, insuficientemente estudiada y valorada por los tratadistas de la época y posteriores, que han preferido ampararse en tópicos heredados antes que en la profundización de lo realmente ocurrido. Una historia fascinante, que tuvo en Curro Puya, artista sin par, a uno de sus protagonistas más creativos y originales.