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La trascendental faena de Chicuelo a "Corchaíto"

Lunes, 20 May 2024    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Cuando se afianzó el concepto técnico del toreo en redondo
"Yo, Federico M. Alcázar, mayor de edad, natural de Albacete, con cédula personal vigente y en uso perfecto de mis facultades mentales, declaro solemnemente que la faena que realizó ayer tarde Chicuelo en la plaza de Madrid con el toro "Corchaíto", de Graciliano Pérez Tabernero, ganadero y señor por derecho propio, es la obra de arte más grandiosa, más excelsa, más genial que se ha hecho en el toreo. Yo no recuerdo nada comparable a esa obra portentosa y magna, que quedará como el monumento más grande que puede elevar el arte del toreo. ¡Qué asombro! ¡Qué maravilla! ¡Qué portento! No se ha visto nada más grande de inspiración, gracia y majestad. Ha sido algo único y sobrenatural, excede los límites de toda hipérbole. Las faenas más grandes del toreo quedan pálidas junto a esta faena inenarrable y fantástica, verdadera cumbre del arte de torear. Ayer Chicuelo borró la historia del toreo y escribió la página más excelsa en un jirón de cielo azul.

¿Cómo toreó Chicuelo? Como nunca se ha toreado, como jamás se toreará. Ha sido la obra de un dios, de un iluminado, de un loco sublime y genial (…) Una verdadera borrachera de arte clásico, puro, rondeño. La faena siempre soñada y nunca vista, la obra genial concebida y jamás lograda hasta esta tarde del 24 de mayo de 1928 (…) Nuestra pluma de revistero se siente torpe para describir aquellos momentos sublimes en que Chicuelo, solo en el centro de la plaza, como si estuviera tocado por la divina inspiración, toreaba ¡toreaba!... como si el ruedo fuera un pedestal gigantesco que tuviera por cúpula el sol. 

Tarde magnífica de toros. Plaza rebosante. Y ambiente sobrado de expectación. Sale el tercer toro. Se llama "Corchaíto", es negro, calzón, coletero, marcado con el número 49. Aún dura la ovación a Cagancho, por su maravillosa faena al segundo toro. Dobla "Corchaíto" en los primeros capotazos y sale Chicuelo a torear de capa. Seis verónicas asombrosas de quietud, de temple, de finura, de gracia torera. Estalla la primera ovación, que se reproduce al hacer Vicente Barrera un quite brutalmente ceñido y se prolonga al dar Cagancho tres lances estupendos. Pero la ovación alcanza proporciones insospechadas al bordar Chicuelo un quite por chicuelinas, verdadero monumento de finura, de salsa, de gracia torera. El ruedo se llena de sombreros y el público, puesto en pie, espera el momento revelador y solemne, como si presintiera la obra genial que va a presenciar.

Brinda Chicuelo y se dirige al toro, que espera en los medios. Comienza con cuatro naturales estupendos ligados con uno de pecho soberbio. Los olés atruenan el espacio. Vuelve para ligar otros tres naturales soberanos. La plaza es un clamor y el público, enardecido, loco, jalea la inmensa faena. Pero lo grandioso, lo indescriptible, lo que arrebata a la gente hasta el delirio llega cuando el torero –¡Torero!–ejecuta cuatro veces el pase en redondo girando sobre los talones en un palmo de terreno. Algo de ensueño. Suave, lento, el toro va embebido, prendido, sugestionado, describiendo dos círculos ininterrumpidos en torno al artista, inmóvil en su centro. Ya el público no aplaude: grita, gesticula, se abrazan unos espectadores con otros, y de pronto, como si el mismo entusiasmo hubiera prendido en todas las manos, la plaza se cubre de blancos pañuelos como una bandada de palomas que agitaran las alas pidiendo la oreja para el sublime artista, que liga otros dos naturales inmensos, dos ayudados magnos, un afarolado maravilloso, altos y cambiados impregnados de aroma y armonía. Cada muletazo es un alarido. Señala un pinchazo y continúa su grandiosa faena, recrecido, con otros cuatro naturales de asombro y dos de pecho soberbios. 

Otro pinchazo y más naturales enormes. La plaza parece un volcán que tuviera fuego en las entrañas. El entusiasmo está en el límite del paroxismo. Vuelve a entrar a matar y coloca media estocada superior. Se hace en la plaza un silencio augusto. El toro mantiene el equilibrio, y rueda al fin a los pies del maravilloso, del excelso artista (…) Catorce mil pañuelos flamean pidiendo las dos orejas para premiar la gloriosa hazaña y el torero inmóvil, pálido de emoción, mira un momento a lo alto, como dando gracias al cielo por haberle inspirado en aquel sublime momento. Sale el cuarto toro y todavía sigue la ovación clamorosa. Chicuelo rendido, fatigado por la tremenda emoción, vuelve a torear superiormente por verónicas. Ya el público está tronchado, molido, y no quiere ver más toros (…) Chicuelo muletea por abajo y mata de un pinchazo y media tendida. La plaza queda en sombras. Hasta los toreros se mueven como contagiados por lo que acaban de presenciar. El ruedo semeja una losa de plomo (…) La corrida continúa, pero el sol, más discreto y prudente, se oculta para no empalidecer los fulgores gloriosos de ese artista que hoy han tenido resplandores de incendio solar.

¡Salve, Chicuelo! ¡Salve tu arte soberano! Cuando todo se borre y se pierda en la historia del toreo quedará esa faena como una cumbre memorable, que elevará solitaria su cima al infinito". (El Imparcial, Madrid, 25 de mayo de 1928).

Esta fue la crónica –casi tan histórica como la faena– que le inspiró a Federico M. Alcázar Manuel Jiménez "Chicuelo" con su revolucionaria faena a "Corchaíto". No todos los colegas de Alcázar lo cantaron con el mismo arrebato, pero todos coincidieron en que se trató de algo realmente memorable. El más remiso fue Gregorio Corrochano, que lo veía todo desde el pedestal de su propio engreimiento, incluso cuando se proponía elogiar a algún diestro amigo –evidentemente Chicuelo no lo era–; pero su tibia reseña, dedicada mayormente al confirmante Vicente Barrera y donde equiparó a Cagancho y Chicuelo en tanto autores, ambos, de "una faena buena y una mala", provocó un aluvión de cartas de protesta dirigidas a la dirección del ABC, lo que sin duda influyó en el viraje con que don Gregorio sorprendió a los lectores en su siguiente crónica, con la hazaña de Chicuelo –que no toreó ese día– ocupando lo sustantivo del texto. 

Muchos años después, un madrileño emigrado a México que presenció, adolescente aún, la faena de Chicuelo a "Corchaíto", iba a poner las cosas en su lugar. Tomando como punto de apoyo y referencia el exaltado relato de Federico M. Alcázar, José Alameda, que es a quien me refiero, escribió lo siguiente: "No la pondría yo como ejemplo de buena literatura (la crónica de Alcázar). Pero recrea con eficacia un ambiente que no puede concebir más que quien lo haya vivido. Yo lo viví. Todo es cierto. Como es cierto que la faena fue insuperable, pues podrá haber otra tan buena pero no superior. Nadie, al menos hasta ahora, ha superado aquello últimos pases naturales de la faena de Chicuelo. Nadie, después, los dio ni tirando mejor del toro, ni más ligados, ni más templados, ni más ampliamente despaciosos, ni mejor reunido en la suerte. Esa es la verdad" (Alameda, José. "El hilo del toreo". Edit. Espasa Calpe. No. 23 de la colección La Tauromaquia. Madrid, 1989. p. 235)

La corrida

Vestido de rosa y oro confirmó su alternativa el valenciano Vicente Barrera llevando de padrino a Manuel Jiménez "Chicuelo" y de segundo espada a Joaquín Rodríguez "Cagancho"; fue con "Jardinero", el primero de un buen encierro de Graciliano Pérez Tabernero, y el confirmante, nervioso, no se acopló ni con éste ni con el cierraplaza. Cagancho, en cambio, veroniqueó imperialmente al noble segundo y derramó arte en la faena de muleta, que hubiera sido de oreja sin un pinchazo y, tras la estocada, una dilatada agonía del burel. Tuvo petición y dio la vuelta al ruedo. Con el otro, nada de nada.

Chicuelo, el padrino, despachó al tercero y al cuarto atendiendo al reglamento de entonces. Por delante a "Corchaíto" y huelga repetir las maravillas que cuajó con el histórico burel, premiado con una vuelta al ruedo no muy justificada –flojeó en varas, saliendo suelto–. Con su segundo, exhaustos todos, se mantuvo en un plano de discreción.

Esclarecedores datos

Cuando se da esta clase de prodigios la emoción de lo inmediato suele oscurecer la dimensión real de la obra. Así sucedió con Chicuelo y "Corchaíto", donde el desborde encomiástico nubló cualquier observación acerca de los probables alcances técnicos de lo realizado por Manolo Jiménez con tan deslumbrante plasticidad y maestría. Sin embargo, espigando aquí y allá entre los escritos que describen su genial muleteo es posible descubrir datos que apuntan hacia la evolución y el futuro del toreo.

Por ejemplo, "Corinto y oro" (Maximiliano Calvo), señala en su crónica que Chicuelo "cuidó" y conservó al toro (desde el principio de la lidia)… no dio ni un pase de castigo a “Corchaíto” para que no se agotaran sus facultades y estuviera siempre limpio, ligero y brioso para que la inolvidable faena no tuviera un instante de languidez, ni la más ligera mancha su preciosa labor."  (La Voz, 25 de mayo de 1928). ¿No parece estarse refiriendo a cualquier toro actual, más noble que vigoroso, a fin de favorecer la continuidad y lucimiento de la faena de muleta? Y, además, Corinto y Oro lo enfatiza como “un caso”; es decir, algo enteramente inusual en ese entonces, por no decir desconocido.

César Jalón "Clarito", otro cronista y crítico reconocidamente competente, también notó cierto aire nuevo en la faena de Chicuelo: "Los pases se traban unos con otros… (veo aquí descrita la ligazón no de un macheteo a la antigua sino de la gran faena moderna)… una vez, en el ayudado, se detiene la muleta y gira el cuerpo del torero: es el recuerdo de la chicuelina, lo que la muleta reproduce del capote (no el tipo de molinete sobre piernas sino su versión estatuaria y nueva)… Y antes de que la faena se cierre, la mano izquierda la rubrica con los tres pases naturales más asombrosos porque, agotado ya el toro, el artista ha tenido que apurarle más y tirar del centro del palo con mayor firmeza." (El Liberal, ídem). El lector habrá notado la coincidencia con la observación hecha por Pepe Alameda seis décadas después, cuando era ya más que evidente que, con "Corchaíto", Chicuelo no sólo elevó el arte de torear a alturas siderales, sino, sobre todo, marcó con mano maestra, espíritu iluminado y caligrafía finísima las pautas de la tauromaquia del porvenir.

Por si algo faltara, Fermín Espinosa "Armillita", ahijado de Chicuelo en su confirmación en Madrid catorce días antes de aquel 24 de mayo, apuntó: "Como espectador sólo había pedido las orejas dos veces: una vez en México, en la plaza El Toreo, para Manuel Jiménez "Chicuelo" por su faena a "Dentista"; y otra al mismo Chicuelo en la plaza de Madrid después de la faena más grande y más completa que yo he visto, pues desde que salió el toro llamado "Corchaíto" hasta que lo arrastraron es la lidia mejor y más artística que se le ha hecho a un toro… la faena perfecta…" (Diario Esto,  11 de noviembre de 1952).


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