Que bravura y genio no es lo mismo se ha dicho toda la vida, aunque en la práctica no pocos terminan confundidos en la manifestación de estos dos conceptos que, hoy en Madrid, contrastaron para ejemplificar los matices diversos del comportamiento del toro de lidia.
El genio es un comportamiento "defensivo" en el que el toro quiere quitarse de encima los engaños, en lugar de acometer y emplearse tras ellos, de tal manera que está más cerca del descastamiento que de la bravura. Para su mala fortuna, el mexicano Ernesto Javier "Calita" sorteó dos toros que presentaron esta condición y no le brindaron la menor opción de lucimiento.
El colorado que hizo primero "calamocheó" desde salida y llegó a la muleta con ese peligro sordo que no logra captar el gran público, pero que al torero lo mantiene en estado de alerta. El Calita resolvió con dignidad, saliéndole un paso hacia adelante para ganarle la intención y reponiendo el terreno justo, esperándolo con la muleta retrasada ante el corto recorrido.
Su segundo fue un marmolillo que muy pronto se quedó parado y, cuando acudía a los cites, lo hacía con guasa y tirando un "tornillazo" para no ver más muleta. Ernesto dio el pecho con voluntad y, cruzándose a pitón contrario, dejó patente que es un torero que cuenta con un oficio bien aprendido. Lástima que esta tarde no pudo ser.
La bravura auténtica la vimos con el quinto, "Bastonito" (que nos recordó aquel toro que cuajó César Rincón en 1994), al que fue un deleite verlo arrancarse de largo ante el picador y pelear abajo, empujando con los riñones, mientras que el genio lleva a los toros a hacer sonar el estribo porque lo que quieren es quitarse el palo. Fue tan interesante este comportamiento en varas, que el tendido clamó por el tercer puyazo, que ya no llegó. El de Baltasar Ibán humillaba como bendito, empleándose en la muleta de un Francisco de Manuel que evidenció su verdor.
Aunque hubo momentos buenos, la faena no terminó por romper y el joven diestro ibérico no siempre estuvo a la altura de un gran toro, dado que no atinó del todo al colocarse a la distancia correcta entre pase y pase. Fuerte la ovación en el arrastre para el astado, al que se le pidió la vuelta por su bravura que, a la sazón, es un comportamiento ofensivo en el que el animal va a más.
El primero de Francisco de Manuel se tornó incómodo y desarrollo sentido, al igual que el tercero de la tarde, que correspondió al también muy joven Álvaro Alarcón, que manifestó voluntad ante las pocas opciones del oponente. Ante su segundo, el cierre plaza, que no se comía a nadie pero carecía de transmisión, solventó con decoro la papeleta.
Hoy en Las Ventas de Madrid, de manera más marcada que en otras tantas tardes, quedó patente el contraste eterno entre la bravura y el genio. Y que lo vea el que lo quiera ver.