Lo que a continuación leeremos invita a la reflexión ¿Cuáles son los límites de la euforia que de manera natural desata en el aficionado una gran tarde de toros, rebasados los cuales la historia se falsea y adultera inevitablemente? Y si esos límites resultasen, como veremos, alegremente traspuestos, ¿cómo saber si estamos ante un caso de autocomplacencia aguda, si el entusiasmo traicionó al cronista o si fueron otros los intereses y motivos de su extravío?
Para documentar tal reflexión tenemos los siguientes testimonios.
El Ruedo
"Corrida redonda, logro perfecto, obra acabada (…) en Sevilla no se habla de otra cosa que de esta feliz conjunción de toros y toreros (…) Triunfo antológico de la fiesta en su acepción, en su estilo, en su escuela sevillana (...) De la que es expresión suprema esa vuelta al ruedo del último espada tras la última faena (cuando) a Paquito Camino se le unen Puerta el héroe y Curro el Magno (…) y después el ganadero y, ante el clamor, el conocedor de la ganadería (…) ¿Cómo fueron los toros de Benítez Cubero? En primer lugar, de gran presentación (…) Bravos, alegres, codiciosos, yendo de largo a los caballos y en el último tercio suaves y nobles… Todos menos el último, el garbanzo negro de este cocido andaluz". (El Ruedo, 4 de mayo de 1965. Autor: Don Celes)
Versión del ABC
"Cartel netamente sevillano. Toros y toreros de la tierra, en armoniosa conjunción de boyantía, arte y arrestos (…) La fiesta ha transcurrido entre clamores (…) Porque con los excelentes mimbres enviados por don José Benítez Cubero, la terna ha hecho verdaderas maravillas, a impulsos de una poderosa inspiración (…) Puso Diego todo su ardor combativo en la victoriosa pugna (…) Curro Romero ha bordado primores de torería sobre ese hermoso bastidor de oro que es el ruedo del Baratillo. El capote cautivador y la bien planchada muleta del camero han diseñado suertes de embelesadora belleza (…) Paco Camino, con el lote menos grato, ha obtenido un triunfo estimabilísimo, porque ha puesto todo su saber (…) superando airosamente los escollos presentados por sus enemigos, sobre todo el que cerró plaza." (ABC, 30 de abril de 1965. Autor: Don Fabricio II)
Hasta aquí, lo que las crónicas reflejan es una tarde de ensueño, digna del prestigio de tres grandes toreros nacidos en Sevilla o sus inmediaciones y encuadrados en la tan proclamada y etérea escuela sevillana, aunque cada cual poseyera personalidad propia y se distinguieran en ellos tres bien diferenciados estilos. Además, aquel 29 de abril de 1965 fue la única vez que la Real Maestranza vio partir plaza juntos a Diego Puerta, Curro Romero y Paco Camino que, en el colmo de la ventura, se alzaron triunfadores los tres, llevando al delirio a la muy peculiar afición de su tierra para coronar una tarde de esas que quedan grabadas en la historia con tinta indeleble.
Como quien dice, todo SALIÓ a pedir de boca. Pero resulta que…
Lo que yo vi
No me resisto a cotejar tal cúmulo de prodigios con un texto que sobrevive calladamente en mi bitácora secreta de adolescente, mismo que copiaré con algunos retoques de estilo, pero cuidadoso de mantener fidelidad a mis impresiones de aquel momento. Porque esa corrida de 1965 la pude seguir, en frío, a través de una de tantas filmaciones que por esos años, con José Alameda como narrador, pasaba la televisión mexicana a pocas semanas del suceso: duraban más o menos una hora, con cortes de edición pero sin ahorro de detalles. Hay además otro dato muy significativo para mí: un familiar cercano estuvo ese año en la feria de abril; era su primera vez, y tras exaltar la fascinación en que se vio envuelto, no había dejado de manifestarnos su extrañeza ante la facilidad con que se pedían y otorgaban apéndices en la Maestranza. Junto con él pudimos ver y comentar la detallada versión fílmica del memorable festejo. Va, pues, mi desempolvado texto.
Sevilla, 29 de abril de 1965
"Puerta, Romero, Camino, nunca vio la Maestranza un cartel tan sevillano, envuelto en sus galas de abril. Toros asimismo andaluces, de José Benítez Cubero (…) Gordo y pesado el encierro, algo reservones los astados pero sin peligro, pelearon diversamente con los montados y, salvo tercero y sexto, ofrecieron abundantes facilidades a los toreros. El corrido en segundo turno, y más ostensiblemente el siguiente, cabeceaban queriéndose librar del castigo en varas incluso antes de hacer contacto con el peto. Y no obstante, el mayoral de la ganadería fue solicitado a comparecer a la muerte del quinto, y regalado con una "triunfal" vuelta al óvalo compartida con los tres espadas, aun cuando Camino no había logrado hasta entonces más que un discreto saludo desde el tercio.
Parecida benevolencia privó con respecto a los toreros, y aunque se mató muy mal –la muerte del sexto, magno volapié de Paco, como sola excepción– fue tarde de cuatro orejas, ninguna bien otorgada. Esto no significa que Diego Puerta haya hecho poco. Sería desconocer lo firme, torero e inspirado que estuvo. Su primera faena –tras un gran primer tercio– mostró al de San Bernardo notablemente despojado de la bastedad que a menudo lastra su estilo, pero no del ánimo valeroso habitual en él, explicación de un largo, limpio y bien estructurado muleteo, extraído del noble pero sosito benitezcubero (…) Hasta su espada resintió el cambio de pulso, pues topó con hueso en tres o cuatro ocasiones… yerros que no impidieron una muy aclamada vuelta al ruedo, adelanto de esa munificencia popular que iba a alcanzar un nivel aún menos explicable en el cuarto toro. Tan entregado como de costumbre, Diego lo saludó con vibrantes verónicas y ciñó chicuelinas en su quite (…) Muleta en mano describiría con ardor y emoción el toreo cortando el viaje –trincherillas rotundas, garbosos pases de la firma, el molinete invertido…, pero por más que su plausible empeño lo mantuvo por encima del quedado adversario, consiguió poco y faltó limpieza. El mismo remate con la espada estuvo alejado de toda gloria –tres pinchazos, hondo el último, y certero descabello–. Y para no creer: ¡intenso agitar de pañuelos y dos increíbles orejas, como premió a una faena porfiona, desligada y sin estocada!
Curro, todo un caso
Cada año, el jurado designado para evaluar actuaciones de toros y toreros durante la feria de abril suele declarar triunfador máximo a Curro Romero. Es apenas el final de un proceso iniciado en su Maestranza. Curro, un artista muy especial. No parece de esta época, con esa figura robusta y un toreo de mano alta y plantas prestas a mejorar el terreno. Un estilo oloroso a fotografía añeja, un toreo alérgico al roce de las astas, por más que éstas le atropellen el engaño con frecuencia; una construcción de faenas defectuosa, en franca renuncia a la continuidad. Pero para Curro Romero, Sevilla es un "nirvana" donde puede intentar cualquier cosa con impunidad casi absoluta. Y como lo sabe de antemano, ante el burel noble su desparpajo es total, y hará valer su extraña concepción del arte hasta el límite de sus posibilidades. Por lo que hace a las de sus toros esta vez no hubo problema, su lote fue el más cómodo de la corrida, muy suaves ambos y sin asomo de malicia.
Y Curro dibujó verónicas bellísimas, de un sabor único, entreveradas con otras atropelladas y movidas. En el tercio final, su toreo también alcanzaba ocasionalmente una profundidad insólita –en algún torerísimo pase de costado, en tal o cual remate garboso y en espaciados derechazos primorosamente completados–, mas lo cierto es que su cadena de redondos con más unidades la integraron exactamente… ¡tres muletazos!, antes de levantar la sarga para tomarse un respiro y comenzar de nuevo. Así transcurrieron dos largas, inconexas e intermitentes faenas, en las cuales el torero se movió más que sus aplomados y nobles adversarios, sin contar largos paseos para saborear ovaciones que debieron ser trepidantes.
Declaro mi impotencia para entender cómo fue que, incluso sin considerar la deplorable doble sesión de espadazos –sin exagerar, cinco o seis picotazos por vez, pero pinchando por huir, no por accidente–, las retribuciones de los sevillanos al arte de su Curro del alma consistieron en aclamada vuelta al ruedo, en su primero, y la oreja del quinto. Tan distantes las jubilosas recompensas de mis pobres conceptos taurinos que mejor será cerrar aquí este comentario.
Oreja por no dejar
Paco Camino, para mí el máximo torero de la época, casi se mantiene al margen de la forzada apoteosis que se vivió en la Maestranza el 29 de abril pasado. Tarde adversa la suya desde el detalle inicial, cuando citó desde lejos al tercero y el pitón derecho del animal enganchó accidentalmente la tela y le malogró la chicuelina; Paco rabió, se alejó todavía más, repitió su cite frontal, inició el giro… y quedó desarmado, ahora por el asta izquierda. El bicho punteaba y se defendía y no hubo faena, aunque sí mucho empeño y algún hermoso derechazo. Pero si ese tercero se le resistió cuanto pudo, fue bueno en comparación con el sexto, un berrendo antipático, alto y huesudo, imposible de torear con lucimiento a causa del amplio radio de acción de su inquieta y nerviosa testa. Así, aunque Camino mostrara su mejor disposición, insistiendo bastante con la muleta en la zurda, del geniudo y corto viaje de tal astado era imposible extraer una faena medianamente lucida. Desalentado, el de Camas cuadró al toro y lo entregó a las mulas con un volapié decidido y valiente de veras, algo delantero de colocación. Interpretaron los sevillanos que tocaba ser "parejos"… y la cuarta oreja de la tarde se cortó sin demora.
Siendo justos, la terna andaluza no defraudó. Puerta, Romero y Camino, éste con el peor lote de Benítez Cubero, Curro con el más propicio, mantuvieron en alto el fervor de su gente y dieron lo mejor de sí dentro de la intransferible personalidad de cada cual, proporcionando al buen catador una tarde de intenso sabor torero… a la que, sin embargo, le sobró el improcedente obsequio de cuatro orejas.
Hasta aquí mi testimonio, limitado por las circunstancias descritas pero fidedigno y ceñido a los conceptos taurinos que por entonces privaban en México.
Sobre los excesos de la publicrónica
Llama la atención que la prensa española que pude consultar desestime el sinnúmero de pinchazos, invente que Paco "en el tercero hizo un uso notabilísimo de su fácil manejo de la capa, estilizando las verónicas y las chicuelinas en un gran quite" (El Ruedo), cuando se trató más bien de un quite frustrado por dos desafortunados enganchones; o que ambas crónicas omitan mencionar los pinchazos de Diego al toro de las dos orejas refiriéndose a uno solo (hondo) y el descabello. Y no faltó el que asegurara que Curro estuvo de tal manera inmenso con el quinto que el apéndice era punto menos que inevitable, dado que "El perfecto acoplamiento del torero con el toro se traducía plásticamente en estampas de subyugadora belleza (…) Pinchó tres veces y acertó con el verduguillo a la primera. No obstante, le fue concedida una oreja" (ABC).
Este diario agrega, verazmente, que fue entonces cuando Romero "sacó a saludar a sus compañeros de terna" (en realidad recorrieron el anillo), y también "al ganadero y su hijo", aunque asegura El Ruedo que era al conocedor de la ganadería –por su vestimenta de mayoral así parece–, si bien su cronista sitúa la escena a la muerte del sexto toro.
Corolario
Lo cierto es que fue una tarde rica en emociones y de intenso sabor torero; pero también que los traviesos duendes de la Maestranza hicieron de las suyas, induciendo al obsequio de apéndices a capricho. Y la crónica oficial decidió seguirles el juego en perfecta, cordial y tranquilizadora sincronía.
Algo así como publicrónica a la carta. Y todos felices…