Figuras del toreo americanas, en América muchas, que lo hayan sido también máximas en España, muy pocas. Pueden contarse con los dedos de una mano, más uno quizá. Figuras digo, de tauromaquia, de afición, de multitudes, de contratos, de mandato.
El más reciente caso, sin duda, Andrés Roca Rey. El joven peruano, puntero actual del escalafón, y dueño de las taquillas, que con su personalidad y toreo veraz ha cautivado los públicos hispanos y del mundo, (con petardo y todo, acaba de llenar La México, la plaza más grande del mundo) y gran parte de la jamás unánime crítica. Liderato pretendido por todos, de propiedad tradicional española, que solo han interrumpido en la historia esporádicamente los ultramarinos…
Mariano Ceballos "El Indio", salido de Acho a finales del Siglo de las Luces, que montaba los toros asombrando la Península hasta que murió en la plaza de Tudela. Tanto impacto tuvo, que fue inmortalizado por Goya en cinco de sus obras, más que cualquier otro torero.
Rodolfo Gaona, el mexicano, que a comienzos del siglo XX se acaballó en dos épocas; la de Bombita y Machaquito y luego la de Joselito y Belmonte. De quien escribiera el historiador español Néstor Luján: “Gaona fue un artista extraordinario… la elegancia más auténtica de la Fiesta, solo comparable, según los aficionados antiguos, a Lagartijo…".
Fermín Espinosa "Armillita" en la Edad de plata, puntero del escalafón en 1935. Cuyo predicamento llegó a ser tal, que los españoles se negaban a torear con él, y sin querer forzó el gesto suicida de Victoriano de la Serna en Las Ventas, cuando a este, alternando con Domingo Ortega y Manolo Bienvenida, la plaza en coro les reclamaba "¡México, México!". A lo cual el segoviano contestó arrojando los trastos y tirándose de rodillas a esperar la cogida (que ocurrió) gritando "¡España, España!".
Carlos Arruza, el espectacular rival mexicano de Manolete, que lideró las estadísticas con 108 festejos en 1945, y se negó a sobrepasarlos por respeto a Belmonte, quien por entonces poseía el récord con 109 desde 1919. Y que al final dejó de torear allá por la ruptura del convenio sindical entre los dos países.
César Girón, el moreno venezolano que a mediados del siglo XX se hizo dueño de las concurrencias y las clasificaciones. Con gestas como aquella de cortar dos orejas y rabo, dos veces consecutivas, con solo dos días de diferencia, en La feria de abril de Sevilla, y que encabezara los años 1954 y 56. "Fue la bizarría, la gesta y la casta", le definió el escritor asturiano José Luis Suárez-Guanes de la Borbolla.
César Rincón, el colombiano, que descubrieran Joaquín Vidal ("César Rincón sube a los cielos") y Madrid en 1991, abriéndole, nunca antes ni después a nadie, cuatro veces consecutivas la Puerta Grande de Las Ventas aquel año, más otras dos andando el tiempo, y quien defendió su primacía entre dos siglos ante toda la élite de su tiempo.
Y pare de contar. Gustos y afectos aparte no son más. Los hechos y los historiadores lo dicen. Fue natural y afortunado que frente a ellos el orgullo torero español se picara. Es su "Fiesta nacional", su creación, su herencia… fuera de parentescos culturales. Y aunque algunas veces llegaron hasta el veto y el "rompimiento", ello jamás fue óbice para que al final haya sido la valía de cada uno la que lo pusiera en el corazón y en el recuerdo del pueblo y lo enriqueciera.
Ahora, la polvareda mediática que la enemistad del reinante Roca Rey con el acreditado y temperamental retador Daniel Luque, provoca su negativa a alternar con él (¡un americano apartando a un español, y en España!), mucho me temo, pueda exacerbar la xenofobia minoritaria (por fortuna), que al impulso de los vientos que corren por el mundo ya ha brotado en Las Ventas y de pronto en otras plazas.
El limeño dice, "toreo con quien quiero" (su derecho sí), pero el de Gerena, con todos los méritos, desafía: "me vetas, me rehúyes". Entonces, a despecho de fueros y muchos antecedentes continentales inversos, no caben más consideraciones.
Roca Rey debe recoger el guante que le han arrojado, aceptar la confrontación; mano a mano, en terna, en sexteto, con el hierro que sea, donde sea y cuando sea. Es lo valiente, lo caballeroso; un deber de justicia, hombría y honor. Todo eso puede sonar melodramático, anticuado, quijotesco si se quiere, pues para desgracia de la humanidad, son valores en abandono, pero por ello mismo los que siguen justificando la existencia de la Fiesta.
Sin embargo, ya el célebre Domingo de Resurrección en Sevilla no podrá ser. El cartel ha sido cerrado por la empresa y, además a quien sacarían o a quien no habrían debido contratar. ¿A Morante, a De Justo…? ¿Cómo y por qué?