Se cumplieron 25 años de la muerte del maestro Antonio Ordóñez, y el paso del tiempo sigue añadiendo una pátina cada vez más hermosa a un legado que es un referente de clasicismo, entendido como una herencia taurina que traspasa las modas y permanece altiva, encima de su entrañable pedestal.
Y quizá lo más significativo es que ahí está para el que quiera sentirla, estudiarla, asimilarla o simplemente disfrutarla, siendo muy recomendable que las nuevas generaciones de toreros acudan a abrevar de la fuente de esa tauromaquia eterna, una puerta abierta al conocimiento de los cánones del bien torear.
Fue a finales de la década de 1950 cuando la expresión artística de Antonio Ordóñez alcanzó la madurez que iba a marcar el resto de su carrera en los ruedos, ahí donde tanto lo hirieron los toros –varias veces de gravedad–, en una circunstancia que no lo detuvo ni le impidió encaminarse por el sendero de la pureza.
Decía Morante en una entrevista realizada por Javier Hurtado, que "hoy se toreaba peor que nunca", en una afirmación tan provocativa como controversial, ya que en los últimos años se han cuajado varias de las faenas más icónicas en lo va de siglo, pero que sólo representan determinados hechos puntuales, y tal vez por ello Morante se atrevió a generalizar con su característico desparpajo.
Pero para poder entrar en esta polémica, por principio de cuentas habría que señalar que el toro de nuestros días, sobre todo en España, embiste de una manera increíble en el sentido más literal de la palabra. El avance en el trabajo genético de los ganaderos ha desembocado en unas prestaciones que hace 50 años parecían inalcanzables, y quizá una de las mayores cualidades conseguidas por los criadores haya sido la fijeza, que no es otra cosa que la obediencia a los toques de las telas.
Si partimos de la base de que los de hoy son más fijos, y también más bravos que antes, al margen de los matices propios de su estilo al embestir, eso obligaría a los toreros a torear con mayor pureza, derivada de la confianza que emana, precisamente, de la definición que presenta el comportamiento de un elevado número de toros.
Porque también cabe reconocer que la técnica del toreo, a la par de la calidad del toro, también ha ido en aumento, y hoy existe un abanico más amplio de registros técnicos, tanto en lo referente a los toques como en las alturas de los engaños, o hasta en la colocación y los terrenos, que permite, a la mayoría de los toreros, abusar de ello en detrimento de una verdad que el grueso del público no alcanza a diferenciar.
Por otra parte, se ha repetido que las figuras de antaño serían figuras en esta época y viceversa. Sin embargo, una hipotética pregunta quedará sin una respuesta comprobable: ¿Cómo sería el acabado de una faena del maestro Antonio Ordóñez con el toro de la actualidad? Al final, la ética del intérprete y la autenticidad de su toreo es lo que deja la huella más profunda, la que siempre marca el camino a seguir.