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Viñeta: Sabes que te vas a morir

Martes, 05 Dic 2023    Cali, Col.    Jorge Arturo Díaz Reyes | Foto: Cronicatoro   
"...Esa transparencia, esa vulnerabilidad, esa falibilidad humana..."
Hace algunos días, cumplió años Curro Romero. Noventa insoslayables. La prensa, las redes, la afición lo han evocado multitudinariamente. Vida y obra, hombre y torero, genio y figura. Fechas, datos, hechos. Cada uno su Curro, tu Curro, mi Curro. El que han percibido directa o indirectamente. Entre la idolatría, no pocos regodeados más en los oscuros que en los claros del cliché que flota en el imaginario colectivo.
 
Las "espantadas", lugar común en las semblanzas. "Mañana vendrá a verte tu madre…", "Artista en esquivar almohadillas…" El apresamiento en Madrid por negarse a matar un toro. Su estoque incierto. ¿Fue acaso un cobarde?
 
-Di algo Curro, di algo…
-¿Pero yo que voy a decir?
-Me sonreía y ya está.
-La timidez mía es de Romero, de mi padre... Siempre he sido de muy pocas palabras.
 
Pocas, pero suficientes para llenar esas casi cuatrocientas páginas autobiográficas, que le dictó a Antonio Burgos. Ese largometraje: "Curro Romero, la leyenda del tiempo" (hora y media) de hace dos años, y otros documentos en los que se ha retratado tan desnudamente como en sus muchas lidias.
 
"Creo que soy valiente, pues con el miedo que paso, soy capaz de vestirme de torero, ir a la plaza, y a veces hasta de estar bien". Sincero siempre, modesto siempre, parco siempre. Dentro y fuera del ruedo. No ha podido ni ha querido mentir, darse importancia. Así ha sido, así ha oficiado, así ha vivido. Así lo expresa. El toreo es miedo, valor, triunfo, fracaso. El toro a veces gana. Porqué disimularlo. ¿Cuál cobardía?
 
Esa transparencia, esa vulnerabilidad, esa falibilidad humana contrastando con sus creaciones sublimes, ha sido la dura piedra sobre la cual el currismo ha levantado su iglesia, su sufrimiento, su gozo, su fidelidad.
 
"Creo que donde de verdad me siento es con el capote…, el capote pequeño, las manos cerca de la esclavina, la distancia justa, (cada toro tiene la suya). El pecho por delante, hundido en las piernas, cargando la suerte, graduando la velocidad, acompasando los brazos y la cintura, yendo tras la embestida, toreando con todo el cuerpo, muchas veces. No siempre se logra, pero es magnífico cuando surge la pureza". (La verónica según Curro Romero, en "Todas las suertes por sus maestros", escrito por José Luis Ramón). 
 
"Lo que hace Curro con el toro, no lo hace nadie sin el toro" señaló José María Recondo hace años en San Sebastián. Cinco puertas del príncipe en Sevilla, siete grandes en Madrid. Y una vez, en el Hotel Alfonso XIII, Antonio Ordóñez quejándose a Manolo Vásquez tras una corrida con un Curro deslumbrante: "Bueno Manolo ¿es que tú y yo no sabemos torear con el capote?”.
 
Yo también tengo mi Curro. Como tantos, he estado en ocasiones cerca de él, reverentemente, sin atreverme a importunarlo. Le he visto torear en Colombia primero y luego en España. Debutando en Cali el 29 de diciembre de 1964 con toros de Fuentelapeña, junto a Pedrés y El Cordobés (que arrasó aquella tarde). Fueron tres sus corridas en esa feria. La última el primero de enero cortando una oreja igual que Pepe Cáceres y Paco Camino. Y antes, en Manizales, enero 29 de 1961 con toros de Juan Pedro Domecq, cuando inspirara ese titular del diario "La Patria", cuyo recorté guardo por ahí: "De hoy en adelante, las verónicas no se llamarán verónicas sino romerinas".
 
Niño sin estudios, torero lóngevo, viejo semidiós. Glosa sin saberlo quizá a Epicuro y Schopenhauer, discurriendo lenta y humildemente ante la cámara: “Lo que ha pasado ya pasó. La soledad no me cuesta, no me peleo con ella… Sabes que te tienes que morir, ya lo sabes, pa´qué vas a pensar en eso... Pero quisiera ser eterno para reirme”.


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