"...La ciencia ficción se hizo realidad otra vez. Aquí esta..."
En Quito las corridas eran a las doce del mediodía. Promediaban los ochenta. Víctor Méndez, tabaco y oro, sudoroso, congestionado bajo ese sol vertical ecuatoriano, pasaba trabajos con un marrajo. El inolvidable Gonzalito, con las espadas en la mano y la toalla en el hombro le seguía por el callejón muy preocupado, sin parar de darle consejos que parecían órdenes.
"¡Tócalo… cámbialo… piérdele un paso!" Y el portugués, apremiado por el calor, el público impaciente y las tarascadas del toro, no atinó sino a decir sin mirarlo: "Qué bien se torea desde allí Gonzalito".
Bueno, la corrida, metáfora de tantas cosas, también lo ha sido (proféticamente) de la Inteligencia artificial (IA). Ingenio que tiene sorprendido y alarmado al mundo. Máquinas que piensan, actúan, raciocinan, deciden y se comportan como humanos.
Capaces de crear arte, literatura, ciencia, técnica, medicina, economía, urbanismo, industria, política, estrategia y acción militar… Incursionando en la intimidad, afectando la cotidianidad, la libertad, la dignidad. En fin, toda la condición humana. La ciencia ficción se hizo realidad otra vez. Aquí está. ¡Cuidado! La cosa va en serio. Ya hay hasta seis leyes defensivas de robótica propuestas por el Parlamento Europeo.
Cierto, aunque la IA solo es otra herramienta más, creada por el hombre (y la mujer). Heredera del hacha de piedra, la palanca, la rueda y como ellas exenta de moral, hecha para obedecer no para mandar, para ser decidida no para decidir, para ser usada no para usar. Sin embargo, esta puede hacer todo lo contrario. De ahí el miedo…, a ser usados por esos aparatos desalmados. Miedo fundado, pues así los políticos, con o sin nuestro voto, nos hayan habituado a ello el "cibergobierno" podría ser peor, dicen.
Pero volvamos a la plaza, crisol de tantas alegorías, y de esta en particular. El viejo intento de torear sin torear, manejando el torero a distancia. No solo desde los burladeros y el callejón (su cuadrilla), sino desde los tendidos: "¡Crúzate… arrímate… dale distancia… baja la mano… súbela… ¡no, así nooo...!
Bueno, de hecho, ya se han hecho intentos de poner eso a tono con los tiempos que corren. Hace cuatro años, Marta García informaba en El Confidencial: "Toros a fuerza de algoritmo: así preparan la corrida perfecta". Juan Pedro Domecq dio la enorme base de datos de su ganadería al físico Nicolás Franco "Bravo data base" con el objeto de anticipar el comportamiento de los toros.
Pero no ha sido suficiente. Habría que ser más ambiciosos. Esto da para todo. Por ejemplo, un computador, (uno portátil o un celular), que conectado a cámaras y altavoces observara la faena y la teledirigiera inteligentemente. O mejor aún, reemplazar toro y torero con robots. Programados el uno para solo embestir pastueño y el otro para solo hacerle cosas bien bonitas.
¡Qué maravilla! Eliminaríamos la detestada lidia, el riesgo y el susto. ¡Pura belleza! Las faenas todas de orejas y rabo (artificiales claro) y las ovaciones y las apoteosis también debidamente programadas. Y se reemplazaría la conflictiva presidencia humana.
Además, de aprobarse la Ley 3 de la propuesta parlamentaria europea: "No podrán generarse relaciones emocionales" (con la IA). Desaparecerían las broncas, todo sería oles y felicidad virtuales, pues entraríamos a la corrida debidamente programados para divertirnos, fin único de la Fiesta (canon actual). Y los sabihondos a quienes de todas maneras habría que reconocer su mérito de precursores en la teledirección inteligente, no tendrían nada que gritar.
La perfección. Lo único malo creo, sería que no desaparecerían los antitaurinos animalistas. Porque seguro se harían antitaurinos robotistas.