La actuación de Isaac Fonseca capturó la atención de los principales medios de comunicación en España, tras su paso de ayer en Las Ventas, donde se pondera la valerosa actitud del torero mexicano que se sobrepuso a una fuerte voltereta que emocionó al público de Madrid; éste y otros detalles se recopilan en el concentrado de noticias que presentamos a continuación.
Javier Cortés (La Vanguardia)
El valor y el corazón del mexicano Isaac Fonseca, que saludó la ovación más justificada de la tarde, no acabó de salvar una tarde en la que cinco de los seis toros que remendaron la corrida inicial de Cuvillo ofrecieron francas opciones de triunfo que ni el propio Fonseca y ni mucho menos El Cid ni Talavante acabaron de aprovechar. Uno de los más completos fue el tercero, un buen ejemplar de Toros de Cortés con el que Isaac Fonseca, valiente a carta cabal y muy generoso con el astado, sin embargo, evidenció sus carencias artísticas. Porque toreó bien el mexicano de capote y hasta llevó la congoja al tendido cuando, de rodillas, se lo dejó venir de largo en la apertura de faena para, sin moverse ni un centímetro, pegarle un escalofriante cambiado por la espada. Pero en lo fundamental faltó un plus más de apuesta, porque, por mucho que le ligó los muletazos por uno y otro pitón, aquello no pasó de correcto. Y más o menos lo mismo con el "anovillado" sexto, aunque este si tendía a meterse más por los dos pitones, lo que propició que en una de las primeras tandas le pegara a Fonseca una voltereta de espanto, prendiéndose nuevamente en el suelo por la chaquetilla en unos momentos de verdadera angustia. Con la plaza sobrecogida de más –parecía que nunca habían visto una voltereta– el mexicano, con la cara y el vestido totalmente ensangrentado, aprovechó ese fervor para sacar a relucir su toreo más tremendista. Y es que a corazón pocos le ganan a este torero, que hace lo sabe hacer y no engaña a nadie.
Rosario Pérez (ABC)
"¡Torero, torero!", tronó cuando Isaac Fonseca enseñó su raza en el sexto después de una dramática cogida, con el pitón atravesando la chaquetilla. Un cuadro de espanto que luego sería el del milagro de volver a nacer. Sin mirarse, con la cara ensangrentada, regresó con un arrojo que conectó con los tendidos. Cada vez más rajado "Verbenero"; cada vez más bravo el espada, que se tiró a matar con rectitud. En saludos quedó la recompensa, pero se ganó el respeto de Madrid. Como se lo ganó con los palos un soberbio Juan Carlos Rey frente tercero, el más chico, el más codicioso y el más embestidor, "Bolero" de nombre. Tuvo el de Morelia la generosidad de lucirlo en los medios en las distancias largas –y la listeza de cambiarlo de terrenos cuando quiso pirarse a chiqueros–, aunque luego el público no sería tan generoso con el torero, más dispuesto que cuajado. Y es que César sólo hay uno.
Antonio Lorca (El País)
Apareció después el mexicano Isaac Fonseca con una larga cambiada de rodillas en el tercio y lances a la verónica, quitó a continuación por saltilleras, brindó a la Infanta Elena, y se plantó de rodillas en el centro del ruedo con dos pases cambiados por la espalda. Lució al codicioso animal al citarlo de lejos hasta en cuatro ocasiones y muletearlo con entrega, celeridad y escasa profundidad entre la indiferencia de un público más pendiente de las protestas y los vivas a España. No se desanimó el torero y continuó por derechazos limpios y unas bernadinas ceñidas para que su labor, injustamente, fuera silenciada. Con otra larga de rodillas recibió al anovillado sexto y una tanda de vistosas chicuelinas. Brindó al público, comenzó por alto, dos pases cambiados por la espalda y derechazos templados sin que nadie le hiciera caso. Ahí fue cuando sufrió un espectacular volteretón, el toro lo encunó por una de las piernas, lo buscó con saña en la arena, le introdujo el pitón izquierdo por debajo de la chaquetilla y el zarandeo fue largo y dramático. Manchado de sangre –del toro, por fortuna– se levantó desmadejado, y entonces, sí, la plaza lo animó con gritos de "torero, torero", que tampoco era el caso. Siguió envalentonado por manoletinas, acabó de una estocada perpendicular y quedó la impresión de que su labor no había sido justamente reconocida por la plaza.
Javier Jiménez (Mundotoro)
De trapío justo el tercero, por debajo del trapío por su falta de cuajo y expresión. Muy abierto de sienes, enseña las puntas. Bajo de hechuras. Lo recibe Isaac Fonseca con una larga cambiada de rodillas en el tercio. Varias verónicas y una media muy abrochada en la cadera. Se deja pegar en el caballo. Quita Fonseca por saltilleras, cambiando el viaje y llegando mucho al público en un quite variado con una gaonera y una revolera. Buena lidia de Raúl Ruiz con un toro codicioso. Buenos pares de banderillas de Juan Carlos Rey, que tiene que saludar una ovación. Con mucha disposición se gana Isaac Fonseca la atención de la plaza en un inicio por pases cambiados de rodillas en el centro del ruedo. Embiste el toro con mucha categoría, largura, humillado y con temple. Le da mucha distancia Fonseca y liga una primera serie muy templada, de mano baja, con mucha ligazón. Se sale el toro al final de los muletazos, lo que hace que en algunos pasajes se quede descolocado, pero Fonseca apuesta por la ligazón y por dejársela puesta. Gran toro de Toros de Cortés y generosidad de Fonseca en lucir al toro, pero varios enganchones y algunos momentos de menos ajuste hace que la faena vaya a menos y que el público se ponga del parte del toro. Intenta ganar los pasos al toro, para buscar la colocación. Quita por bernadinas. Estocada baja, aunque hace la suerte con rectitud.
Patricia Navarro (La Razón)
Isaac Fonseca pegó una larga cambiada en el tercio en el intento de despertarnos del letargo en el tercero. Se echó el capote a la espalda después con los mismos mimbres en un "aquí estoy yo". Y todo iba bien encaminado con un animal de Toros de Cortés, que tenía prontitud y mucha largura en el viaje. Con él se había desmonterado Juan Carlos Rey tras parear. El problema fue cuando llegó la hora de la verdad. Justo después de brindar a la infanta Elena, que ocupaba una barrera de la plaza. Hubo un pase cambiado por la espalda de rodillas de infarto y después mucho intento de toreo, de largo, pero todos los muletazos cogieron el camino erróneo a la profundidad: tan ligado como por fuera y rápido. Y entonces lo que pudo ser una apoteosis acabó en un intento fallido de reconquista. Y el toro, con su querencia con rajarse, lo tenía dentro. Volvió a nacer en el sexto. La cogida que sufrió Fonseca fue de las que dejan sin respiración. Impensable que saliera ileso, en apariencia y pudiera continuar. Cambió el ánimo de la plaza en la faena, a pesar de que tiró por el camino del tremendismo más absoluto en la plaza que se presupone más seria.
Javier Fernández-Caballero (Cultoro)
Isaac Fonseca fue prendido por el sexto de la tarde, un animal de Victoriano que le infirió una gran paliza por el sexto de la tarde. Pese a las voces que le aconsejaban ir a la enfermería, el ganador de la última edición de la Copa Chenel hizo caso omiso a las recomendaciones y no abandonó el ruedo. Fue el momento en el que los tendidos corearon al unísono el "torero, torero" para insuflar ánimos al joven mexicano. El de Victoriano lo empaló, cayendo este al ruedo de Las Ventas siendo prendido de manera milagrosa por la chaquetilla. El pitón caló certero arrastrando al torero en una tremenda paliza en la que recibió varios derrotes en la espalda. Un milagro, ya que todo podía haber acabado en tragedia. Tras saludar una cerrada ovación pasó por su propio pie a la enfermería. Fue ovacionado Isaac Fonseca ante el sexto, otro toro con el que apostó y en el que fue prendido espeluznantemente en el ecuador de la faena. Siguió con la obra a base de entrega y pundonor, siendo finalmente ovacionado tras despenarlo de estocada. Y la ovación mientras abandonaba la plaza fue atronadora.
Fernando Fernández Román (República)
El toro en cuestión era colorado de capa, ojo de perdiz, de cuerna acaramelada y un peso de 595 kilos. Un boyancón, altón, brutote y mansueto. Su salida fue saludada por Fonseca con dos largas cambiadas de rodillas en el tercio y un valeroso toreo de capa por chicuelinas. Era su última oportunidad. Un triunfo en Madrid, a final de año, significaba para este manito de 25 años la dulce guinda a su corta etapa como matador de alternativa. Su primer toro, de Cortés, abanto y cornalón, había sido protestado por un sector de público con ese "miáu" escandaloso y miserable que usan las gentes de nula sensibilidad que se sientan en la piedra berroqueña del tendido. Las mismas que 24 horas antes habían motejado sin piedad a unos adolescentes que acudieron a torear a las Ventas –sin caballos de picar--, dinamitando su carga imponente de ilusión y esperanza.
A lo que íbamos: este de Toros de Cortés, "Bolero" de nombre, fue el toro de la corrida, el que más y mejor apretó en varas, el más bravo y encastado, acudiendo con alegre movilidad a la muleta de Fonseca en una faena donde se vieron pases largos y templados, bien ligados, con el torero bien encajado, entre una censura sonora y terrible. Fonseca no es un exquisito, cierto es; pero no merecía el desprecio que "atesora" la mentecatez de una afición definitivamente desnortada y a la deriva, provocando además la desmesura de un trasteo rematado con una estocada defectuosa, propiciando el sonido de un aviso. Por tanto, ¡ahora o nunca!, debió pensar el muchacho de Morelia. Y se fue para el toro como un jabato, tirando su moneda a cara o cruz.
Sin embargo, este colorado era un barbián de siete suelas, por lo cual, el arrojo del torero –nunca reconocido– acabó en una cogida espeluznante. El toro lo prendió horriblemente, lanzándolo al aire, haciendo un ovillo de nácar y oro por el suelo, restregándolo por la arena y metiendo el astifino caramelo del pitón por el espaldar de la chaquetilla. Unos milímetros más profundo el derrote, y le saca las entrañas al muchacho. Volvió a la cara del toro con la suya ensangrentada por la de la bestia, y siguió toreando de rodillas, asómbrense, ¡con una sonrisa en los labios! Todo esto provocó que el resto del público –los del miáu no cuentan– se pusiera en pie y le tributara a este Fonseca una delirante ovación –¡viva México, carajo!–, como si quiera demostrarle su admiración y respeto, que es lo mínimo que debe primar en una plaza de toros de supremo rango, como la de Madrid. Pues, nada: palmas de tango. Entró a matar o a morir Fonseca y la espada se atravesó, desluciendo tan dramático final. Cuando descabelló al primer intento, aún sonaron, además de un aviso, más palmas de tango. Ni siquiera le permitieron dar la vuelta al ruedo.