Prosigo, a sabiendas que el cúmulo de frases y palabras que aluden al toro y su lidia es virtualmente inagotable. También a que todo ese esplendor léxico tiene su origen en nuestro admirativo apego por un hermoso y totémico animal, ocupante ancestral de incontables mitos y leyendas, fábulas e historias, en cuyo centro campa soberano el enigma de su bravura, el temeroso respeto a su fiereza, la acendrada devoción por quienes sean capaces de domeñarla para descubrir, al hacerlo, las infinitas posibilidades del arte.
Y también está lo otro, la animadversión programada, el catálogo de insultos dictados por la incomprensión, la ceguera o el odio, manifestaciones y modas propias del siglo y el mundo que vivimos. Después de todo, exhiben a ambas especies tal cual son: la una tan arrogante y temible como noble; la otra, más temible aun, precisamente por su ausencia de nobleza.
Hay frases como "la hora de la verdad", "coger al toro por los cuernos", "abrirse de capa", "cambiar de tercio", "hacer una faena de aliño" o actuar "mirando al tendido" que ya forman parte del sentido común y la sabiduría populares. Algunas de ellas han trascendido incluso los límites del mundo hispanohablante. Y por otro lado están las otras, limitadas al ambiente taurino y que, sin embargo, no dejan de encerrar un contenido filosófico innegable, pues no cabe duda que "se torea como se es" y "el toreo es una fuerza del espíritu", enunciados ambos de Juan Belmonte... con lo que queda dicho todo.
El lenguaje y la corrida
Más abundantes son las alocuciones que, para poder entenderse a cabalidad, exigen cierto conocimiento de la historia y el sentido de las corridas de toros. Un ejemplo recurrente es el famoso "no hay quinto malo" que heredamos de la época en que no se sorteaba y era el todopoderoso ganadero quien asignaba el orden de lidia de sus toros, procurando que el mejor de sus astados ocupara el quinto lugar; hasta que Luis Mazzantini impuso el sorteo para evitar que Rafael Guerra "Guerrita", la figura más influyente de aquel tiempo, fuera generalmente el beneficiario. O lo que la lógica de la lidia le dictó a Costillares para que explicara, en el castizo lenguaje del tercio final del siglo XVIII, las razones de su invención del volapié: "a toro que no parte, partirle", dicen que dijo.
Y como ésta, muchas más surgieron ante la necesidad de resolver problemas provocados por las condiciones aviesas del largo catálogo de bichos avisados, meneados, geniudos, moruchos o marrajos que a menudo salían. Recursos que el medio taurino, con silvestre y pícaro ingenio, supo nombrar tan gráficamente como cuando se hablaba del "par a la media vuelta", las "faenas sobre piernas" y las estocadas "a paso de banderillas" o "echándose fuera". Y como éstas, tantos dichos y frases que se fueron agregando al peculiar lenguaje de las corridas de toros hasta integrar un catálogo de riqueza y abundancia sin paralelo, imposible de encontrar en el habla de los espectáculos públicos tradicionales, sean antiguos, modernos o contemporáneos. No hay deporte, por otra parte, capaz de competir en el terreno de su vocabulario particular con el de las corridas de toros.
Unas y otras, las de aplicación universal y las exclusivas del habla taurina, conforman un sistema léxico tan variado y vivo que tendría que hacernos repensar a nosotros taurinos, pero también a los antitaurinos y al hablante común, acerca de los alcances profundos de la tauromaquia como sistema artístico con una problemática permanentemente actualizada que han de resolver tanto el matador en turno como cada actor esencial o secundario, artista, artesano o auxiliar de la lidia. Problemática capaz de producir unos frutos artísticos cuya expresión oral refleja una complejidad y una riqueza dignas de estudio, y explican la intensidad de los goces, pasiones y controversias provocadas a través del tiempo por la corrida de toros y sus protagonistas. El principal, el toro.
Primer tercio
Ya han "partido plaza" las cuadrillas y cambiaron la seda por el percal. Ya se abrió la "puerta de los sustos" –"toriles", "chiqueros" o como se le quiera llamar—y un peón se apresta a "correr al toro a una mano" –práctica hoy en desuso, como la misma forma de nombrarla–. Obviemos el nombre asignado a cada suerte, con todas las sutilezas y matices desarrolladas a través del tiempo, desde el vocablo general "lances de recibo" o "de saludo" a precisiones utilizadas para distinguir la verónica clásica de la que se dio a pies juntos, más la variedad de "parones", "mandiles" –"delantales", en España– y demás.
Hablemos de la palabra "quite": de las expresiones típicamente taurinas es probablemente la primera en uso, aceptación y aplicación universal. En su origen significó algo tan común como acudir en auxilio del picador caído o el lidiador en apuros; luego derivaría, ya en pleno siglo XX, en un exuberante repertorio de lances cuya designación particular solía aludir al creador de cada una de dichas suertes de adorno, ya distinguible el primitivo quite de emergencia del de lucimiento a la salida del caballo, o incluso sin mediar puyazo. Hasta que el insigne artista mexicano Pepe Ortiz desbordó con su inspiración todos los diques de la estricta denominación particularizada, pues era capaz de crear sobre la marcha un quite nuevo, o una combinatoria no menos inesperada y .
Ortiz, el Orfebre Tapatío, daría, con su hermoso ejemplo, el mayor mentís a la monotonía de quienes redujeron el repertorio de quites a la "chicuelina" y la "gaonera", pero ya la Tauromaquia dictada por Pepe Hillo a José de la Tixera a finales del XVIII, describe una frondosa variedad de lances de capa, de la "navarra" a la "aragonesa" al "lance de frente por detrás". Busque usted una variedad semejante en ingenio y número en el léxico de cualquier actividad deportiva. O, mejor, no se preocupe por hacerlo. Porque no la va a encontrar.
Segundo tercio
Lo de dividir la lidia en tercios también invadió pronto el habla coloquial –vamos a "cambiar de tercio", dice el entrevistador a su entrevistado en cualquier programa informativo o de opinión–, lo que en tauromaquia puede tener dos significados: el cambio de tercio ordenado por el clarín, o el llevar al toro de un tercio a otro del redondel, ya sea que lo haga un subalterno o el matador en turno.
Pero estamos en el segundo, es decir, en el de banderillas. También aquí, como en el tercio de varas, hay, para cada tipo de par, una denominación ad hoc. Y aunque lo común es ver banderillear "al cuarteo" a casi todos los toros, no por ello dejan de haber un jugoso repertorio de pares al "sesgo" o al "quiebro", "cambiando el viaje" o de "poder a poder", además de la posibilidad de hacerlo "por los adentros" –es decir, pasando el banderillero entre el toro y las tablas— o en terreno abierto, al encuentro, al "relance" a "topacarnero" o a la "media vuelta"; de "sobaquillo" o "asomándose al balcón", a "toro pasado" o "cuadrando en la cara"… Y así sucesivamente.
Último tercio
La palabra "faena" superó sus orígenes náutico y rural para designar inequívocamente el quehacer del matador muleta y estoque en mano. Hoy es muy difícil que alguien que hable español no la asocie mentalmente al sentido que le otorgó la tauromaquia. Dentro de la faena, como sabemos, cabe un extenso repertorio de pases que va mucho más allá del toreo en redondo, basado en la antigua distinción entre el muletazo "natural" –por el pitón del mismo lado de la mano que maneja el engaño—y el "cambiado" o "contrario". Lo cual nos lleva directamente al asunto de los terrenos, identificados a su vez como "naturales" –el hombre que torea situado del lado de las "tablas" o "adentros" y el astado entre su lidiador y el centro del ruedo (los "medios").
Obviemos la variedad de nombres aplicados a cada tipo de muletazo de lucimiento o adorno, donde cabe lo mismo toreo fundamental que "remates", "desplantes", "abaniqueos" y demás, para fijar nuestra atención en la "faena de aliño", extraviada a favor de la necedad de perder el tiempo buscándole "las cosquillas" a tanto toro con el que no es factible la faena triunfal.
Esta manía, impuesta por públicos ignotos y espadas incapaces de llevarles la contraria, data de bastante tiempo atrás y hoy se lleva insistentemente a cabo con bureles quedados y de marcada sosería, pero no existía cuando las dificultades de la casta devenida "genio" obligaban al torero a "abreviar" el trámite apelando al toreo de "dominio", que solía ser tan interesante como meritorio e incluso bello –por ejemplo al "doblarse" con el toro para castigarlo, rematando perfectamente cada muletazo hasta hacer que el cornúpeto "sacara la lengua" y quedara en actitud de "pedir la muerte" –, o podía convertirse en inapelable derrota del matador cuando se le veía trastear de cualquier manera, "sobre piernas" y con notoria "pérdida de terreno". Era entonces cuando, en lenguaje antiguo, "el que toreaba era el toro".
La estocada
El acto supremo de dar muerte al toro, "la hora de la verdad", conoció desde tiempo inmemorial una variedad igualmente perdida con el tiempo en favor del casi invariable volapié; solamente Manzanares hijo, Joselito Adame y algún otro nos regalan eventualmente con la ejecución de una buena estocada en la suerte de "recibir", por lo general confundida con la que se da "a un tiempo" o "a toro arrancado". Y mejor no hablar del descabello, ese recurso que tuvo cultores eximios como los Gallos –Rafael y Joselito– y Roberto Domínguez, o virtualmente infalibles, como el primer Vicente Barrera o Diego Puerta.
Merece mencionarse, sin embargo, que el empleo del "ayudado" o espada simulada que los matadores acuden hoy a cambiar por el estoque de verdad cuando juzgan consumado lo medular de su faena inició su historia con un certificado médico presentado por Manolete luego de una fractura de clavícula –y la consiguiente pérdida de fuerza en el brazo– sufrida en la plaza de Alicante en 1945. Es decir, que lo que hoy es un hábito empezó siendo una excepción.
Nuevamente, el espacio nos obliga a dejar este recuento para una ocasión futura. Pero el compromiso con el lector está hecho y, desde luego, pronto habrá una tercera entrega.
Nota del editor: La imagen que ilustra este artículo corresponde al gran cronista radiofónico Paco Malgesto, y fue obtenida del archivo de la Mediateca del INAH.