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Viñeta: De Castilla a Castilla

Martes, 19 Sep 2023    Cali, Col.    Jorge Arturo Díaz Reyes | Foto: Plaza 1   
"...La petición de oreja para Juan de Castilla fue ruidosa y..."
Hay un trecho largo del popular barrio Castilla de Medellín, al centro de la Castilla histórica, mar de por medio. Pero, para un joven torero que busca confirmarse allí, ese trecho es más largo y tortuoso, y ese mar es más hondo y azaroso. El domingo pasado, Juan de Castilla lo completó.
 
En verdad, no lo esperaba mucha gente allá. En la televisión, sí. Cuando le cedieron los trastos, fue al micrófono y dijo: "Por mis viejos que están tan lejos, pero me han dado el motor para llegar hasta aquí".
 
"Tronador II", cuatreño, cárdeno, buenmozo de amplia cuna, con el aristocrático hierro de Pablo Romero a cuestas, lo miraba desde los medios, ajeno a sentimentalismos, palabras y dramas íntimos. Lo que quería era pelea. Pero ya se había visto que traía más ganas que fuerza para darla. Cayó y cayó en los primeros tercios. El publico protestó y protestó, y don Ignacio Sanjuán Rodríguez, repantigado en su elevado palco, lo ignoró y lo ignoró. Como hizo toda la tarde. Inexpresivo, en uso de sus atribuciones legales y considerando aquí "el que manda soy yo", dejó pasar.
 
Con el público de los pelos, al paisa no le quedó de otra que apuntalar al defensivo blandengue con su templada muleta. Con tanto acierto lo hizo que no volvió a caer y obedeció a media altura. Torear no solo es potenciar las virtudes del toro sino resolver sus problemas. La concurrencia que fiera clamaba devolución, se calmó y tanto agradeció que ya estaba lista para premiarle. Pero pinchó y pinchó. Aunque siempre arriba eso sí. Nada.
 
Le quedó entonces, última carta para marcar la efeméride, el imponente "Preso", de la ganadería desafiante, Sobral, muy cebadagago, en su empaque burraco de 590 kilos. César Rincón y su señora Natalia le observaban desde el tendido. Y él, como una reminiscencia de aquel ya lejano miércoles 26 de mayo de 2004, reaparición post-hepatitis del maestro bogotano en Las Ventas, a plaza llena, con ese "Chiflado" Torrestrella, (estábamos ahí, Quinito II, Germán Wolff, que en paz descansen ambos, y yo). Tal cómo César entonces, clavó pies en el platillo adelantó la mano y de muy largo aguantó el incierto galope una y otra vez. El toro, igual que el otro, tenía sus intenciones y desviaciones, que obligaban tragar y pagar caro cada una de las cortas pero intensas tandas que impartió.
 
Caras, caras, caras…, cotizadas por la dificultad, el aguante y el riesgo asumido. Además, la estocada fue leal, en sitio y eficaz. La petición de oreja fue ruidosa y mayoritaria. ¿Faltó un pañuelo? No creo. ¿Qué faltó? Usía indiferente, no dijo ni "mú". De consolación, fervorosa vuelta con los ojos encharcados. Bien, vale, si así fuese todas las veces. Pero de haberlo sido, quizá no se hubiese concedido, ni el sesenta por ciento de las orejas pastueñas y manirrotas que han abundado. El toro es la medida, ¿sí o no?
 
Y otra cosa, cuando Octavio Chacón penaba por estoquear al segundo, que se llevó dos avisos, el maestro de toreros Eduardo Dávila Miura, exclamó: "hay que buscar los bajos", y don Domingo Delgado de la Cámara, maestro de aficionados, replicó, urbi et orbi: "pues claro que hay que ir a los bajos".


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