A finales del mes de agosto siempre conviene hacer una remembranza de dos toreros muertos de manera trágica: Manuel Rodríguez "Manolete" y José Cubero "Yiyo". Ambos igualmente admirados y caídos en distintas plazas de la geografía taurina española: Linares y Colmenar Viejo, respectivamente. Ambos distanciados en el tiempo, pero unidos por un halo trágico que segó sus respectivas vidas en etapas bien distintas de sus carreras taurinas.
Si de Manolete dicen que ya iba de salida, hastiado por la presión de los públicos y la presión de nuevos toreros Yiyo venía de subida, y había despertado una gran expectación entre la gente, especialmente en aquellos buenos aficionados madrileños que ya percibían en su carismática personalidad, a un ídolo en ciernes.
Pero ahí está el toro del verano, siempre al acecho, dispuesto a cobrarse su cuota de sangre en agosto, sin saber de quién se trata. Porque ni siquiera distingue entre una figura consagrada o un torero de nuevo cuño, ni tampoco a una chica cómodamente apostada en una esquina al paso de un encierro de pueblo.
Ésa millenial cuya imagen se ha vuelto viral en los últimos días, luego de que un novillo de pelo colorado le echó mano de fea manera cuando ella, desdeñosa, tal vez pensó que no le iba ocurrir nada, y hasta se iba a aventurar a tomarse una selfie sin imaginar siquiera que aquel podía ser el último gesto de vanidad de su existencia.
El impacto que provocaron las muertes de Manolete y de Yiyo fueron similares, no obstante que en la época de ellos dos aún no vivíamos inmersos en la vorágine mediática de las redes sociales, la serpiente de mil cabezas que hoy día ofrece una mirada descarnada al mundo atroz en el que vivimos.
Porque esa grave cornada en la femoral, también vino a recordar la que sufrió Manolete en Linares, pero en otra circunstancia bien distinta a la que esa joven, supuestamente antitaurina, padeció ante el asombro no sólo de aquellos que presenciaron este dramático suceso, sino de los millones de personas que lo han visto a través del video que anda circulando por ahí y que ha dado pie a un tsunami de comentarios de lo más variado, en los que, por desgracia, en muchos de ellos se pueden advertir los disparos de la vileza humana.
La diferencia con las cornadas mortales de Manolete y de Yiyo –al que le partieron el corazón– fueron ejerciendo su noble y vital oficio –además de peligrosísimo– de matadores de toros, que acabó por convertirlos en mártires y leyendas de la tauromaquia.
Pero lo de la pobre chica con actitud despistada, o quizá hasta un tanto arrogante, en pocos días se irá diluyendo en la corriente de la cloaca de la información de consumo masivo, en el vertedero al que suelen ir a parar estas desgracias cotidianas. En su caso, sin arte de por medio, sin grandeza, ni gloria, la que supone desafiar al toro mirándolo a los ojos… y respetando su verdadera esencia.