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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 24 Ago 2023    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...Porque Manolo fue el torero de La México, indiscutiblemente..."
En días recientes se cumplió un nuevo aniversario luctuoso de Manolo Martínez, que aquel 16 de agosto de 1996 dejó una rica estela de triunfos que aún perviven en la memoria y el emocionado recuerdo de quienes tuvieron la fortuna de presenciarlos.

Y fueron, sobre todo, las grandes faenas que cuajó en la Plaza México, "su" plaza, ahí donde se erigió en el mandón y conquistó unas cifras impresionantes para la posteridad: 10 rabos cortados o 10 encerronas, vividas a lo largo de los 91 paseíllos que ya serán inalcanzables para las generaciones posteriores, de entonces y de ahora.

Porque Manolo fue el torero de La México, indiscutiblemente, y aunque en los 77 años de historia del coso se han realizado una considerable cantidad de faenas icónicas, la trascendencia del norteño en este escenario sigue siendo un referente de lo que significa ser una auténtica figura del toreo, capaz de provocar la catarsis.

Haciendo una reflexión al respecto de su tauromaquia, la más refinada para entender al toro mexicano, su importante legado se va perdiendo en el tiempo en una época en que la llamada "escuela mexicana del toreo" había encontrado a su mejor exponente: un torero en el que confluyeron la elegancia de Rodolfo Gaona; el poderío de Armillita; la personalidad del genial Lorenzo Garza; el temple de Silverio Pérez, o el infinito trazo de Manuel Capetillo.

Parafraseando al maestro Pepe Alameda, ahí está precisamente el hilo del toreo de este México surrealista, mágico, en el que la expresión artística forma un abigarrado sentimiento, a través del que el toreo encuentra un cauce maravilloso, dotado de un sello propio.

De hecho, y salvo contadas excepciones, la escuela martinista del toreo aportó la valoración de los tiempos y las pausas; las alturas de los engaños y el juego de las muñecas; la cadencia y el ritmo… y, quizá lo más complicado, aquella compenetración con el toro de estirpe San Mateo-Llaguno, del que fue un profundo conocedor.

Y es que Manolo, con su toreo, fue ese gran catalizador de un concepto ganadero del que él iba a ser uno más de sus mejores exponentes. Pero la muerte se le atravesó antes de tiempo, y de su interesante trabajo en el campo bravo si acaso alcanzó a bosquejar varios toros inmortales como "Zalamero" y "Desvelado", "Giraldillo" o "Pavito", inmortalizados en la mismísima Plaza México.

La estilística de los toreros mexicanos de la actualidad, con excepción de unos cuantos, ha mirado más hacia España desde que muchos decidieron que, para hacerse figuras era necesario proyectarse desde la otra orilla del Atlántico. Y así fue como la fantástica enseñanza del mandón ya sólo permanece en el imaginario de una determinada élite de aficionados de cierta edad, que siguen anteponiendo su nombre como un rasero de medir toreros.


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