Cuando sale al recuerdo el nombre de Eduardo Solórzano, generalmente se nos presenta en lo que parece ser un discreto segundo plano. O lo traemos a la discusión como el hermano menor de El Rey del Temple, o ya activo en el ruedo, en esa especie de "tercer hombre" en la tarde en la que Silverio Pérez le confirmó su alternativa a Manolete en "El Toreo" de la Condesa.
Y si nos acercamos más en el tiempo tendremos presente a un eficaz y eficiente funcionario de la Casa Domecq o al que junto con el doctor Alfonso Pérez Romo y don Julio Díaz Torre, orquestó el giro copernicano que dio a la arista taurina de nuestra Feria de San Marcos mucho del sentido que actualmente tiene, por allá de mediados los años ochenta.
Pero Eduardo Solórzano, el torero, escribió en los ruedos su propia historia, quizás no tan prolija como la de su hermano Jesús y tuvo también en su hacer ante los toros el argumentario para haber podido reclamar, en su día, un sitio de figura del toreo. El recuento final quizás no lo acredite así. Sin embargo, dejó obras suficientes para tener en la historia del toreo un espacio propio a su nombre, con hechos y realizaciones que merecen ser reconocidos y es por ello que hoy me voy a ocupar de su paso por los ruedos.
Eduardo Solórzano había emigrado desde Morelia a la capital de la República a mediados de la década de los veinte del pasado siglo para buscar empleo y así apoyar a los suyos. Se pudo colocar en la Dirección de Alumbrado Público como inspector y también allí empezó a seguir los pasos de su hermano mayor, quien buscaba ser torero. Al final, la historia nos enseña que su hermano, en esos días, fue el ganador de la "Oreja de Plata" de 1929 y que, en retribución, recibió la alternativa en la Temporada Grande siguiente.
Eduardo se presentaría en "El Toreo" de la Condesa el domingo 21 de septiembre de 1930. Lo haría en un festejo "de oportunidad", penúltimo de esa temporada de novilladas, en el que junto con Miguel Gallardo "El Diablito", César Rendón "El Tepiqueño", Jesús Monroy, José Ledesma "El Garcero" y Rafael Chávez, enfrentarían un encierro de Malpaso. En la misma tarde, se ofrecía como fin de fiesta, la lidia del toro "Pregonero" de Rancho Seco, por parte de Jesús Guajardo "El León de Mixcoac", mismo que el domingo anterior había sido enfrentado a un león, saliendo victorioso. Rafael Solana "Verduguillo", en su juicio crítico del festejo, aparecido en "El Taurino", salido a los puestos el jueves 25 siguiente, consideró:
"Tiene el mismo estilo de su hermano Jesús, quien probablemente le dio las primeras lecciones... Desde luego Eduardo Solórzano es un valiente de verdad; no le asustan los pitacos. Torea muy despacio, tanto con el capote como con la muleta, y entusiasma y emociona por lo cerca que se pasa al enemigo... No vacilo en asegurar que será uno de los ases de la próxima temporada novilleril... Es banderillero fácil, y en todo momento está en su sitio. Hoy conquistó un triunfo auténtico; es un torero de porvenir... Debe corregir el defecto que tiene a la hora de herir, lleva siempre el brazo suelto, y la mano izquierda muy alta. Desaparecido este detalle, Eduardo ocupará sitio envidiable...”
Así pues, uno de los críticos más avezados y que más toreros habían visto en la última década, consideró que en Eduardo Solórzano había un torero importante en ciernes. Y en retrospectiva, creo que no incurro en error al afirmar que no se equivocó.
Su viaje a España en 1933
Los hermanos Solórzano salieron rumbo a España a principios de abril de 1933. El Rey del Temple convalecía del cornalón que apenas el 26 de febrero anterior le había inferido "Lancero" de Rancho Seco y que al final de cuentas le vino a arruinar su campaña española. Cuenta su sobrina doña Carmen Madrazo, que Eduardo tenía por tarea el dar masajes a su hermano en la pierna herida, con la finalidad de reanimarle la circulación en el miembro lesionado.
Ya en Madrid, el apoderado de Jesús, don Antonio Barrera, puso a su hermano en contacto con don Juan de Lucas, quien era empresario de la plaza de Vista Alegre de Carabanchel, quien además apoderaba toreros, y éste le ofreció colocarlo en alguno de los carteles que ofrecería en esa plaza. Para prepararse, se fue con Jesús a Jandilla, la finca a la que don Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio había trasladado el ganado que adquirió en 1930 de Manuel Martín Alonso y que eran originariamente la ganadería del Duque de Veragua y que un par de años antes había aumentado con ganados de origen Parladé provenientes del Conde de la Corte, la Marquesa de Tamarón y de Ramón Mora Figueroa.
Fue allí, en Jandilla, donde Eduardo Solórzano tuvo su primer contacto con el toro español y se preparó para iniciar su andadura por aquellos ruedos. Seguramente fue uno de los toreros que tomaron parte en el proceso de selección de las pocas vacas veragüeñas que permanecieron en el hato de Domecq, pues el grueso del ganado de ese origen se dejó fuera de la base de la ganadería que actualmente es el origen del encaste mayoritario del toro de lidia español.
Domingo 4 de junio de 1933
Fue en la plaza de Vista Alegre, la popular "Chata" de Carabanchel, donde se estimó que Eduardo Solórzano debería salir a demostrar a la afición y públicos sus cualidades como torero. Para el efecto, se anunció un encierro de don Celso Pellón, ganadería formada inicialmente con ganado de Campos Varela y aumentada después con sementales de Santa Coloma, para Félix Fresnillo "Varelito II", el riojano Vicente Martínez "Niño de Haro" y el debutante mexicano Eduardo Solórzano.
La impresión que causó el joven torero moreliano al público de Madrid que acudió a Carabanchel en lugar de asistir a la corrida que en la misma fecha se dio en la plaza de la Carretera de Aragón, e igualmente a la prensa especializada, fue extraordinaria. Escribió R. Solís en "El Heraldo de Madrid":
"Lo da la tierra y además de casta le viene al galgo. Eduardo Solórzano, hermano pequeño – no por la estatura– del matador de toros que en estas tierras conquistara fama y gloria, y que ahora nos dice: "¡Ése es mi hermanito!", y lanza a la fiesta brava la figura de este mozo espigado y cimbreño que muy pronto, muy pronto, se alzará en todos los ruedos españoles como supremo artífice de la torería, dueño y señor de la técnica y del dominio y encarnación suprema del buen arte de torear… ¡De Méjico ha llegado un torero, señores!... De Méjico y más le cuadrara haber venido de Ronda o de Sevilla o de Córdoba la Sultana o de las marismas de Andalucía la baja, porque la gracia de su estilo y la fina solera de su arte y la afición que echa a las suertes pregonan el casticismo de su cuna… Porque Eduardo Solórzano, después de lo de ayer, no apuntó, «dibujó», que como torero ha de ser muy pronto figura máxima de la torería. Y si no, al tiempo…”
En el ABC madrileño, M. Reverte hizo las siguientes reflexiones:
"Otra novillada bien organizada se celebró el domingo en esta plaza. Se lidiaron toros de Campos Varela, que fueron de buen tamaño, cornalones y de excelente presentación. Pelearon bien con los caballos, especialmente el cuarto... Eduardo Solórzano causó excelente impresión. Toreó muy bien de capa a su primero. Maneja el capote con suavidad y apuntó fineza y buen estilo. Se le aplaudió mucho, así como en el tercio de quites. Puso dos pares de banderillas, y en uno de ellos sufrió un serio achuchón. Con la muleta siguió mostrando dominio y modos de buen torero. Mató de dos pinchazos y media atravesada, y después de dar la vuelta al ruedo pasó a la enfermería...".
Y por su parte G. Carrión, en “La Voz”, escribió en su crónica el siguiente relato:
"La presentación en esta plaza del novillero mejicano Eduardo Solórzano había despertado gran interés, pues venía precedido de un cartel estimable. Su debut respondió a la expectación. Con el capote toreó de forma admirable, parando, templando, cargando la suerte, adelantando la pierna, llevando las manos bajas; toda la técnica del toreo clásico, macizo, verdad. El público, entusiasmado con la labor del torero mejicano, le aclamó en cada lance y al final la hizo objeto de una gran ovación. La faena de muleta, valiente y lucida, no estuvo a tono con los lances, pero fué también muy aplaudida. Banderilleó a este novillo con facilidad y soltura. Con el acero pinchó tres veces. Se le ovacionó y dio la vuelta al ruedo, pasando después a la enfermería, de donde ya no salió. Un debut brillante y prometedor de mejores tardes…".
El parte facultativo
Los doctores Verdú y Lumbreras, encargados del servicio médico en la plaza de Vista Alegre, rindieron el siguiente parte de las lesiones que impidieron a Eduardo Solórzano salir a lidiar el sexto de la tarde:
"Durante la lidia del tercer toro ha ingresado en la enfermería el espada Eduardo Solórzano con una distensión ligamentosa en la articulación del pie derecho, que le impide continuar la lidia".
Varias de las crónicas, sobre todo las publicadas en los diarios "Ahora", "La Tierra" y "Luz" cuestionaron la gravedad de la lesión y el pundonor del diestro y la necesidad de que los médicos decretaran que no podía continuar en la lidia. Por su parte, doña Carmen Madrazo narra en sus apuntes relativos a la vida del torero, que la realidad es que el sexto novillo de Celso Pellón fue desechado por los veterinarios y fue sustituido por uno de Leopoldo Abente, viejo y corraleado, y por consejo de don Juan de Lucas, se emitió el parte para que no tuviera que salir a lidiarlo.
Sus números finales
Eduardo Solórzano, de acuerdo con el semanario "Toros y Toreros", fue uno de los tres novilleros mexicanos que actuaron en España ese 1933 –los otros dos fueron Lorenzo Garza y Luis Castro "El Soldado"– y sumó nueve tardes en plazas como la mencionada de Vista Alegre y las de Tetuán, La Línea de la Concepción y Barcelona.
Eduardo Solórzano permanecería en España hasta el año de 1936, esperando recibir la alternativa hasta el final de esa temporada, pero entre la ruptura de las relaciones entre las torerías de España y México y la Guerra Civil, que estalló el 18 de julio, lo hicieron volver a México a obtener el grado aquí tres años más tarde. Pero de esos asuntos habrá espacio y tiempo para escribir en su momento, pues bien merece la pena seguir recordando a este torero moreliano. (Continuará).