El domingo pasado en la plaza de Madrid hubo dos gestas: la primera protagonizada por Emilio de Justo que, desde días antes, se había anunciado como único espada para lidiar seis toros de distintos encastes; y la segunda, la estelarizó Álvaro de la Calle, el sobresaliente que dio la cara con cinco toros cuando el actor principal de la corrida resultó lesionado.
En el caso de Emilio, se tratada de una figura del toreo en plano ascendente; en el de Álvaro, un torero modesto que tiene años cobrando los mínimos saliendo en esa calidad precisamente, la de sobresaliente, sin apenas oportunidades de intervenir en quites.
Y como será la suerte de caprichosa, que aquél que estaba preparado para torear seis toros en Madrid, y había generado una gran expectación, se fue para adentro luego de echarse encima del enrazado toro de Pallarés, que lo volteó de forma espeluznante en la estocada, para dejarle libre el camino a De la Calle, que seguramente no imaginó que iba a tener una oportunidad de esta magnitud para darse a conocer.
Porque aquella primera faena de De Justo marcó la corrida y dejó en claro que ahí no iba a haber ninguna concesión. Que se marcharía de la plaza en plano triunfal, a hombros, o en brazos de las asistencias, por la puerta de la enfermería, como así sucedió. Porque ya había asumido el difícil reto de encerrarse en Las Ventas, un territorio vedado para muchos.
De hecho, en todas las anteriores encerronas en la plaza de la calle de Alcalá, nunca había sucedido lo que ocurrió ahora; es decir, que el espada titular se fuera "al hule" al comenzar la corrida y le dejara paso libre al sobresaliente. Quizá ni el mismo Álvaro de la Calle imaginó verse en una circunstancia como ésta, nada fácil, muy comprometedora.
Pero cuando un torero tiene bien aprendido el oficio, sólo es cuestión de dar la cara y tirar p’alante, como lo hizo Álvaro en una actuación muy digna, "de respeto", según sus propias palabras, que le granjeó la admiración de profesionales y público en general. Pero no sólo de los que estaban en los tendidos, sino también los miles que estábamos observando la corrida a través de la televisión.
La Fiesta siempre tiene sorpresas… y enseñanzas. El domingo se vivieron dos, en concreto, que vienen a recordarnos la importancia del "factor incertidumbre", ese que le confiere una magia especial a un espectáculo cargado de valores, donde el toro, siempre el toro, va dictando el guión de tardes como ésta.
Al cabo del tiempo, quedará la feliz anécdota de que Emilio de Justo no tuvo un fatal desenlace, y que Álvaro de la Calle resolvió la papeleta con una gran entereza. Dos hombres, y dos toreros, cada uno marcado por sus propias circunstancias.