Una de las grandes guerras civiles que registra la Historia de México es la llamada Revolución Mexicana, con la que, diría, se abrió el siglo XX en nuestro país. Los historiadores señalan que uno de sus saldos negros fue la causación de un millón de muertes, pero omiten o no mencionan otra cuenta, aquella que debe sumar el importante número de familias y de personas, que, huyendo del horror de la violencia, emigraron a otras tierras buscando horizontes de tranquilidad para desarrollar sus actividades y sacar adelante a sus allegados.
Ese fue el caso del matrimonio formado por Benjamín Córdoba Razo y María de Jesús Ramírez, quienes durante el año de 1920 tomaron sus bártulos y el camino hacia el Norte, con la intención de establecerse en los Estados Unidos de América y así formar en paz a su familia. Decía un tío abuelo mío –reclutado por el ejército y enviado al frente europeo en la Primera Guerra Mundial– que pasó por lo mismo, que en aquellos años las leyes migratorias americanas no eran tan duras y que bastaba con que tuviera uno el cuarto de dólar que costaba el cruce del puente para que casi sin preguntas, le permitieran el paso a quien quisiera entrar.
Así, muchas de las familias mexicoamericanas que actualmente residen en diversos sitios de la Unión Americana, son descendientes de aquellos migrantes por necesidad del inicio del siglo pasado y se situaron no solamente en los lugares en los que la población tenía raíces nuestras, sino que entraron a las profundidades de los Estados Unidos –la familia de mi abuela fue a parar a Nebraska–, por lo que no nos debe resultar extraño encontrar casi paisanos en cualquier rincón de ese país.
Winfield, Kansas
Winfield, en el Estado de Kansas, es una ciudad fundada en el año de 1870 y nombrada así en honor de Winfield Scott, aquel que comandaba las tropas americanas que tomaron la Ciudad de México el 15 de septiembre de 1847. Ese fue el sitio, de unos 9 mil 500 habitantes, elegido por el matrimonio Córdoba Ramírez para retomar la vida familiar y es allí donde el 7 de marzo de 1927, diría un buen amigo mío, por un "mero accidente demográfico", nació su hijo Jesús, quien siempre se consideró originario de León, Guanajuato, pues de esa región eran sus padres.
Allí aprendió las primeras letras y conoció de la intolerancia de muchos hacia aquellos que tienen alguna diferencia con la mayoría. Eso le templó el carácter y le enseñó que para superar a esos que se conforman con integrar una mayoría, hay que cultivar las habilidades y las virtudes con las que uno cuenta.
De León, Guanajuato… ¡Para el mundo!
Es a finales de los años treinta que los Córdoba Ramírez regresan a León, Guanajuato, aunque el padre permanecería en Kansas para mantener su empleo en el ferrocarril local y allí Jesús Córdoba emprenderá sus estudios que llevará hasta la secundaria. Será también el lugar en el que tendrá por primera vez contacto con la fiesta de los toros. Escribe Ann D. Miller:
"...Asistió por primera vez a una novillada a los 16 años. Si tuvo alguna duda acerca de lo que era el toreo antes de esa tarde, ninguna le quedó después del festejo... la impresión que le causó lo que vio le decidió a ser torero. Junto con otros aspirantes, recorrió de un pueblo a otro y de ganadería en ganadería buscando la oportunidad de probarse y de aprender... Pronto pudo actuar en algún festival...".
El recorrer ganaderías le llevó a la que tenía Pepe Ortiz en la Hacienda de Calderón. Allí, frente a las vacas, "El Orfebre Tapatío" le advierte cualidades y le imparte sus enseñanzas. Jesús Córdoba tuvo la ocasión de adquirir el conocimiento de la real Escuela Mexicana del Toreo, la que viene en línea directa de Saturnino Frutos "Ojitos", en este caso por vía de Luis Güemes, que fue el mentor de Pepe Ortiz y éste a su vez, el formador inicial de quien sería después conocido mundialmente como “El Joven Maestro”.
Eso le permitió desarrollar una tauromaquia de una técnica impoluta y de un notable sello artístico. Así, llega al año de 1948 a una serie de novilladas que daba en el Rancho del Charro Juan Aguirre "Conejo Chico", prácticamente "calando" novilleros para después llevarlos a la Plaza México, pues después del fenómeno de "Joselillo" el doctor Alfonso Gaona buscaba noveles que le siguieran llenando la plaza en la temporada chica.
Conejo Chico le vio posibilidades al joven Jesús y se lo propuso al empresario de la gran plaza, quien lo presentó allí el 18 de julio de ese año, formando cartel con Luis Solano, Paco Ortiz y Rafael García. Los novillos serían de La Laguna, dando la vuelta al ruedo tras la lidia de "Apizaquito" y "Rondinero", cuarto y octavo del festejo, respectivamente.
Esa tarde, sin saberlo, Jesús Córdoba abría una de las etapas más brillantes de la historia del toreo en México. Al cabo de trece fechas, esa temporada de novilladas, la del 48, era la de "Los Tres Mosqueteros", pues con Rafael Rodríguez y Manuel Capetillo, se formó una terna de toreros que, trascendieron y llevaron el aire de la Fiesta mexicana a todos los rincones del mundo.
Ganó la "Oreja de Plata" en el festejo del 31 de octubre y ya se le empezaba a llamar "El Joven Maestro". Escribe Daniel Medina de la Serna:
"Sí todo iba bien hasta la sexta corrida, mejor iba a ir a partir de la séptima. El 18 de julio se presentó el primero de los que serían bautizados más tarde como “Los Tres Mosqueteros”: Chucho Córdoba, quien esa tarde dio dos vueltas al ruedo, pero llegó a completar ocho actuaciones, confirmando una a una que no era mentira aquello de El Joven Maestro...".
Recibió la alternativa el 25 de diciembre de ese 1948 en Celaya de manos de Fermín Espinosa "Armillita" con toros de Xajay y la confirmó el 16 de enero siguiente de manos nuevamente de Armillita y llevando como testigo a Luis Sánchez "Diamante Negro”, siendo ahora los toros de La Punta.
La confirmación en Madrid tuvo lugar el 21 de mayo de 1952, apadrinándole Pepín Martín Vázquez y llevando como testigo a José María Martorell, con toros de Fermín Bohórquez y en abril de 1953, la Feria de Sevilla será suya, cuando el 24 de abril corte una maciza oreja a un toro de Miura y al día siguiente, el de San Marcos, se lleve otra de un sobrero que los Maestrantes le obsequiaron, de Benítez Cubero.
De "Los Tres Mosqueteros", fue Jesús Córdoba el que tuvo mayor permanencia en los ruedos de ultramar, pues estuvo presente en ellos hasta bien entrados los años sesenta del pasado siglo.
La suerte para Jesús Córdoba tuvo los nombres de "Criticón" de La Laguna, "Luminoso" de San Mateo, "Muñequito" y "Cortijero" de Zotoluca, "Espinoso" de Xajay o “Pastelero”, también de La Laguna y la mala fortuna los de "Cañonero" de La Laguna, "Colmenareño" y "Gordito" de Jesús Cabrera o “Cumparsito” de Rancho Seco.
Jesús Córdoba, el hombre
La vida me dio la ocasión –la gran ocasión– de conocer y de tratar a Jesús Córdoba. La profesión de mi padre, que era médico, me acercó a un gran abanico de personas y un grupo importante de ellas fueron las que estaban relacionadas con la fiesta de los toros. A esa profesión de mi padre le debo –y le agradezco– mi afición, que me ha llevado por caminos insospechados y me ha permitido conocer a muchas personas de un gran valor.
La cercanía profesional de mi padre con Rafael Rodríguez y su familia devino en una cercanía familiar después. Mi amistad con Nicolás, el hijo de “El Volcán de Aguascalientes” me acercó a Jesús Córdoba, su padre político y me permitió conversar con él, de la vida y de los toros y en un par de ocasiones quizás, sentarme con él en el tendido de una plaza. Así percibí a un hombre de un carácter fuerte, pero sensible. De convicciones bien arraigadas y sin duda, enamorado de una fiesta a la que dio mucho y de la que también mucho recibió.
Ejemplo de esa firmeza es cuando se mantuvo en su posición de defender la libertad de asociación de los toreros ante el embate de las empresas, que querían utilizar a la asociación sindical de ellos como arma arrojadiza para fijar precios, plazos y fechas, y convertir a los artistas en una especie de funcionarios o burócratas que cobrarían un sueldo fijo y estarían siempre a disposición de esas organizaciones. Le costó terminar abrupta y anticipadamente su carrera en los ruedos y por la puerta de atrás…
Ejemplo de su sensibilidad es la buena familia que formó. Tengo la fortuna de conocer a su esposa y a sus hijos y la seguridad de afirmar que son personas de bien. En estos días eso es un activo invaluable y escaso. Se afirma con insistencia –casi hasta convertirlo en lugar común– que nadie nos enseña a ser padres. Hay mucho de cierto en ese aserto, pero se requiere, como ante los toros, echarse el trapo a la izquierda y darle a cada miembro de la casa la lidia que requiere, y como los dedos de una mano, no hay dos iguales. Para entender eso, se necesita sensibilidad, y mucha. De esa tuvo, y de la buena Jesús Córdoba.
Mañana se cumplen 95 años del nacimiento de Jesús Córdoba, repito, por un "mero accidente demográfico", en los Estados Unidos, pero era de León, Guanajuato de corazón. ¡Qué tenga un feliz día, allí donde se encuentre!