Sobre los excesos de la pasión taurina existen referencias de todo tipo. Su origen se remonta a las primeras edades del toreo y lo fueron nutriendo las sucesivas rivalidades de determinados diestros –caben aquí lo mismo emparejamientos célebres que fugaces– y, en paralelo, entre los partidarios de uno y otro, enfrentados por enconos y fanatismos que solían rebasar cualquier límite razonable.
Entre las parejas más célebres de la historia están Pedro Romero y Pepe-Hillo, Curro Guillén y Juan León, Curro Cúchares y El Chiclanero, Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Manolete y Arruza, Camino y El Cordobés. Y en nuestro país, Gaona y Sánchez Mejías, Armillita y Balderas o Garza y El Soldado, sin olvidar la larga querella que sostuvieron los seguidores de Manolo Martínez y Eloy Cavazos. Todos ellos suscitaron pasiones sin cuento y enfrentamientos no menos sonados entre sus respectivos partidarios.
Pero la rivalidad clásica, equivalente a la de Gallito y Belmonte en España durante la segunda década del siglo XX, la protagonizaron en el México de los años 30 Fermín Espinosa y Lorenzo Garza, respaldados por una prensa taurina a menudo parcial e irreductible. A tanto llegó su rivalidad que llevaría al sisma de 1939-40, cuando se dividieron en dos bandos, encabezados por cada uno de ellos, la torería y la cabaña brava nacionales, lo que afectó seriamente la marcha de la fiesta y generó fanatismos desbordados entre los incondicionales del de Saltillo y el de Monterrey. Un clima agitado y belicoso que, si bien vivificó el interés nacional por la fiesta de toros, a punto estuvo de terminar trágicamente en tarde marcada por los excesos de un antigarcismo galopante.
Atentado
Aunque las iras populares desatadas por la desaprensión o la inhibición de espadas famosamente desiguales desató reyertas en los tendidos y obligó a que piquetes policiales tuvieran que protegerlos de las iras populares –sirvan Rafael Gómez "El Gallo", Joaquín Rodríguez "Cagancho" o el propio Lorenzo Garza como ejemplos paradigmáticos–, nunca, que se sepa, la predisposición en contra de un torero, por desastrosa que fuera su actuación, derivó en un atentado como el que sufrió Garza como culminación de la tarde que había anunciado como la de su adiós definitivo, para el cual eligió el 28 de noviembre de 1943 y la plaza "El Toreo" de Puebla, ya que del público capitalino se había despedido en fecha anterior (21-03-43). Como en tantas ocasiones, Lorenzo alternó mano a mano con Luis Castro "El Soldado", toros procedentes del hierro de Piedras Negras.
"Don Tancredo" (Roque Armando Sosa Ferreyro) describiría así la insólita agresión:
"En el curso de la corrida llovieron unos papeles injuriosos azuzando a los aficionados contra el torero de Monterrey. Y ante el fracaso de las naranjas y los volantes agresivos, los complotistas decidieron recurrir al atentado personal: cuando Lorenzo, en hombros de la multitud, llegaba a las puertas del Hotel Colonial, un salvaje le propinó, a traición, fuerte golpe que le lastimó la cara, fracturándole dos piezas dentales y privándolo del sentido, mientras una intensa hemorragia le fluía por la nariz y la boca. En la confusión que se produjo, otro cobarde enemigo de Garza le tiró una cuchillada que le rasgó la casaquilla, sin que por fortuna llegara a la piel". (La Lidia, semanario. 3 de diciembre de 1943).
Lo primero que llama la atención es que no se trataba de castigar un desempeño catastrófico del espada objeto de la inesperada y brutal agresión, pues el párrafo citado informa puntualmente que aquel domingo de noviembre Lorenzo Garza acababa de tener una tarde gloriosa, cuya culminación fue la salida en hombros y su paseo por las calles de Puebla hasta un hotel situado a más de un kilómetro del coso. Los poblanos y forasteros que colmaban las 14 mil localidades de "El Toreo" local tuvieron la fortuna de presenciar una una de las faenas cumbres del regiomontano, cuya grandeza refleja claramente la misma crónica de Don Tancredo en La Lidia, semanario que él mismo dirigía y que cuenta entre las mejores y más reconocidas revistas de toros habidas en este país:
Apoteosis de Garza en Puebla
"Una vez más chocaron la yesca y el pedernal para provocar la llama de la pasión. El garcismo y el antigarcismo. Y una vez más, Lorenzo el Magnífico desplegó las banderas de su arte y batió los tambores de su valor, para marchar triunfalmente en hombros de la multitud y convertir en apoteosis su despedida de Puebla de los Ángeles.
Ninguno de los miles de aficionados que fueron a verlo por última vez, dejará de recordar con emoción y entusiasmo la postrera faena del torero regiomontano, que sin hipérbole puede considerarse como una de las mejores que ha realizado el famoso muletero. ¡Qué bien, que maravillosamente bien toreó Garza al bravo y noble "Campanero" de Piedras Negras, un toro que tuvo el tipo y la casta y la suavidad de la sangre de Saltillo! Lorenzo paró, aguantó, templó y mandó como en sus mejores tardes, y con una elegancia y un señorío personalísimos. Y en cada pase surgió el torero mandón, inspirado, segurísimo de sí mismo, cincelando filigranas en creación efímera y perdurable de plasticidad, de armonía, de emotiva belleza. Toda la verdad del toreo garcista lució esplendorosamente, pues el agotado "Campanero" llegó a la muleta muy lento en su embestida, y el prodigioso aguante de Lorenzo, y su torerismo, hicieron el milagro de brindarnos este trasteo de antología.
La faena de "Campanero" fue una síntesis del toreo clásico y moderno: el pase natural y el forzado de pecho, ayudados por alto y por bajo, los de costado, derechazos, medios pases girando, molinetes, de la firma, del Centenario, y la creación garcista de los naturales rodilla en tierra, y el forzado de pecho también arrodillado. La estocada fue defectuosa: delantera y caída; pero el mérito del trasteo –realizado al compás de "La Golondrina"– fue premiado con las dos orejas y el rabo del burel de Piedras Negras, y la ovación clamorosa, y tres vueltas al ruedo, y tres salidas a los medios, y el homenaje final de la salida de la plaza en hombros.
Hubo el lleno tradicional cuando torea Lorenzo Garza: se agotaron las localidades. Y al hacer el paseíllo, mientras los aficionados manifestaban su entusiasmo con palmas, confeti y serpentinas, los emboscados enemigos del norteño le tiraban por la espalda naranjas, piedras envueltas en papeles y otros proyectiles con intención de hacer estallar los nervios del torero, provocar el mitin y despertar las iras del público en contra del Magnífico. No lo consiguieron, pues Garza se controló y se hizo aplaudir, y por último consumó una de sus máximas hazañas con el quinto de la tarde, después de ver alfombrada la arena con sombreros y prendas de vestir al torear a la verónica y por gaoneras. (íbid).
El contraste lo estableció Luis Castro con su pésima actuación; y cuando quiso reaccionar, tras la lluvia de cojines que subrayara su fracaso ante el excelente cuarto toro, ya no fue tomado en cuenta. Don Tancredo lo vio así: "…El Soldado, tuvo una de las peores tardes de su vida… en sus dos primeros se le vio sin sitio, vulgar y precavido... Equivocó la faena del segundo astado, y al cuarto, un toro estupendo, lo desaprovechó lamentablemente. Los cojines en el ruedo tuvieron la debida elocuencia… Al último, "Merolico", lo lanceó de la manera más burda ¿Qué se hizo del capotillo de seda del diestro de Mixcoac?... Su trasteo lo inició con una ridícula espantada, para después clavar los pies en la arena, tragar paquete y torear muy bien a su enemigo, el único manso del encierro, grande y cornalón, pero muy suave y de franca embestida. La faena fue desligada por la índole del cornúpeta, pero de verdadero mérito pues se trataba de un toro. Hubo estatuarios por alto y derechazos largos y templados, lasernistas y otros adornos. El Soldado rubricó su faena con media estocada. Le aplaudieron, pero menos de lo que merecía". (íbid).
Trasfondo político
Al conocerse lo ocurrido en Puebla, se recordó el brindis, injurioso y retador, que Lorenzo le había dedicado al general Maximino Ávila Camacho durante la temporada grande anterior, y al que se terminaría atribuyendo la inesperada decisión de Garza de decirle adiós a la profesión cuando estaba en su mejor forma física y taurina, por más que, declarativamente, la atribuyera a sus responsabilidades de mandón y a la fatiga consiguiente.
Pero Maximino poseía el inmenso poder que le otorgaba ser hermano del presidente de la república y Secretario de Comunicaciones y Transportes a nivel federal. Como gobernador del estado de Puebla (1936-1940) había sido un sátrapa temible, que dejó un rastro de sangre y corrupción difícilmente igualables.
El punto es que, pese a su enemistad pública con Lorenzo, resulta sumamente dudoso que un atentado con las características del descrito procediera de la decisión de quien sabía muy bien cómo llevar las peores atrocidades al final deseado. Parece más bien obra de amateurs, probablemente sicarios de cuarta categoría en busca de notoriedad ante su antiguo jefe.
Falsa retirada
Maximino Ávila Camacho falleció en circunstancias misteriosas en febrero del año siguiente. Garza permaneció apartado de los ruedos hasta su reaparición en abril de 1945, triunfal pero breve, debido a una cornada grave en Barcelona (30-07-45) cuando acababa de abrir la puerta grande en Madrid. Volvió a fines del 46, haciéndose pagar por la empresa de la Plaza México cifras sin precedentes para contender con Manolete. Y en el futuro haría famosas sus idas y vueltas, ya sin el resplandor de sus mejores tiempos.