Que la tauromaquia está industrializada, desde hace tiempos, es verdad. Que se ha precipitado en caída libre al siglo XXI, evidente. Que la pandemia no ha hecho sino ahondar el abismo, golpea. Tanto como el griterío de los pasajeros en un vuelo a pique, rogando al piloto salvar el avión, pues al hacerlo también se salvarán ellos, el clamor taurino pide salvar la industria, primero que todo.
Hay que oír, ver, leer. La taquilla es el meollo. Si no hay ganancia, no hay corrida, sino hay corrida no hay toro, si no hay toro todo se ha perdido.
Sí, pero cuidado, el toreo fue primero que su actual aparato transportador. La masificación, las ganaderías especializadas, los ídolos, las leyendas, las plazas monumentales, la prensa, la publicidad, el mercadeo, los públicos babélicos, las empresas millonarias, etcétera…, llegaron después.
Bueno, pero no se trata de zanjar aquí el dilema del huevo y la gallina sino de los hechos. En estos dos apestados años el rito ha sobrevivido al margen del gran negocio. Desplazado de Madrid, Sevilla, Valencia, Bilbao, Pamplona, Ciudad de México, Lima, Bogotá…, ha ido tirando por plazas menores, con promotores arrojados, con toreros de corazón, con ganaderos tenaces, con aficionados leales, y con la televisión como tabla de náufrago. Aleteando y aleteando, parece haber nivelado el altímetro.
Al punto que hoy, faltando más de un prolijo mes para terminar la temporada europea, el cabeza del escalafón, Morante, que lleva casi el mismo número de corridas que El Juli, puntero cuando cerró la del 2019, última de la "normalidad", antes de la pandemia. Septiembre y octubre se prevén muy activos. Además, ya pronto reabrirán ferias La Maestranza y Las Ventas. Incluso, algunas figuras que habían abandonado el barco anuncian regreso.
Bien, estupendo, la esperanza reverdece. Solo una cosa empalaga: Que casi todas las corridas terminan en "orejeríos", largos rabos, procesiones a hombros y cascadas de titulares hiperbólicos. Ya la noticia no es la apoteosis, es que alguna vez no suceda.
Ante tanta euforia, cualquier desprevenido podría preguntar sí es que la camada 2021 y esta generación de toreros son las mejores de la historia, si afectados por el virus los espectadores, los palcos y la crítica han perdido la chaveta, o si se trata del último peldaño evolutivo; la industrialización del triunfo.
De ser así, también habremos derogado esa ley universal de Baruch Spinoza: "Lo excelso no solo es difícil, es muy raro".