En 1914, al tiempo con el estallido de la primera guerra mundial, el madrileño F. Bleu (Félix Borrel), publicó su libro "Antes y después del Guerra". Hecho sordo en medio del descomunal estruendo. Sin embargo, andando el tiempo, aquel neonato ignorado se ha convertido en un clásico de la bibliografía taurina. Clásico de género, sí, cómo en fin lo son todos. ¡Y hay tantos géneros!
A sus sesenta y seis años, el autor, madrileño, rechoncho, de aspecto reflexivo, tertuliano, boticario, crítico musical, notable pintor, escritor fácil, honesto historiador, aficionado superlativo, testigo presencial (en plaza) del último medio siglo XIX y primeras dos décadas del XX, cronista de La Lidia, había vivido a profundidad las épocas de entre otros: Cayetano Sanz, El Tato, El Gordito, Lagartijo, Frascuelo, El Guerra, El Espartero, El Gallo (padre), Bombita, Machaquito, Pastor, Bienvenida (padre), Gaona, Joselito, Belmonte. Los vio, los analizó, los comparó, los narró...
Transcribo el último párrafo de la obra, el que precede la Conclusión:
"Belmonte no es más que un fenómeno con cosas de torero. Acaso algún día dé motivo para que se le proclame torero y matador fenomenal. Y que yo lo vea".
El viejo canónico veía incierto el presente y el futuro del joven revolucionario. Mirados más de un siglo después, resultan clásicos ambos. Cada uno a su modo. Pasa. El que hoy rompe un orden para imponer otro, mañana será el orden desafiado. Pero será clásico si su imposición vence y perdura.
Pues entre las muchas acepciones de lo "clásico", esa de la perennidad, es quizá la más válida, pese a no estar taxativamente incluida por la Real Academia de la Lengua Española. El mantener vigencia, por encima de los tiempos, las generaciones, los cambios culturales y por supuesto de las modas con sus maquinaciones mercantiles. Algo cercano al paradigma intemporal, digamos. No importa qué, quién, cómo, donde, pero siempre.
Sobre todo en el arte, campo subjetivo y convencional. El del toreo, tanto después de Belmonte, se mantiene dentro del cauce que le abrió él. ¿Erraron Bleu y su mismísimo Guerra al juzgarlo? ¿O acertaron, previendo el agotamiento emocional del belmontismo en estilismos, tancredos, norias y el toro cultivado para su derrota?
El clásico lo es también por la corriente de imitación, versiones y perversiones que abre. Borges, por ejemplo, sostenía que la decadencia del tango comenzó con Gardel. Porque dejó de ser música guerrera, épica de los bajos fondos, para derivar a canción lánguida, llorona y autocompasiva.
Bueno, ahora uno y otro son también más que centenarios paradigmas. Pero el tango clásico, que reclamaba el poeta, sigue siendo aquel pregardeliano. Ese de: "Traiga cuentos la guitarra, de cuando el fierro brillaba…"