"La Comedia" de Dante no era "Divina". Cuando la muerte interrumpió su escritura, él autor ni sospechaba que así la llamarían. Ese titulo se lo añadió, de una vez y para siempre, doscientos veintinueve años después, un editor veneciano. Quizá con fines comerciales, como imagina el poeta y erudito catalán José María Micó.
Por supuesto Dante tampoco inventó el infierno, el purgatorio ni el paraíso y pese a que la imagen actual de ellos sea la suya, esta solo es una escenografía fantástica creada para ir ubicando allí, a gusto, personajes de su vida real. Un monumental ajuste de cuentas, digámonos la verdad.
Tan universal, que en él cabríamos todos. Los que murieron, los que no y los que han de nacer. Ascendiendo al ritmo del poema quizá iríamos quedando muchos distribuidos por los nueve círculos del primer espacio; el infierno. Humanos somos. Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra y escape. O pida perdón.
Están reservados así: el primero para los no bautizados. Del segundo al quinto para los desaforados. El sexto y séptimo para los violentos. El octavo para los tramposos. Y el noveno para los traidores.
En una versión taurina, seguramente la entrada, el limbo sería para los no iniciados, los no aficionados, antitaurinos incluidos. Pero estos últimos también podrían subir de nivel en la medida de su ira, violencia, codicia, mentiras o engaños.
Aunque siendo justos, desde los estamentos de la Fiesta, espectadores, toreros, ganaderos, empresarios, críticos, publicistas, beneficiarios indirectos… también podemos aportar candidatos igualmente meritorios. Baste recordar la frase de don Manolo Chopera: "En el mundo de los toros siempre alguien anda tras el dinero de alguien".
Sin embargo, el último círculo infernal en "La Divina Comedia" se guarda para los peores, los que traicionan la familia, la patria, los anfitriones, y en particular a sus benefactores. Esto se considera lo más repugnante. La última escena del averno es el diablo con tres bocas devorando por un lado a Bruto, por el otro a Casio, los amigos asesinos de Julio César, y la del centro, a Judas Iscariote.
Conozco algunos (políticos) que cuando el toreo dejó de rentarles cambiaron olímpicamente de bando y se convirtieron en sus feroces detractores. Cabrían allí, ¿no?