El verano andino, poco a poco, impone su singular luminosidad. Los fluorescentes chorros se derraman coloreando a campos y ciudades y, lo más importante, renovando el ánimo de la gente tras los meses tan difíciles que hemos vivido, y que ya van quedando atrás.
El episodio cósmico del solsticio, la ancestral celebración del Inti Raymi conjuntada con el día de San Juan y, más adelante, con el recuerdo a los santos Pedro y Pablo; conforman el octavario grande de las fiestas serranas. Lapso maravilloso en el que hombres y mujeres buscan calles y plazas para sumarse a vistosos y emocionantes acontecimientos, cuyo componente antropológico les otorga rostro, identidad y sentido de pertenencia. Desde siempre, el calendario ecuatoriano apunta con grandes símbolos estos días de sol, conmemoración y regocijo.
El toro bravo desciende de los páramos para presentarse en regias corridas que –sin duda– son el número central de las festividades.
Buena parte de los cosos del centro del país abrieron sus puertas para acoger a ávidos aficionados que ocuparon palcos y graderíos con sus semblantes enmascarados, dispuestos a vivir la nutrida agenda de espectáculos que se cumple en estas latitudes.
El pasado sábado la Plaza de Toros "Javier Erazo" de la ciudad de Riobamba, albergó una función taurina de primera categoría que dignificó a sus promotores, encumbró a los lidiadores y engrandeció al ganadero.
La impecable presentación del encierro con las marcas de Campo Bravo y El Pinar, más allá de facultar el triunfo de los toreros, representó una prueba mayor para sus capacidades, pues el reclamo del trapío y de la raza, exigió suficiencia técnica, destreza y, sobre todo, valor, mucho valor.
Un total de siete orejas y un rabo se repartieron con justicia Juan Francisco Hinojosa, Julio Ricaurte y Juan Andrés Marcillo, por sus faenas de variado concepto y máxima entrega. Los momentos más emocionantes de la tarde se vivieron durante la lidia del corrido en cuarto lugar.
Las magníficas embestidas del toro "Carambola" de Campo Bravo se repetían en una secuencia que parecía infinita, avivando su espléndido pelaje burraco, que pintarrajeaba con grandes y espumosos manchones blancos, el telón negro que dominaba su piel.
La serie de verónicas iniciales, como el largo muleteo posterior mostraron la condición de un ejemplar superior que tomó las telas con prontitud y profundidad. Juan Francisco Hinojosa cuajó una faena importante, cerrada con preciosos muletazos al natural con la mano derecha que determinaron el indulto y la concesión de los máximos trofeos.
Minutos después apareció en el redondel "Soplón" con el mismo hierro, astado de imponente aspecto y dulce contenido del que disfrutó Julio Ricaurte tanto en el saludo con el capote (como se aprecia en la foto que ilustra este texto), y también en las series templadas con la mano diestra con la que puso en evidencia la calidad de la res y el estupendo momento profesional que vive. Al final, sus adornos por bernadinas y la espada en lo alto, valieron dos orejas.
Juan Andrés Marcillo dio la talla con un lote exigente. A su primero le cortó un apéndice con base en su disposición y conocimiento. En el que cerró la tarde, perdió un premio mayor al fallar con los aceros luego de un quehacer firme con valiosos pasajes de solvencia al manejar la tela roja.
Además de la brillante labor de los diestros, escribimos con caracteres especiales la afición y responsabilidad del ganadero Luis Fernando García, que emparejó una espléndida corrida de toros, de variopinto pelaje, sobrada presencia e interesante comportamiento. Los toros tuvieron bravura en el caballo, con los matices propios de la raza y su encaste, que determinaron que lo que sucedió en el ruedo, adquiriera jerarquía y vibración.
La época estival es un marco extraordinario para vivir la fiesta de los toros que, en Ecuador, vive una circunstancia especial, inesperada, por la multiplicación de los festejos en días de virus y de temor. Vivimos tiempos distintos con olor a libertad y esperanza.