¿Cuántas veces estuvo "hundido para siempre" y cuántas más resucitó Luis Procuna? Una de las más dramáticas coincide con la tardía temporada de 1960, para la cual Alfonso Gaona lo contrató como primera figura, y público y crítica lo consideraron acabado luego de dos desastrosas presentaciones, con sendos encierros de La Laguna y José Julián Llaguno, suave el primero y encastado el segundo.
Medroso, sin sitio, Procuna deambuló como un sonámbulo perdido en un pantano y fue despedido con broncas ni siquiera encarnizadas, no valía la pena gastar iracundia y energías en un torero sin rumbo ni mañana. Pero su contrato era por tres corridas y la de Piedras Negras ya estaba en los corrales de la México.
Prolegómenos
En la semana previa a este 5 de junio, Luis visitó redacciones y prometió enmienda, mientras los otros dos espadas anunciados –Rafael Rodríguez y Joselito Huerta– se preparaban a conciencia en el campo. Cartel de figuras y lleno total, en tarde espléndida. De azul y plata el del barrio de San Juan de Letrán, de verde seco y oro el hidrocálido –venía de arrimarse como desesperado a "Tiburón", un torazo cárdeno de La Laguna, en la corrida anterior, octava de la temporada– y de rosa y oro Huerta, serio y reconcentrado como siempre. Roto el paseo, la gente llamó a los dos más jóvenes para darles una ovacionada bienvenida mientras Luis Procuna, repudiado y cabizbajo, mordisqueaba su capote. Ya los clarines anunciaban la salida de "Plateado", que lo era por el vistoso pelaje cárdeno claro.
El drama
Revolviéndose sobre las patas con agilidad gatuna, "Plateado" le propinó un susto monumental a Macario Castelán "Gallinito", encargado de la puerta toriles, y de paso al público que apenas se acomodaba en sus localidades. El viejo puntillero, aun revolcado, salió indemne de milagro, y antes de que la gente pudiera reponerse de la impresión, Luis Procuna saludó al de Piedras Negras con una larga afarolada de rodillas, en demostración de que las promesas formuladas en sus visitas a los diarios no eran papel mojado.
Cuando "Plateado" volvió a ese terreno se encontró con Luis plantado en el tercio, juntos los pies y rítmico el movimiento de su capote, en una serie que alborotó al tendido por su sabrosa pinturería e increíble aguante. "Plateado" derrochó casta con los caballos, y el espada en turno personalidad y colorido en el quite por chicuelinas. Duramente castigado en un par de duraderos puyazos, y una vez cambiado el tercio tras unas apretadísimas fregolinas que demostraron que Rafael Rodríguez también venía dispuesto a todo, surgieron voces solicitándole a Luis que pusiera banderillas, pero él se tomó un respiro y prefirió dejar que la peonada cumpliera su cometido, preparándose para lo que a continuación vendría.
Y lo que vino fue la autoinmolación de un torero desesperado en defensa de su prestigio de figura. No hubo tanteos, sólo entrega total, sin parar mientes en las condiciones de un bicho de bravura seca y vivaz, despreciada por un hombre decidido a quedarse quieto a cualquier precio, incluso el de su sangre. Faena emocionantísima por la absoluta falta de concordancia entre la firmeza temeraria del diestro y el despierto sentido del animal, que lo cogió tres veces durante la faena y en dos hizo carne, por fortuna sin causarle heridas de gravedad. Más entregado que nunca Luis Procuna seguía arrimándose con desesperación, intentando revertir in extremis todo lo negativo de sus dos desastrosas actuaciones previas. Enganchado, levantado y revolcado reiteradamente, El Berrendito de San Juan recobraba la muleta y volvía a la cara de un astado cuya agresividad y genio iban a más.
Y sin ser esa la mejor faena del día, le proporcionó al público los momentos de más alta tensión emocional y a la corrida el marco ideal para convertirse en una tarde para la historia. Ni qué decir tiene que el tránsito de Procuna a la enfermería, sin haber lo grado despachar a "Plateado" –lo descabelló Rafael– fue acompañado por una ovación cerrada, conmovida y conmovedora a la vez.
El parte firmado por los doctores Xavier Ibarra, Manuel Huerta de la Sota, Carlos Herrera Garduño y Tirso Cascajares, daba cuenta de una cornada en el muslo derecho cuyas dos trayectorias –de cinco y diez centímetros–, no lesionaron los vasos profundos de la región; tenía, además, una herida de 12 centímetros en el abdomen, no penetrante de vientre. Lesiones de las que calcularon los facultativos un plazo de quince días para sanar.
Tarde de faenas grandes
La de Rafael a "Caminero", segundo de la tarde, impresionó por el temple lentísimo con que acompañó y mandó el paso titubeante de un toro de Piedras Negras tan noble como débil, que había doblado las manos en los primeros muletazos y después no volvió a hacerlo gracias al esmerado trazo de los ligados muletazos del Volcán de Aguascalientes, que estaba redondeando la última de sus grandes faenas en Insurgentes. El cénit lo marcó con sus tandas de lentísimos naturales, y todavía se quedó quieto en manoletinas de su exclusiva marca –a esas alturas era el único torero al que la México le admitía semejante muletazo, por cómo aguantaba y se ceñía con los bureles–, previo a la contundente estocada que le permitió cobrar las dos orejas de "Caminante".
Huerta, por su parte, también andaba con ganas de desquite, pues en su presentación le habían protestado una oreja algo benévola. Y por supuesto lo tuvo, y no tanto porque "Talismán", el tercero, resultara el toro de la tarde y uno de los mejores de la temporada, sino por cuanto El León de Tetela hizo con él, desde los secos y paradísimos mandiles a pies juntos hasta la fulminante estocada.
Faena grande la de José, entendiendo perfectamente que el toro, por su prontitud y alegría, pedía el terreno abierto de los medios y los cites desde largo para mejor lucir su raza y la del torero. Luego de ligarlo a placer por el pitón diestro, Huerta se puso la muleta en la zurda y le dio diez metros a "Talismán"; y si su primer natural resultó enganchado –lo que encorajinó al poblano– los que le siguieron fueron acentuando el temple y el mando hasta hacer caer sombreros a la arena.
Faenón, pues, cumplidamente rematado con la espada. Aun así, hubo protestas al otorgamiento del rabo, que arrojó José a la arena antes de emprender dos lentos y triunfales recorridos en torno a la barrera. Y aparte de la fuerte ovación del público, ningún honor se dispensó a los restos de "Talismán", que por su calidad y bravura era toro de vuelta al ruedo.
Sí la dio José a la muerte del cuarto, "Marismeño", un animal bravo que se acabó pronto pero al que, enrachado, el poblano lidió por nota. Con el quinto y el sexto, poco propicios, tanto Rodríguez como Huerta estuvieron toreros y fueron calurosamente aplaudidos. Toreros y breves, por lo que la corrida –memorable corrida– duró apenas hora y media.
El cronista que despidió a Procuna
La crónica de Esto, escrita por alguien que se firmaba "Rafaelillo", estuvo fundamentalmente dedicada a Luis Procuna. En su parte culminante hace un recuento de la situación personal del diestro y le sugiere claramente que deje los toros como muestra de respeto a su familia y a su propio historial. Pero antes ofrece un vívido relato del drama procunista con "Plateado" de Piedras Negras:
"En el tercio de sombra inicia, sin brindar, su faena: dos de costado y uno de pecho con la derecha. Adelantando, un trincherazo sabroso y el firmazo, imperial. Está en auténtico Procuna. En ese fenómeno genial que es producto del medio irregular en que se desenvuelve la vida mexicana…
Dobla la cabeza y empieza a torear por alto, en su característico ayudado con vuelta, que es una dimensión muy suya del toreo, pero al cuarto pase lo atropella el toro. Sin mirarse la ropa vuelve al burel y da su mejor serie: tres pases por alto y un ayudado por abajo suave, musical. Con medio pase cambiado con la derecha, bien templado, y cambio de mano en la suerte, inicia una serie de naturales. En el tercero hay una cogida impresionante, que le deja un puntazo en el vientre. No enmienda su desesperación, sino la crece. Está decidido a que lo mate el toro. Su vergüenza la han puesto al rojo los propagandistas absurdos y los que viven de él como de una mina. Fuera de sí, cita a derechazos. Ya no ve Procuna. Su toreo, ciego de juventud: aquellos pases mirando al público, aquella forma de vencer al miedo con la temeridad momentánea, se han presentado, pero ahora como un fantasma frío, porque Luis ya no tiene veinte sino cerca de cuarenta años y sus reflejos son menos rápidos. Ahora sí se está jugando la vida.
Quiere ser valiente y como valiente cae: en el tercer derechazo "Plateado" le da la cornada en el muslo derecho. La sangre oscura, venosa, resbala hasta la zapatilla; Luis insiste y rechaza a quienes han brincado al ruedo para arrebatarlo, con tardío remordimiento, de la muerte a la que lo empujaron. Se lanza a matar tres veces consecutivas, la última de ellas desprovisto hasta de muleta, con una vergüenza que conmociona a la multitud… Es inútil. Vencido físicamente el espada cae, por fin, cerca del estribo, a la derecha de toriles, y se lo llevan ensangrentado, en medio de la única gran ovación que escucha en la temporada.”
"Una despedida de valiente. Que el pitón de "Plateado" haga algo constructivo: que obligue a Luis a retirarse. Consuelito y los niños valen bastante más que todas las orejas y los rabos de todos los toros del mundo. Luis, hay que decir: "¡Fuera todo el mundo!". Que no te exploten más todos los que viven a la sombra de tu estrella. Deja tu sangre, la que ayer no quiso derramar "Plateado" –ya que tú se la entregaste toda– para educar a tus hijos... Lo de ayer ha sido un adiós de hombre, de torero. Déjalo así. Que otro "Plateado" quizá haya nacido ya, pero más fuerte, más destructivo, y te aguarde en otro momento de locura… ¿Vale la pena, Procuna? Si de todos modos eres una figura de la fiesta, metido ya en su sitio en la historia". (Esto, 6 de junio de 1960).
Colofón
Procuna, evidentemente, desoyó el consejo del cronista de Esto y siguió dando tumbos por las plazas antes de despedirse oficialmente en otra "tarde de locura" –y para la historia–, catorce años después de ésta del verano de 1960. Rafael Rodríguez también continuó en la brega, ya sin el brillo de sus mejores tiempos, Y José Huerta seguiría escalando –más torero y dueño de sí cada vez– hasta convertirse en una de las figuras centrales de los años 60 y 70 del siglo XX mexicano.