Luego del boicot de 1936 y de la guerra civil española, las únicas figuras mexicanas que triunfaron en Madrid de manera concluyente fueron Carlos Arruza, Juan Silveti Reynoso y Curro Rivera. Yo añadiría a Antonio Lomelín –que en sólo tres tardes cortó seis orejas y abrió dos veces la puerta grande– y, desde luego, a Joselito Adame, que lleva cosechados cinco apéndices en condiciones bastante más desventajosas que las de sus antecesores.
Pero la trayectoria venteña de Juanito Silveti viene hoy muy a cuento por razones tan especiales como el hecho de que, por lesiones de sus alternantes, tuvo que despachar cuatro toros de Pablo Romero, la corrida más seria y cuajada de la isidrada de 1952. Aquel domingo 25 de mayo se presentó Juan cuando ya otros dos mexicanos –Manuel Capetillo y Jesús Córdoba– habían hecho un excelente papel en la isidrada, pues el tapatío le cortó la oreja al toro de su confirmación de alternativa y el leonés, deficiente estoqueador, tuvo no obstante doble petición en sus dos actuaciones sobre el albero de Las Ventas.
Pero volvamos a la consagratoria actuación de Juanito Silveti con los pablorromeros del día 25. Era el undécimo y último festejo de San Isidro y el cartel no incluyó figuras consagradas, un hecho frecuente cuando se anuncian encierros con la envergadura de los de Pablo Romero. En este caso, se anunció una terna internacional: Raúl Ochoa "Rovira", Juan Silveti y Pablo Lozano, peruano, mexicano y madrileño. La plaza, prácticamente llena.
Percances
Rovira –que no era peruano sino argentino, ni se apellidaba Ochoa sino Acha–volvía a Las Ventas tras una cornada sufrida en el mismo ruedo el 27 de abril. Y se mostró muy valiente y decidido con el abreplaza, hasta el punto dar la vuelta al anillo luego que el presidente desoyera una petición poco copiosa. Por cogida de Lozano tuvo que despachar al encastado tercero, en cuya faena fue entrampillado y herido, aunque permaneciera en la arena hasta despacharlo, retirándose entonces a la enfermería para no salir más.
Pablo Lozano, forzando las circunstancias –en su caso escasez de contratos–, se plantó de hinojos en mitad del ruedo para recibir a su primero a portagayola, acudió como obús el pablorromero y se lo llevó por delante. El golpazo le causó a Pablo tal conmoción que se lo llevaron hecho un fardo y ahí terminó su esforzada y casi inexistente actuación.
Un mexicano que “torea como español”. Así se expresó del segundo Juan Silveti matador más de un crítico hispano dada la llamativa seguridad del joven diestro y el sabor clásico que emanaba de su fino capote y su poderosa muleta. Otros, en cambio, le regatearon su reconocimiento, siguiendo inveterada costumbre “nacionalista”. Así por ejemplo “Barico”, cronista del famoso semanario El Ruedo, que si acaso le concedió credenciales de “valiente” al comentar su gesta de estoquear los cuatro torazos de Pablo Romero de aquel 25 de mayo, y no sólo salir indemne sino a hombros y en plena apoteosis. Leamos:
"El mejicano Silveti había estado muy bien en su primer toro, que llegó suave y noble a la muleta. De las cuatro que hizo, fué ésta al segundo la faena más reposada y meritoria de Silveti. Buenos los naturales, buenos los en redondo y buenos los ayudados por alto. Mató de media estocada y el descabello al tercer intento, y dió la vuelta al ruedo. Después se vió solo en el ruedo para matar los tres de Pablo Romero que quedaban, y no se acobardó.
"El cuarto toro fué magnífico. No lució lo debido porque llegó al último tercio con dos puyazos menos de los que necesitaba, y apuró al matador, que, a pesar de su indudable valor y sus grandes deseos de agradar, no pudo con aquel excelente ejemplar. Si el toro hubiera llegado a manos de Silveti con menos fuerza, la oreja o las orejas del bravo animal habría o habrían sido para el mejicano.
"El público, preocupado por la suerte del matador que quedaba en el ruedo, y al que juzgaba en trance difícil, no vio las magníficas condiciones de un toro excepcional. Vio, eso sí, las buenas maneras y la gran voluntad de Silveti, que muleteó por bajo para reducir al astado, y mató de una entera y el descabello al segundo intento. Hubo ovación por partida doble: una para el toro y otra para Silveti, que dió su segunda vuelta al ruedo.
"Él quinto, recibido con una ovación, era bonito, grande, gordo y bravo. Tomó con empujé y alegría tres varas, en las que fué duramente castigado, y pasó a la muleta en inmejorables condiciones. Aprovechó bien Silveti aquel magnífico toro. Toreó muy valiente por alto, por bajo, en redondo, por naturales y de pecho y ayudados. Fue cogido y derribado, cayó en la cara del toro, y éste nada hizo para cornearle. Siguió valiente el torero, y mató de un pinchazo delantero y una entera. Le dieron las dos orejas, porque el valor también ha de ser premiado; dió la vuelta al ruedo y sacó al redondel al mayoral de la ganadería, que fué ovacionado con entusiasmo.
"También el sexto fué saludado con aplausos al hacer su aparición. Tomó tres varas con poca codicia y llegó al final sin peligro y soso, Silveti vió pronto que no era posible hacer faena, tiró a abreviar y lo mató de un pinchazo y el descabello al segundo intento. Le aplaudieron mucho, y a hombros salió de la plaza". (El Ruedo, 29 de mayo de 1952).