No hay que soñar despiertos, la "normalidad" en la vida y en los toros no volverá (si es que vuelve), hasta que la humanidad toda, los casi ocho mil millones que somos, hayamos adquirido la inmunidad de rebaño. Por una de dos vías: natural o artificial.
Bueno, toda no. Quizá bastará del 70 al 90 por ciento de la población total del mundo inmune para que cese la pandemia, dicen los epidemiólogos.
La primera opción, la clásica, la biológica, la de que sobreviva el más apto, es terrible. Significa esperar a contagiarnos todos y ver caer a los vulnerables que han o hemos de morir. Lo que al módico 3 por ciento promedio (letalidad actual de la enfermedad), equivaldría más o menos a 240 millones de personas fallecidas. Una hecatombe, a cambio de que el resto, el 97 por ciento de sobrevivientes, quedaran blindados (hasta la siguiente pandemia).
La segunda, la científica, la médica, la vacunación es menos animal, más humana. Sin ella, las medidas preventivas: tapabocas, lavado constante de manos, distanciamientos, aislamientos, toques de queda, etcétera, solo retrasarían, con todas sus consecuencias, la llegada del fatal porcentaje darwiniano. Pero la campaña de inoculación que comenzó hace casi cuatro meses, avanza, lenta, desigual, discutida y accidentadamente. Así vamos...
Hoy, por ejemplo; Estados Unidos ha vacunado solo el 28 por ciento de su población; España, el 9.5 por ciento; Colombia el 3.4 por ciento, y algunas otras naciones aún menos. ¿Cuántos van en todo el mundo? Aproximadamente 400 millones, por ahí el 5.4 por ciento, y estamos hablando apenas de la primera dosis.
Entre tanto, la próxima ola del tsunami viral se nos abalanza, justificando coerciones; clausura de comercios, prohibición de concentraciones y espectáculos públicos. Unos optan por negar la realidad y seguir con los faroles, otros por paralizarse, y también los hay que resisten y tratan de salir a flote adaptándose a los limitados recursos que la crisis ofrece.
De los empresarios taurinos, la mayoría, o mantienen sus plazas tapiadas o avanzan carteles y ofrecen ferias improbables. Condicionándose unos y otros al exigido 50 por ciento de aforo y si no, nada.
En contraste, los menos van por la tercera vía. Siguen dando festejos, como pueden, con quien pueden y cuando el tiempo y la autoridad lo permiten. Para ellos, ni castillos en el aire, ni comas inducidos. Riesgo, valor y trabajo duro. Son los que mantienen vivo el toreo.