La fiesta de los toros vive sus horas bajas, pero también las de mayor esperanza. Y mientras las grandes plazas permanecen cerradas a la espera de que la semaforización sanitaria avance hacia el color verde, algunas otras buscan reactivar el sector de forma gradual, alentadas por la admirable inquietud de hacer "que las cosas sucedan".
Siguiendo los lineamientos de las autoridades de salud, determinadas empresas se han afanado en ver la forma de dar festejos, tratando de encontrar alianzas que hagan más llevadera una apuesta sumamente riesgosa, cuya única pretensión, por ahora, es enviar un alentador mensaje de que la Fiesta no ha muerto.
Una de ellas es Toro Tlaxcala, que dirigen los hermanos Rafael y Othón Ortega, que están haciendo un importante papel en la plaza "La Taurina" de Huamantla, donde hasta el momento han dado cuatro corridas de toros formales, y para este mes han programado otra corrida, así como una novillada que pretende ser el comienzo de un ciclo que permita abrirse camino a los más desfavorecidos.
En las corridas de diciembre de 2020 las condiciones fueron muy adversas, y aunque entonces todavía no padecíamos el gran brote de contagios tras las fiestas de fin de año, la venta de boletos fue muy ruinosa. A pesar de ello, los Ortega no se desanimaron, pues era muy fácil arrojar la toalla y abortar el proyecto.
Al cabo de varias semanas, y con ese espíritu de aportar a la Fiesta el empuje que tanta falta le hace hoy día, han emprendido esta aventura en aras de demostrar que sí se puede dar toros y no perder dinero, o perder lo menos posible, con la firme intención de ayudar al sector a generar ingresos para los más necesitados.
Salvo estos aislados y encomiables esfuerzos, parece que la Fiesta de México se ha convertido en una Fiesta de cortijos, en los que diversos empresarios, varios de ellos "improvisados", se han "asociado" con los novilleros que no han desaprovechado el bajo costo de los novillos.
Si en época de bonanza resulta reprobable pagar por torear, en este momento lo ven como un "ganar-ganar", ya que por una parte se da salida a los ejemplares en lugar de que los ganaderos los envíen al rastro sin verlos lidia. Por otra, se activa el sector, aunque sea en una pequeña medida, pero los novilleros no se quedan sin torear.
Se trata de una adaptación necesaria a las circunstancias imperantes, pero mientras no exista un liderazgo que encauce todos estos esfuerzos independientes, y dignos de aplauso, los toros tardarán en volver a una relativa normalidad que podría afectar la forma en que el público ve el espectáculo desde fuera, ahí donde, ahora mismo, la fiesta está aparcada y sin unidad en aras de encontrar las mejores soluciones de manera conjunta.