La faena de Luis Procuna con "Polvorito" de Zacatepec ha sido vista por millones de aficionados y no aficionados a través de la película "¡Torero!", de Carlos Velo, presentada en la mostra de Venecia de 1956 y que luego le dio la vuelta al mundo.
Pero presenciarla fue privilegio de unos cuantos, apenas los 50 mil que colmaban los tendidos de la Plaza México aquel 15 de febrero de 1953, casi al final de una temporada cuya singularidad se debió a que, como nunca, Alfonso Gaona consiguió reunir en su elenco a la crema y nata de la torería global, milagro por el que ninguna feria española o sudamericana ha mostrado jamás interés. Y es que no sólo participaron en ella todas las figuras mexicanas del momento, encabezadas por Carlos Arruza, sino los ases más cimeros de España –Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Manolo González, Martorell…– por añadidura dos grandes toreros que eran los primeros no nacidos en ninguno de esos dos países que alcanzaron el estrellato: el portugués Manolo dos Santos y el venezolano César Girón.
En consonancia con semejante reparto, la cosecha de grandes faenas fue cuantiosa salvo para Procuna, que pasaba por una de sus etapas más grises y no dio señales de despertar en su única presentación anterior. Como acababa de reconciliarse con Arruza luego de un período de distanciamiento, parece probable que fuese el propio Ciclón quien promoviese su presencia en el cartel número 16, que portaba el sello de la Casa Gago al coincidir en Carlos y Manolo Dos Santos. Y los toros de Zacatepec, la ganadería de "Bardobián", al que hacía poco Arruza le había cortado el rabo en la Monumental (16-11-52).
Si las orejas paseadas por El Ciclón Mexicano (una del cuarto astado) y el Lobo portugués (las dos del tercero) no constituyeron sorpresa, tampoco la causó la pésima actuación del Berrendo de San Juan, cuyas desdichas culminaron con la multa que le impuso el juez Lázaro Martínez por haber descabellado, sin entrar antes a matar, a un toro moribundo. Y precisamente esa multa fue el detonante de la reacción del completo derrotado que era hasta ese momento Luis, reacción traducida en el anuncio de un toro de obsequio. Cuya faena, por cierto, le brindaría al propio Lázaro Martínez con gesto agresivamente retador.
Referencia de Carlos León
"El trasteo cumbre de su vida, la mejor faena de la temporada, salió ayer milagrosamente de la muleta de Luis Procuna. Cuando llevaba mucho tiempo de estar hundido, cuando ya era una ruina viviente, cuando tarde a tarde –y ayer mismo–se derrumbaba más y más, resurgió de pronto y realizó el faenón excepcional, el más Verdad y el más torero de cuantos hayamos visto en los últimos tiempos. Hazaña increíble, aunque no imposible. Porque los artistas geniales no tendrán ni es lógico que tengan consistencia, pero, el día que se encuentran con un toro a la medida de su estilo y de sus posibilidades, son capace1s de eso que vimos ayer: la creación perdurable, la obra de arte que deja huella y que hace historia en los anales del toreo". (Novedades, 16 de febrero de 1953).
Relato de Manuel García Santos
"Al principio la cosa fue mediocre. El toro, bueno sin estridencia. Un remate en tablas de toro bravo y, luego, buena pelea con los caballos. Y el torero, así, así… Banderillas a cargo de Procuna. Un par corriente, otro al cambio, al abrigo de las tablas. Un cuarteo muy bueno después. El torero está yendo a más. Y el toro se está viniendo arriba. ¿Qué va a pasar aquí...?...
Lo que pasó fue que se montó Procuna sobre el reloj de la plaza, y desde aquella altura dio rienda suelta a su inspiración. ¡Y surgió el portento! Con los pies enterrados en la arena, muy derecho, toreando al toro con media muleta en algunos lances, y con los cabos negros de su vestido perla y plata en otros, le ligó al toro una faena tan sentida, tan torera, tan llena de emoción dramática y de emoción estética, que la plaza entera se puso en pie y vibró de entusiasmo…
Brotaban rosas del rosal de aquella muleta embrujada, y el aire de la plaza se llenó de color y de luz, mientras la arena se llenaba de sombreros y los tendidos de brazos que se levantaban al cielo como para ponerlo de testigo del alarde torero que estaba haciendo el artista de más personalidad y de inspiración más rica en formas que ha dado México.
En aquel manicomio suelto que era la Plaza México, las series de naturales rematadas con el pase de pecho iban trazando la teoría más bella del arte de torear. La masa negra del toro se fundía con la silueta plateada del torero, y al deshacerse el grupo, el torero giraba sobre sí mismo –en aquel palmo de terreno– y de nuevo la embestida del bravísimo toro reconstruía la armonía escultórica, una y otra vez… Si alguna vez ha estado patente la médula y la esencia de la fiesta, y su razón de ser como juego bello de la gracia y del arte con la bestialidad y la rudeza de la fiera, ha sido en la inenarrable faena de Luis Procuna, que ligaba ahora los pases afarolados como se enlazan las estrellas para formar las constelaciones…
El toro era muy bravo. Tanto que a cada muletazo le embestía al torero con mayor celo, con mejor son y con mejor estilo. Pero los toros son lo que los toreros los hacen, y si la muleta prodigiosa no hubiera estado movida por una inspiración tan grande, el toro no hubiera podido coger aquella borrachera que cogió, que lo hacía buscar el trapo rojo para seguirlo con afán ciego…
Y toda aquella emoción era tan del público como de Luis. Y saltaba la gente en los tendidos de tal modo que ya no se sabía si el torero toreaba así impulsado por las vibraciones de la multitud, o si la multitud rugía de entusiasmo porque el torero le transmitía la intensidad de lo que estaba sintiendo…
Y con el toro todavía en pie, sin poder resistir ya más tiempo la tensión brutal de los nervios… se echó el público al ruedo, sembrado de sombreros, y elevó al gran torero sobre sus hombros, y lo paseó en triunfo una y otra vez, en olor de multitudes, por el ruedo testigo de su hazaña". (El Ruedo de México, No. 108, 19 de febrero de 1953).
El dato es exacto: la gente invade el ruedo y aúpa tumultuosamente a Procuna con "Polvorito" tambaleante y herido de muerte pero todavía en pie. Esa escena la captó, en todo su dramatismo, la ya mencionada "¡Torero!", donde brilla también buena parte de la célebre faena. "Polvorito" pesaba 425 kilos –el mínimo reglamentario– y tal vez por eso se le relegó a reserva; debe la inmortalidad a su clase inagotable y a que tuvo delante a un artista iluminado en uno de los momentos estelares de su desigual –pero incomparable– trayectoria.
Corrida memorable
Por lo demás, la tarde tuvo todos los ingredientes necesarios para quedar inscrita en la historia grande de la Monumental de Insurgentes. Cimas y simas se sucedieron vertiginosamente, como en cualquier obra cumbre del expresionismo.
Procuna había fracasado en sus dos toros. Fue a su segundo, "Flechador", al que descabelló sin intentar antes la estocada; se lo había brindado a Carlos Arruza, mas cuando se llegó hasta el de Zacatepec muleta en mano el animal prácticamente agonizaba por efecto de algún puyazo mal dado; dobló el bicho, con trabajos lo levantó "Tabaquito" para que su jefe de cuadrilla, con la espada de cruceta, lo pudiera abatir. Y vino la multa –mil pesos de los de entonces–, anunciada por los altavoces de la plaza. Media hora después, el propio juez Lázaro Martínez le otorgaba a Luis las orejas y el rabo de "Polvorito" luego de un pinchazo y media estocada delantera y caída. Lo habrían linchado si no lo hace.
Controversial Arruza
Era la figura máxima y el torero más cotizado del orbe, pero ese año atravesó una extraña racha de sustos y volteretas poco acordes con su reconocida madurez y maestría. Con el telón de fondo de una sorda campaña en pro y en contra suya.
Carlos León, su más acerbo detractor, lo vio así: "Junto a la resurrección de Procuna, al lado del bien torear de Dos Santos, se acentuó aún más la decadencia de Arruza… ¿No decían que era el sol, que nadie podía tapar con un dedo? Pues a diferencia de Carlos V, en cuyos dominios no se ponía el sol, aquí el sol se ha puesto por falta de dominio… Con el cuarto, un pastejeño que sustituyó a un cegatón de Zacatepec, tampoco se salvó de hacer el pelele, pues ha perdido el sitio y anda a merced de sus enemigos. Fuera de hacer el loco como cualquier "chalao" y de andar a bofetadas con las reses en ese macheteo de pitón a pitón completamente pueblerino, lo único que hizo bien fue tirarse a matar y agarrar un sopapo formidable. Y aunque ustedes no lo crean, ¡le dieron la oreja!". Novedades, íbid).
Muy otro fue el punto de vista de García Santos: "El caso de Arruza excede ya los límites de lo normal. Con trece años de alternativa, rico, en plenitud de su vigor y su juventud, Arruza se juega la vida con los toros una tarde y otra, como si fuera un novillero sediento de gloria… Con ese poder que todos los públicos le reconocen, con la inteligencia que ya nadie pone en duda, con la elasticidad de su cuerpo de atleta perfecto y con su dominio de todas las suertes, Carlos Arruza ha sido volteado peligrosamente varias tardes esta temporada… Se ha dicho, para justificar la paradoja, que ello se debe a que el toro es siempre eso, toro, y que nadie que ande entre ellos puede sentar plaza de invulnerable. Es verdad, pero no es el caso de Carlos.
Al principio todo va bien. Sale el toro y Arruza lo recibe con esa verónica suya en la que desmaya el capote y juega los brazos sin mover el cuerpo. Luego, en alarde de dominio absoluto, suavemente y con sólo dos lances, lo pone en el sitio justo para que tome la vara… Y en el quite está preciso, torero, justo. El toro sale de su capote ahormado –porque no le da capotazos superfluos ni chicotazos de los que descomponen a las reses–y la lidia lleva un orden magnífico. Tocan a banderillas, y el enorme rehiletero juega con el animal a su placer, y se lo pone él solo en suerte, y con un dominio maravilloso de ese tercio clava en cualquier terreno, y le da al toro todas las ventajas, y le acumula dificultades al par para darse el gusto de vencerlas con sus poderosas facultades y su enorme clase de banderillero. Así el domingo con "Guardabosque", al que banderilleó con tanto arte que los sombreros rodaron por la arena en honor al coloso del segundo tercio.
Y toma la muleta, y en buen terreno y con ese dominio que tiene comienza la faena. A cada pase, Arruza va recortando la distancia que lo separa del toro. Todavía le parece que está lejos, un paso más. Otro. Ya no cabe entre él y el toro más que el sitio justo para que el animal pase. Pero Carlos no está conforme. Y como en esa zona donde todos los toreros se "ahogan" y tienen que cortar la faena para "salir a respirar" él está absolutamente tranquilo, su sed de emociones le hace buscar la distancia donde a él también pudiera "faltarle el aire". Y acorta todavía más. Ya quien no tiene aire es el público. Él respira aún a pulmón pleno. Y cuando parece que no queda ningún centímetro que acortar, Carlos encuentra uno todavía, o medio…
Y si el toro se asusta, y retrocede ante el desafío, Arruza avanza y le da en el hocico con la espada, o con el pie, o con la rodilla... Y entonces es cuando él mismo se coge, como sucedió este domingo con "Temblador" de Pastejé, al que estaba toreando con lances largos y templados, que ligaba perfectamente, pero en un terreno tan comprometido que el más insignificante error, la más pequeña desviación en el viaje del toro hizo inevitable la cogida". (El Ruedo de México, íbid).
El artista portugués
Con Manolo dos Santos, en cambio, no hubo discusión. Toda la lidia del noble “Lusitano”, tercero de la tarde, fue un remanso de suavidad y arte a través de tres tercios en elegante, perfecto engarce. No estando ya Dos Santos con el sitio y el celo colosales de la temporada de su revelación, tres años atrás, le vino como guante la buena clase y la suma docilidad de "Lusitano", al que toreó con delicado sabor a la verónica, banderilleó con su prestancia y finura habituales, y muleteó, por naturales sobre todo, con ese gusto por la despaciosidad y el temple lento que lo encumbrara como un favorito de la afición mexicana. Mató con total acierto y se pidieron y otorgaron las dos orejas del bravo toro de Zacatepec. A poco, los altavoces anunciaban su participación en la Corrida Guadalupana del domingo siguiente, 22 de febrero. Anuncio acogido con júbilo porque se había anunciado que esta del día 15 iba a ser su despedida definitiva de la Plaza México.