En la historia de la Plaza México, ha sido la única tarde en que un matador de toros cortó todos los apéndices a los dos toros de su lote: las cuatro orejas y los dos rabos de "Goloso" y "Chato”, de Pastejé. El histórico portador de este privilegio es Manolo dos Santos, un joven nacido en la provincia portuguesa de Golegá 24 años atrás. Sus alternantes: Luis Castro "El Soldado" y Silverio Pérez, dos glorias del toreo mexicano. Y el marco, la quinta corrida de la tardía temporada grande de 1950, con una Rosa Guadalupana en juego y la plaza colmada hasta el reloj.
En ese entonces, las relaciones taurinas entre México y España estaban rotas, producto del segundo boicot de la historia, a principios de 1947, enderezado principalmente contra Carlos Arruza, invasor indeseable, pero también, extrañamente, contra su pareja y rival español Manuel Rodríguez "Manolete".
Dos Santos cumplía su cuarta actuación consecutiva en la México. Había irrumpido por sorpresa, pero desde la triunfal confirmación doctoral (08-01-50) no se cayó ya del cartel, llevaba cortadas cuatro orejas y, sobre todo, se hizo completamente del público mexicano gracias a un fabuloso quite por gaoneras a "Muchacho", de Torrecilla (22-01-50), que le valió inmediata y clamorosa vuelta al ruedo. En nuestro país, la fiesta estaba saliendo de la conmoción del encimismo –que sucediera al adiós de los grandes veteranos de la Época de Oro–, y el toreo suave y rítmico de Dos Santos, citando y aguantando a los toros desde largo y pródigo en templado toreo izquierdista, provocó, desde el primer momento, una explosión de júbilo.
Fueron dos faenones
Este 29 de enero de 1950, con dos excelentes toros de Pastejé –bravos y nobles a la vez– el artista lusitano mantuvo, mejorada, esa tesitura, incluso con más ahondado temple y ligando más que nunca. Con ambos, Dos Santos lució y emocionó hasta el delirio, se consagró como un genuino artífice del pase natural y provocó tal conmoción que cuando se perfiló para estoquear a sus dos toros estaba el ruedo cuajado de sombreros. Y como las cosas, cuando ruedan bien, suelen salir redondas, ambas estocadas, volcándose Manolo sobre el morrillo y apuntando a la cruz, hicieron pupa a los de Pastejé.
De modo que el juez Lázaro Martínez no dudaría en agitar el pañuelo verde, y todo mundo, sin la menor discordancia, aclamó el otorgamiento de los máximos apéndices en interminables vueltas al anillo, preludio de la tumultuosa salida en hombros reservada para estos casos.
Versión de Carlos León
El agudo cronista de Novedades, lo vio así: "Torero completísimo, lo mismo abrió su capote en la sobria solera de pausadas verónicas, en las lentas gaoneras o en el ritmo pinturero del quite de Chicuelo, que tomó los garapullos en sus dos enemigos para brindarnos su alegría como rehiletero, buscando en todo momento la arrancada recia y desde largo para impregnar de emotividad el arte de adornar las péndolas… Pero donde culminaría su afirmación como el mejor torero de los últimos tiempos, sería en el perfecto manejo de la muleta...
La faena al tercero, brindada a Carlos Arruza… se inició con cinco altos hieráticos, los primeros de absoluto quietismo; los tres siguientes, recreándose en la suerte con el sello de Belmonte. Y se quedó en los medios, con la franela pendiendo de la mano torera, para dibujar la trayectoria de cinco naturales de asombro, que habría de culminar con el forzado de pecho, lento, torerísimo, incopiable… y siguió Manolo recreándose en dibujar naturales, con tanta lentitud y tal ajuste, que llegó un instante en que el pitón de "Goloso" tropezó con el muslo del lidiador y le desgarró la taleguilla… sin inmutarse, continuó toreando en redondo y por abajo, ahora con la diestra, hasta girar, como postrer adorno, en los muletazos lasernistas. Conseguida la escandalera… se fue recto tras la espada y la sepultó hasta la empuñadura, haciendo que el de Pastejé rodara sin puntilla. Las dos orejas y el rabo y tres jubilosas vueltas al ruedo…
Con el sexto…llevó el toro a los medios con suaves muletazos por delante… y en el centro del ruedo, dibujaría un trincherazo magno, para plantarse con la sarga en la izquierda y volver a asombrarnos con cuatro naturales soberbios que eran como "toreo de salón", como si el toro no existiera, con una tranquilidad y una hondura de excepcional artífice…. Derechazos inmejorables, con un juego de muñeca que acompañaba y despedía lentamente la embestida del burel… nuevos naturales que fueron un portento de buen gusto.
Conseguida la igualada, Manolo volvió a entregarse con fe a la hora de hundir la tizona, haciendo polvo al pastejeño con certero estoconazo. Y aquello fue el delirio. La confirmación irrefutable y unánime de que nos encontrábamos ante el milagro taurino de la época. Otra vez las orejas y el rabo, amén del otorgamiento de la Rosa Guadalupana, trofeo en disputa de una "disputa" que nunca llegó a existir". (Novedades, 30 de enero de 1950).
Efectivamente, ni Luis Castro, que cumplió decorosamente, ni Silverio Pérez, en franca decadencia, fueron oponentes serios para el lusitano. No les tocó lo mejor del encastado encierro de Pastejé y ambos estaban ya lejos de parecerse a las figuras señeras –ellos mismos– que habían marcado a fuego la década que se cerraba.
El mejor torero luso
Para Dos Santos, no hay que decirlo, fue su tarde cumbre en México y acaso la más completa de su vida. Ese año quedó líder del escalafón español con 80 corridas toreadas. Fue un favorito del público de Sevilla –donde tomó su segunda y definitiva alternativa de manos de Chicuelo (15-08-48)–, mas una serie de percances frenaron su marcha y determinarían su prematuro alejamiento de los redondeles. Cuando quiso recuperar el tiempo perdido, a principios de los años sesenta, ya era tarde.
Radicado en su país, dirigía los destinos del coso lisboeta de Campo Pequeño cuando, joven aún, un brutal accidente vial se lo llevó para siempre (18-02-73). Un final inesperado y doloroso, semejante al de su gran amigo y rival Carlos Arruza, y al de César Girón, Curro Caro, Rafael Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana", Jaime Bravo, Raúl Contreras "Finito", José María Luévano y tantas víctimas del volante más.
Al ocurrir su eclosión triunfal en la México pocos pudieron relacionarlo con el desconocido y aniñado joven al que Fermín Espinosa "Armillita" le había cedido muleta y estoque en El Toreo de Cuatro Caminos hacía apenas dos años (14-12-47), sólo para que "Vanidoso" –otro toro de Pastejé– le seccionara la femoral al dar un pase de pecho zurdo. Desgracia que lo llevó a renunciar a dicho doctorado, antes de rehacerse y reescribir su historia torera. Lo que hizo con una fortaleza de carácter no denunciada por su rostro aniñado, pero que ya había estado presente aquella tarde de Cuatro Caminos, cuando con el muslo bañado en sangre recuperó su muleta y quiso volver a la cara de "Vanidoso". Evidentemente, algo más que finura y clase debía albergar en su interior el único espada que ha logrado cortar cuatro orejas y dos rabos en los más de 70 años de vida del coso de Insurgentes.