Fue una única vez, una sola tarde, un relámpago de luz en la grisura. Pero tan poderoso que, a lo lejos, todavía cintila. Demasiados años llevaba Alfonso Ramírez Alonso (Aguascalientes, 1915–Ciudad de México, 2002) debatiéndose en la medianía, arrastrando su fama de artista del primer tercio, de un puñadito de faenas legendarias desperdigadas por plazas menores, de tentador excelente… y nada más.
Doctorado el 24 de diciembre de 1939 por Lorenzo Garza en "El Toreo" de la Condesa –toro "Perdigón", de San Mateo–, con esporádica presencia en las temporadas de la época de oro, siempre en calidad de relleno, especialista en obras inconclusas, con una facilidad admirable para bordar arte del caro con el capote, lucir elegante y puntual en banderillas y permitir que se derrumbaran sus más promisorias faenas a las primeras de cambio; así fue cruzando El Calesero por década y media de mediocridad, cada vez más al margen del interés de los públicos y las empresas, con algo que decir que se presentía pero nunca se concretaba.
Llevaba varios años fuera de las temporadas capitalinas cuando, de pronto, entró en el cartel de la reaparición de Armillita en la Plaza México, retorno tan inesperado como doloroso el de Fermín, motivado por las pérdidas patrimoniales que le acarreo su divorcio. Era, por supuesto, el reclamo fuerte del día, y la mejor prueba es que, por primera vez en una temporada especialmente floja, la plaza se llenó a reventar aquel 10 de enero de 1954. Alternaba con una figura joven, Jesús Córdoba, que volvía de una cornada… y con El Calesero, cuyo nombre ya poco o nada significaba a esas alturas. Lastre barato en año de pérdidas. O así se interpretó.
Sombras nada más
El retorno de Fermín Espinosa "Armillita" era el suceso del día y se le recibió con confeti, serpentinas y vuelta al ruedo al concluir el paseíllo. Con "Caporal", el primero de una corrida terciada de Jesús Cabrera Armilla estuvo fácil y torero. Lo veroniqueó magistralmente, le puso tres pares de banderillas de altura y, sin grandes estridencias, redondeó una buena faena, al final de la cual la gente lo llamó a recorrer el anillo, más como tributo de cariño que porque hubiera ofrecido algún banquete táurico de los habituales en sus años de gloria. Seguiría mostrándose dispuesto y cumplidor a lo largo de las otras dos lidias a su cargo, la del cierreplaza "Camperito" en reemplazo de Jesús Córdoba, nuevamente herido.
Mas su actuación, sin desilusionar, más que aportar regusto movió a melancolía. Julio Téllez García, que considera esa tarde como la de su revelación como aficionado, refiere que su padre le hizo este comentario al final de la corrida: "… es tanta su maestría que ya ni emociona". (Alfonso Ramírez "El Calesero" El Poeta del toreo. P. 56. Edit. Gobierno de Aguascalientes, 2000).
La transfiguración de Calesero en poeta
Fermín ya no era el mismo pero menos aún lo fue Alfonso Ramírez. El Calesero con el que la plaza México se encontró esa tarde más pareció fruto de un sueño o una alucinación colectiva. Lo cierto es que ofreció dos obras de arte mayor, con la gente rogando por que no se acabaran nunca, pues todo cuanto hizo El Calesa fue medido, rimado, ritmado y bordado como por nota.
Versión de Carlos León "A partir de los lances sedeños con que saludó a "Campanero", de una suavidad y de un temple exquisitos, empezamos a saborear el resurgimiento del gran artista del toreo que sublimó esta fecha memorable. Ese quite con dos faroles invertidos, la chicuelina y la clásica larga cordobesa, llenó la plaza de sabor a torero. Y por ahí siguió, alegre, variado, finísimo en todo instante, como en la gallardía con que citó para un par al quiebro, marcando la salida y saliendo deliberadamente en falso, para inmediatamente volver a citar y clavar al cuarteo un par perfecto, que aún ligó con un rítmico galleo (…) Y todo lo que hizo con el trapo rojo fue increíble. Como uno de esos ballets de fantasía de Walt Disney, como un sueño, como si toreara en las nubes. Pues ponía tal ritmo, tal cadencia en ir eslabonando los más sorprendentes muletazos –desde el clasicismo de los naturales hasta las creaciones modernistas–, que aquello no parecía cosa de esta Tierra (…) No obstante su errático estoque, la concesión del apéndice parecía poca cosa, pues para estos casos insólitos de bien torear, habría que ir pensando en inventar trofeos igualmente singulares(…)
Cuando salió "Jerezano", el quinto del encierro, todavía Alfonso Ramírez iba a superarse. La suavidad de aquellos lances a pies juntos y la lentitud que puso en las chicuelinas para rematarlas con un recorte teniendo ambas rodillas en la arena, volvieron a poner de relieve que nos hallábamos ante un artista de los que se ven muy pocas veces. Descubierto y en los medios, Alfonso tuvo que agradecer la ovacionaza que premiaba la excelsitud de su capote. Clavó un solo par, al cuarteo, y no es exagerar decir que usted (el destinatario de la acostumbrada carta boca arriba de Carlos León era Rodolfo Gaona) lo hubiera rubricado como propio, por la majestad y la exposición con que el hidrocálido cuadró en la cara y alzó los brazos. Luego brindó al doctor Gaona (…) y salió de hinojos, para iniciar su trasteo con tres muletazos dramáticos. Para en seguida, ya de pie, bordar el toreo. Sobre todo, allí quedaron dos series de naturales, que nadie –así: ¡nadie!—ha trazado con mayor naturalidad ni más lentitud desde los buenos tiempos de Lorenzo Garza (...).
Sin suerte con la espada, se le fueron las orejas de "Jerezano". Pero otra vez ha dado dos vueltas al ruedo y ha saludado desde los medios, en una apoteosis inacabable. Y luego ha salido en hombros, consagrándose de la noche a la mañana como el artista de más clase de cuantos visten de luces". (Novedades, 11 de enero de 1954).
Versión de Manuel García Santos
"Me produjo el peor efecto ver a Calesero anunciado en letras minúsculas en los carteles de la corrida (…) La versión es que la empresa le pagaba la corrida sin torearla y que El Calesero dijo que no. Que la toreaba. Que él no es un torero al que se le pueda dar una limosna, ni su nombre un nombre que perjudique un cartel (…) Y ahora mismo, mientras redacto esta crónica, reto a mi buen amigo, el gran aficionado e impresor Telésforo Aboitiz, a que me diga si hay en sus talleres caracteres lo suficientemente grandes para anunciar a este torero. A este torero que en una sola tarde ha tocado con los machos de la montera los cuernos de la luna, ha salvado a la empresa y ha levantado una temporada que iba a la quiebra.
(…) Si en el toreo hubiera un Credo –y que Dios me perdone la irreverencia– los aficionados mexicanos lo estarían rezando así: Creo en el arte sublime exquisito y personalísimo de Alfonso Ramírez "Calesero". Creo que eso que hizo el domingo en la Plaza México es torear. Y, además, creo que ha roto la monotonía en que se encontraba el toreo. Creo que no pisa actualmente los ruedos un torero de más clase, ni de mejor estilo, ni de más garbo, ni de más gracia torera que él. Creo en su solera, en la calidad y en la belleza de sus lances, en la gitanería de su capote embrujado y en la cadencia inimitable de su muleta –¡aquel natural que ahí quedó, grabado para siempre en quienes tuvimos la suerte de asistir a la corrida…!–.
Y este Credo, si existiera, acaso terminara así: Creo que El Calesero hizo bien en no matar a sus toros con estilo clásico y yéndose detrás de la espada. ¡Porque si lo hace así… todavía estaríamos en la plaza locos, y todavía estarían los confeccionadores de reglamentos taurinos en sesión permanente, estudiando, sin lograr dar con la solución, qué galardón habría que concederle…! (…) Lo que hizo en la plaza no cabe en los límites de una crónica. Estuvo en torero grande, en torero genial, en torero de época, desde que hizo el paseo. Mejor dicho, desde que iba a la plaza, como lo dice la copla: Iba en calesa pidiendo guerra / Y yo al mirarlo lo conocí / ¡Era el torero de más tronío…! Si lo hubiera visto Raquel Meller hubiera dicho a gritos: "¡Ése que va ahí, en esa calesa, es el torero de El Relicario…! Y es verdad. Porque El Calesero es eso. Un relicario donde el toreo guarda su gracia más bonita, su profundidad más clásica, su mejor solera (…) Todo eso que ha vuelto con El Calesero. Por eso defraudaba a quienes lo veían actuar antes. Porque la afición mexicana, que es una antena sensible que recoge todas las vibraciones, sabía de lo que este torero era capaz, y se dolía de que no lo hiciera. (…)
Parafraseando a Tales de Mileto, podemos afirmar que la geometría y la música se conjugaron y se dieron cita en el capote y en la muleta de El Calesero, que son el relicario de la solera más fina del toreo.” (El Ruedo de México, semanario. 14 de enero de 1954).
Conclusiones de Julio Téllez
Posiblemente no exista en México un caleserista más devoto y convencido que el creador y sostenedor por decenios del programa del Canal 11 Toros y Toreros. Antes mencioné que esta corrida, a la que lo llevó su padre, fue la de su revelación como aficionado. Y esto escribió sobre ella: "Apenas en dos días, recibí dos contundentes lecciones de tauromaquia. Una en la plaza, por El Calesero. Otra el lunes, en los periódicos que pude comprar. Si el Esto decía que El Calesa dejó en el ruedo un tratado de estética, en consecuencia, el toreo es un arte. Si Carlos León comparaba al Calesa con Gaona, esto quería decir que hay a lo largo de la historia taurina lazos invisibles que comunican a los toreros artistas. Y si El Universal decía que El Calesa es un poeta, en consecuencia, también el toreo es poesía". (Alfonso Ramírez "El Calesero", op. cit., p. 60).
El hecho es que en el crepúsculo del domingo 10 de enero de 1954, una enloquecida turbamulta paseo a hombros por las calles a un torero vestido de celeste y oro. No sabemos lo que ese torero –Alfonso Ramírez "Calesero"– habrá sentido, pensado, vivido en esos momentos. Lo que sabemos es que había transmitido a los que lo llevaban en andas y a cerca de cincuenta mil almas reunidas en la Plaza México la impagable sensación de ligereza y gozo de quien sobrevuela las olas y las nubes, las nieves eternas y las galaxias, transportado a años luz de las miserias de este mundo.