La vida de César Girón fue convulsa, irregular, borrascosa, atormentada y huracanada, igual que rebotan en las arenas de nuestras playas las olas del Caribe, Girón fue el Caribe, acuñado en el retablo del toreo universal. De su boda con la hermosa y rica Danielle Ricard quedaron tres hijos: Myrna, Patricia y César. Tres jóvenes simpatiquísimos, inteligentes y de distinguido porte.
A César Antonio Girón Ricard le conocí un día que le hice, junto a Federico Núñez, una entrevista en Venezolana de Televisión y otros días que coincidí con él en corridas de toros en las que actuó su primo hermano, Marco Antonio Girón Lozano, el hijo de Curro Girón.
Aunque con marcado dejo francés al hablar, César Antonio se expresa en un castellano de sintaxis correcta, de muy amplio y preciso vocabulario. Dedicado a las ciencias exactas, me habló en aquella oportunidad de su afición por la fotografía, en la que coincidimos y de su vocación por la Física y la Informática. Preparaba viaje a Japón y se mostró muy interesado en conocer el pasado de su padre. Luego me he enterado que vive en Madrid y se ocupa de las cosas de la Casa Ricard en España. Para contar el dinero que hace, debe faltarle tiempo. César Perdomo Girón, su primo en segundo grado y por edad el cabeza de familia, le narró ordenadamente los acontecimientos de la vida del desordenado César Girón, para que se formara una mejor idea de la trascendencia venezolana de su famosísimo padre.
Con Patricia, la hermosa morena, no tuve trato. A Myrna sí la conocí y con ella y su marido, el rejoneador Antonio Ignacio Vargas, coincidí en España.
Un día, en Sevilla, me enteré de que en Carmona el esposo de Mirna Girón Ricard tentaría vacas de la ganadería de Miura. Consideré aquella oportunidad un privilegio de ser testigo de la lidia de una vaca de Miura porque a los tentaderos de Zahariche asisten escasos y muy exclusivos invitados. Como aficionado no estaba dispuesto a dejar ser testigo de semejante experiencia, ver lidiar una vaca de Miura, y muy temprano por la mañana nos embarcamos con Federico Núñez en la terminal de autobuses de Sevilla y tomamos uno hasta Carmona. Llegamos por la carretera de Alcalá, hasta las orillas del Guadaira, pasando por Mairena y Viso, toda tierra de "cante jondo".
Carmona reúne en las ilustres piedras de sus casas, la historia de los césares romanos confundiéndose las piedras con la herencia de los musulmanes. Ciudad de espléndida genealogía. Preguntando aquí y allá, llegamos a un merendero situado a las afueras de la ciudad y al margen de la carretera de asfalto en el que hay una pequeña plaza de toros con sus corrales y chiqueros.
Allí Antonio Ignacio Vargas, convertido en fogoso centauro, estaba en el ruedo calentando sus monturas. Durante el tentadero se me acercó Myrna. Joven, bonita, simpática, de suaves, afrancesadas y correctísimas maneras. Incapaz de ocultar su temperamento. Nos pidió la acompañáramos a su casa donde junto a su marido recibiría a un grupo de venezolanos que habían ido al tentadero. Entre el grupo de invitados a la casa del rejoneador don Antonio Ignacio Vargas y su esposa Myrna Girón de Vargas, estaban Orlando Echenagucia Hernández, propietario de la ganadería de La Cruz de Hierro; Andrés Miguel Velutini, hoy propietario de "Los Marañones"; el señor Luis Alfredo Echenagucia Lovera, acompañados de sus respetivas esposas: Mariela, Graciela y Rosalba, quienes en aquella época eran abonados fijos en la Feria de Abril y compartían un piso que habían comprado en sociedad en Sevilla.
Largamente hablé con Myrna aquella mañana en el automóvil mientras cubríamos el trayecto que separa su casa de Carmona. Habló ella sobre la reciente estada en su casa de su primo Marco Antonio Girón que, a finales de los años ochenta, comenzaba el camino de ser torero. Más tarde en su acogedor hogar, donde guardan cosas, objetos, crónicas, álbumes de César Girón, con afecto y veneración, fueron los esposos Vargas-Girón atentos y amables con nosotros, sus huéspedes y fue tajante Myrna al manifestar que toda colección de objetos que pudieron haber pertenecido al gran matador, y que son expuestos en casas de particulares o en supuestos museos, fueron tomados del piso de César Girón de Madrid, en el Paseo de La Castellana, o de otros sitios sin consentimiento del propio diestro, o del consentimiento de sus hijos o cualquier familiar, por que César Girón nunca otorgó a nadie, en calidad de préstamo o donación pertenencias privadas. Pudo regalar un traje de torear, un capote de paseo, pero nunca su carnet de conducir o ficha del Sindicato de Toreros.
César Girón, separado de su esposa, Danielle Ricard, la separación de sus hijos afectó mucho la vida de César, quien se iba y más tarde volvía a los toros en medio de un gran desequilibrio existencial, causado por la separación conyugal.
La primera retirada tuvo lugar en 1958. Un adiós temporal, para descansar un par de años. Volvió en 1960, y en su vuelta, como reseña Carlos León, cobró la deuda de México, pero Madrid en 1961 le cobró sus triunfos con una factura sangrienta: la cornada de "Pies de Búfalo", toro del Duque de Pinohermoso. Una cornada horrible en condiciones no cónsonas con la grandeza de César Girón, que ni siquiera estaba anunciado en el abono de Madrid de dónde se había despedido "por naturales", como en ABC había titulado Díaz Cañabate. Fue a Las Ventas, en una sustitución a Jaime Ostos. César estuvo entre la vida y la muerte y hasta noticias de su fallecimiento distribuyó una agencia internacional.
En 1967 se retiró en Caracas, en el Nuevo Circo, encerrándose en solitario con una corrida de Valparaíso. Fue la única tarde en que se identificaron en afecto César Girón y los caraqueños. Caracas siempre fue muy difícil para César. Injusta, es la palabra exacta. Toda Venezuela fue dura, excesivamente exigente y cruel a sabiendas de que fue un torero de época, un artista reconocido en el mundo del toreo con el rango de figura. Girón sufrió mucho cuando Maracay prefería a Pepe Cáceres, o le reclamaban tal o cual detalle dejando de lado su grandeza reconocida por los más exigentes críticos españoles o mexicanos.
No comprendía por qué Caracas no le trataba como Lima o Bogotá.
Un día, en la casa del gran aficionado Roberto Morales Legaspi, en Coyoacán, conversando con José Alameda surgió el tema de César Girón. Alameda, de gran cultura histórica taurina, testigo de los hechos y acontecimientos más relevantes en la edad de plata del toreo y en especial protagonista de los acontecimientos en la historiografía contemporánea del toreo, me dijo:
–Mira, Víctor, a César Girón le faltó ser torero en la calle. Era demasiado grande en la plaza, pero equivocado en la calle. César Girón fue una prolongación mejorada de Carlos Arruza, y mucho más completo que Armillita. No hay duda. Le faltó un relator de sus éxitos, una pluma que cantara sus proezas y narrara su epopeya. César Girón se encerró en sí mismo sin darse cuenta que necesitó una voz, distinta a la suya, que era agresiva y hasta llegaba a la ofensa cuando cantaba sus triunfos.
Texto extraído del libro "Memoria de arena", de Victor José López "El Vito". Ediciones Ankiola, Venezuela, 2015.