En México capital, la temporada de novilladas ocupaba el verano entero, la última parte de la primavera y la alborada del otoño. No eran raras las temporadas chicas compuestas por más de treinta festejos, con carteles en los que encontraban pronta cabida quienes, en la función anterior, hubiesen conseguido entusiasmar al público por su capacidad para jugarse la piel delante de astados de las más diversas cataduras y procedencias. De hecho, aquellas campañas veraniegas les daban abundante quehacer tanto a los taquilleros como al cuerpo médico de El Toreo, primero, y de la Plaza México a partir de 1946.
Entre las temporadas chicas más animadas que se recuerden cuenta la de 1929, con Carmelo Pérez y Esteban García convocando legiones de partidarios y seguidos de cerca por Jesús Solórzano y José González "Carnicerito"; la sola reunión de estos nombres sugiere al aficionado formas y estilos de lo más contratantes, que van del clasicismo más refinado a la iconoclastia extrema. Pues de similar variedad estuvo asimismo nutrida la serie novilleril de 1943, al grado de propiciar hasta cuatro doctorados en la inmediata temporada grande. Cifra que asimismo rondó aquella de los Tres Mosqueteros –ya en Insurgentes– que en el verano del 48 consagraría a Rafael Rodríguez, Córdoba y Manuel Capetillo.
Pero atengámonos, de momento, a la antesala de la famosa "Corrida de los tres Luises", anunciada para el 26 de diciembre de 1943, con Luis Castro "El Soldado" como padrino de confirmación de Luis Procuna y como tercero Luis Briones a quien, a su vez, una semana antes le refrendara el maestro Fermín Espinosa "Armillita" su reciente doctorado regiomontano. Poco antes, en los dos primeros festejos de la temporada, recibieron sus alternativas Gregorio García y Juan Estrada, dos veteranos que por fin habían dado el estirón; porque otra de las características de las temporadas chicas de entonces consistía en repetir sin parar al novillero triunfador, atinada política que, al tiempo de enganchar a la gente, contribuía a la superación taurina y anímica de los muchachos.
Encierro de lujo para los Luises
Naturalmente, la plaza registró un lleno total, provocado sobre todo por los dos novatos del cartel, que tenían encandilada a la afición con su novedad estilística y sus reiterados éxitos novilleriles. Sin menosprecio del arte recio e inconfundible de Luis Castro, que con todo y su contradictoria trayectoria y cornadas como la gravísima de "Calao" (22-11-42) siempre fue un torero muy interesante. Y como don Antonio Llaguno lo tenía por uno de sus predilectos, no iba a dejar de reservar para esta corrida "la créme de la créme" de San Mateo, nombre que era de por sí una garantía.
Aunque vale aclarar que la ganadería zacatecana de la divisa rosa y blanca, encumbrada a lo más alto desde los tiempos de Rodolfo Gaona y Manuel Jiménez "Chicuelo", y que continuaba aportando a la fiesta clase y bravura a raudales, a partir del tormentoso invierno de 1939-40 en que sobrevino aquella escisión entre sus toreros –Lorenzo Garza y El Soldado– y los firmantes del "Pacto de Texmelucan" –Armillita, Alberto Balderas, Jesús Solórzano y Silverio Pérez–, iba a cargar con el sambenito de "los toritos de plomo" que acabaron por reventar aquella malhadada temporada. Divididas desde entonces afición y prensa, la parte de ésta adversa a San Mateo y Torrecilla no perdería ocasión de censurar tanto a los hermanos Llaguno como a sus diestros afines, especialmente a Lorenzo, que no por nada había optado por hacer mutis tras el foro casi al final de la temporada anterior (21-03-43).
Tarde, pues, no sólo de expectación a tope sino de pasiones prontas a estallar.
Gran confirmación de Procuna
Arrollador de ánimo y toreo desde que abrió su capote, pletórico en los tres tercios y ansioso por conquistar un sitio entre los ases, un juvenil Luis Procuna recibió los trastos de su tocayo Castro mientras "Pinturero", finísimo ejemplar negro bragado, aguardaba en otro tercio. Hasta allá fue el de San Juan para bordarle una faena cuajada de detalles saladísimos, valor del bueno y esa variedad exuberante que ya lo distinguía. Y con la estocada llegó su primera oreja. La segunda se la cortó al sexto, "Navegante" gran toro para una faena que, aun con altibajos, nunca dejó de interesar al público ni de alborotar a sus partidarios. En justicia, Procuna se hizo acompañar en la vuelta al ruedo por don Antonio Llaguno. Y todo parecía indicar que sería el amo de la tarde.
El Soldado se sublima
Apabullado en apariencia por las dos nuevas figuras, dubitativo y torpón con el lote incómodo del encierro zacatecano, Luis Castro iba a recurrir a la suerte del perdón, representada desde siempre en México por el toro de regalo. Apareció entonces "Rayito", abrió El Soldado su capote broncíneo y de la tela rosa surgió la maravilla de su verónica legendaria, su chicuelina de giro pausado y manos bajas, sus remates suaves y rotundos. Hasta se animó Luis a cubrir el segundo tercio mientras "Rayito" se crecía, antesala de la faena de ésa y de muchas tardes, un inspirado muleteo que puso a la plaza de cabeza y le valdría al de Mixcoac la oreja y el rabo y la salida en hombros en compañía de Procuna y don Antonio Llaguno, a cuyo bravísimo ejemplar se le premió con la vuelta al ruedo. Final de apoteosis que Briones no pudo compartir.
El de Monterrey pinchó una buena faena
Anunciado como "Luis de seda y oro", se encontró de primeras con "Napolitano", otro sanmateíno excelente al que hubiera desorejado de no mediar el pinchazo que redujo su premio a una ovacionada vuelta al ruedo tras medida y elegante faena. Se le reprochó, en cambio, su titubeante labor con el encastado quinto, que terminó desbordándolo. Y, artista talentoso al fin, no dejó de mecer templadamente su capote ni cuajar algún quite que puso al gentío en pie.
En realidad, allí empezó a rezagarse este regiomontano que tantas esperanzas despertara de novillero. Si la fiesta es y será siempre un misterio, en Luis Briones pesó sobremanera la gravísima cornada de "Rondinero" de Rancho Seco, que menos de un año después (03-12-44) iba a hundirle un pitón en el orbital derecho para producirle una fractura craneal y una infección que habría resultado fatal de no mediar la intervención de la penicilina, recién descubierta por el doctor Fleming y que se empleaba por primera vez en México. Empero, el percance menguó definitivamente sus regiomontanos bríos y lo iría apartando de esa primera fila a la que parecía apuntar la finura de su arte.
El Tío Carlos y la gesta de El Soldado
Septién García escribió: "En el séptimo de la tarde, Luis Castro fue un rondeño… en la cuna del toreo templó su muleta para torear a "Rayito" de San Mateo. Rosas de hierro forjado fue creando en el tercio…(en una faena) tan dura, recia y templada como el balcón de la portada dieciochesca de la plaza de Ronda.
Recordamos la belleza ruda de aquellos ayudados por abajo, remate de las series de pases como grabados a fuego sobre rancio pergamino conventual: la muleta en la izquierda, el estoque en la derecha, el pase iniciado a una altura natural. Lento y mandón, el torero movía los brazos hacia abajo marcando imperiosamente al toro su terreno. Y luego, en el remate, llevaba la muleta hacia adentro para obligar al animal a revolver, y se la retiraba seco y categórico, quedando el lidiador de espaldas, con los cuernos del enemigo a pocos centímetros de la pierna bien plantada en la arena; seguro de su mando y de su poderío. Fue una faena consistente, sólida, de viejo maestro rondeño… Por lo que cortó oreja y rabo". (El Universal, 27 de diciembre de 1943).
De la Torre cuestiona a Procuna
El-Hombre-que-no-Cree-en-Nada (Luis de la Torre), elogió ampliamente al encierro de San Mateo y confesó que a Luis Castro "no lo conocíamos en ese plan… ¡Lástima grande que en tan brillante trasteo muleteril no haya intervenido, sino a la hora de matar, la mano izquierda!".
Por otra parte, aun reconociendo que tuvo Procuna una confirmación muy lucida, afirma que "El toro de la alternativa mereció una faena de las que llegan a ser inolvidables, pues reunió todas las características del toro ideal… Sin embargo, ni con el capotillo, salvo un atropellado quite por orticinas, ni con la muleta, pudo ajustarse a lo que su enemigo pedía a gritos… el toreo izquierdista brilló por su ausencia y lo que debería haber sido un faenón quedó en una faena pinturera y bonita".
Al referirse al sexto, segundo del de San Juan, el mismo cronista habla de “otro ejemplar de excelentes condiciones y que conservó alegría hasta el último momento, permitiendo una de las faenas más largas que hayamos presenciado… (pero Procuna) solamente en la tercera parte de ella estuvo a la altura… cuando le pudimos admirarle una serie preciosa de afarolados girando en sentido contrario al usual en ese muletazo". (La Lidia, semanario. 7 de enero de 1944).