Como Harold Bloom por su Dublín, Don Quijote por su península, Odiseo por su mar, Ignacio Álvarez "Barquerito" navega por su mundo de toros, acá y allá de los Pirineos. A la deriva, importa el viaje no el motivo ni el destino, y va consignándolo todo con sitio, fecha y hora en su "Cuaderno de Bitácora".
Pero no es lo que pasa y le pasa lo que hace literario y único ese diario de a bordo. Es cómo lo cuenta. No necesita para ello ser un Joyce, un Cervantes, un Homero, le bastan su mano, su aguda percepción y ese castellano afilados por años y años en el relato profesional de corridas... –!Ve a los toros!– le gritó Gertrude Stein al joven Hemingway cuando este no hallaba expresión a sus ansias de escritor. Fue y halló.
Hace ya dos meses, el 23 de octubre, supe por la columna de Vicente Zabala en El Mundo (Madrid), que se había impreso en España una parte del "Cuaderno". Que la edición era "no venal" y su distribución personal privilegiada. ¿Estaría yo en la lista? Impaciente, aguardé acá en Cali, como quien compró lotería. Sí estaba. ¡Llegó el jueves pasado! La maldita pandemia lentifica los envíos, más los transatlánticos.
Lo desenvolví presuroso, lo miré, lo palpé, lo sopesé... Formato pequeño, más que de bolsillo, discreto, sólido…, en la portada roja una negra silueta (Ignacio, seguramente) avanza solitaria con manuscritos bajo el brazo (alegoría)... Solapas generosas, hojas gruesas de 140 gramos al menos. Eso sí, caracteres pequeños (¿no es libro para viejos? preguntaría Cormac McCarthy). Pero en conjunto bella cosa, una sobria joyita de bibliófilo… y además, tallada por un querido amigo.
Suspendí otras lecturas y lo leí de tirón. Mejor dicho, lo releí, pues descubrí que había ido recibiendo esas "bitácoras" al paso de su escritura e incluso, con autorización debida, reproducido muchas en mi blog. Como quien halla tréboles de cuatro hojas y lo pregona. Pero no importó conocerlas ya. No se regusta por novedad sino por lo contrario. Más placer.
Son 124 páginas, incluyendo cinco del prólogo biográfico: “A paseo con Barquerito” por Miguel Ángel Aguilar. Contiene 36 crónicas repartidas en el sentido de las manecillas de la temporada, entre: Castellón, Valencia, Sevilla, Figueres, Nimes, Arles, Madrid, Alicante, Pamplona, Azpeitia, Vitoria, San Sebastián, Bilbao, Salamanca, Toro, Zaragoza, y otra vez Madrid con un capítulo final: "Escritos del confinamiento".
No es un libro taurino, ni de viajes, ni de arte, ni de gastronomía, ni de ciencia, ni de filosofía, ni de historia, ni de poesía… pero contiene todo eso y más. En cada observación, vivencia, reflexión, evocación, parangón, descripción; en cada incidente, nombre, metáfora, recuerdo, cita…, están la cultura, la erudición y el humor de un autor sensible y exquisito descubriendo la pequeñez en la grandeza y la grandeza en la pequeñez de cada cosa. Calando en significados. Develando a su modo lo mucho que hay tras la fachada de lo cotidiano. Literatura.
Solo la política parece asépticamente ausente. Es un libro honesto, sí, pero tan o más divertido que muchos deshonestos. Contrario a lo que se esperaría de un cronista taurino, los toros no son tema frecuentemente aludido. Pero están ahí, tácitos, en todos los espacios pues el narrador está donde está por ellos. Divagando entre corrida y corrida. No tiene que decirlo, aunque a veces lo dice...
En Valencia (Fallas), vuelve a la redacción (sala de máquinas) de "Aplausos". Muy torera… una biblioteca surtida… Mira los tomos de "El Ruedo" —colección completa— Calendarios especiales, toros… un jabonero fuenteymbro, un cuadri de cuajo insuperable… Los miuras para hoy son de trapío incalculable declarará un veterinario en Pamplona más adelante, desbordando el adjetivo…En la pared, "una foto cenital"; un juampedro "embistiendo a borbotón", una verónica... –Es Morante, pero parece Paula– le dice Agustín Arjona.
"Morante es el torero que mejor ha estudiado los clásicos, no para imitarlos sino para interpretarlos", agrega él y deja el resto a la imaginación de quien pueda interesarse. Por ejemplo; Barýshnikov interpretando a Chaikovski… Pavarotti a Verdi, Olivier a Shakespeare..., también únicos.
De párrafo a párrafo incitaciones como esta. Hay que leerlo para creerlo. Quién sabe si habrá edición de venta al público. Debería haberla. Es justo y democrático. Un escritor así es derecho de todos.