Cuando Pablo Lozano llegó a México a finales de los años cincuenta ya estaba casi retirado. Sin embargo, aquí se refugió, buscó a los amigos mexicanos que había hecho años antes en España, y tuvo un importante segundo aire que le granjeó un importante número de corridas y afectos.
"Fueron esos años que precedieron la que había sido su mejor etapa en los ruedos, tras la encerrona de Madrid de 1957, de la que tanto Eduardo como José Luis, sus hermanos menores, sabían que podía servirle para abrirse camino en España. Por eso a ellos no les agradó mucho que Pablo se fuera a México, pero esa había sido una decisión muy personal que a él le convenía en ese momento, una vez que ya se había casado", comenta el matador estadounidense y reconocido pintor Robert Ryan, que fue uno de sus íntimos y vivió de cerca la época mexicana del espada toledano.
En esos años aquí vivió con su esposa, doña María Guadalupe Perea, que era originaria de San Luis Potosí. Llegaron de Madrid con su hijo Pablo muy pequeño y aquí nació Fernando, en el Sanatorio Español de la Ciudad de México. Así que no había más remedio que encontrar apoyos para poder torear, y uno de ellos, fundamental en su vida torera, fue y el inolvidable Luis Procuna, con el que Pablo asoció para organizar muchas corridas. Además, toreó en las que a él lo contrataron, pues venía precedido de prestigio y aquí supo moverse.
"A mí me había recibido muy bien el maestro Pepe Ortiz, por el que yo sentía una profunda admiración. Me ayudó mucho durante mi estancia en México como novillero y me presentó a varios de sus amigos toreros. Entre ellos estaba el maestro Jesús Solórzano, del que Pablo siempre se expresó muy bien, como también de otros diestros mexicanos a los que admiraba por su gran clase, como a Fernando de la Peña. Y fue en El Corral del maestro Procuna, en la colonia Polanco, adonde Pablo acudía todas las mañanas a ensayar, en medio de aquel ambiente de camaradería en la que había otros toreros, consagrados, o principiantes, que se acercaban a ese sitio", afirma Ryan.
"Pablo tenía una enorme afición y estaba dedicado por completo a su profesión. Por las mañanas íbamos a su casa, que estaba en la calle de Bahía de Santa Bárbara, y le timbrábamos para irnos con él a entrenar al corral del maestro Procuna. Ahí estaba su mujer, con la que charlábamos, y también nos entreteníamos con Pablito, que era un niño muy pequeño, y Fernando estaba de brazos".
Entre los años de 1960 y 1963, Lozano toreó con frecuencia en plazas de provincia, si no llegó a confirmar en La México se debió al veto que, por entonces, le había impuesto el doctor Alfonso Gaona a Luis Procuna, que era protector del toledano. Así recuerda este pasaje Robert:
"Una vez fui a ver al doctor Gaona a la óptica y le pedí a Pablo que me acompañara. Antes de salir de la oficina, en un aparte, el doctor me comentó que no llevara a Pablo ahí, y que no me juntara con él. Fue algo así como una recomendación, pues sabía que él era íntimo del maestro Procuna, con el que estaba peleado por temas, como suele ser siempre, de dinero".
A pesar de que no contó con el aval de La México, Pablo toreó en "El Toreo" la noche del miércoles 26 de septiembre de 1962, acartelado con Ricardo Balderas y otro de sus amigos: Raúl Acha "Rovira", para lidiar toros de Peñuelas. De hecho, Balderas decidió retirarse esa tarde para convertirse en banderillero, y ya para esas fechas fungía como apoderado de don Pablo.
Precisamente la fotografía que ilustra esta información, fue tomada durante un programa de televisión que tenía Paco Malgesto. Los toreros acudieron para promover la corrida de despedida de Balderas en Cuatro Caminos. En el grupo están el cantante Pedro Vargas, el propio Luis Procuna, Rovira y Balderas, además de Pablo Lozano, que aparece asomado, con un gesto un tanto tímido y reservado, en la parte trasera de la imagen.
De todo ese cúmulo de recuerdos, Robert Ryan destaca la capacidad de Lozano para torear a la verónica, que era una de las suertes que mejor interpretaba:
"De Pablo se ha escrito sobre su destreza con la muleta, por eso aquel apodo que le pusieron, pero toreaba muy bien a la verónica y cuajaba el quite por gaoneras, con el compás ligeramente abierto. Fue un torero que buscó la variedad. Alguna vez le vi ensayar una especie de tapatía pero con la muleta; de frente, como si fuera a ejecutar una bernardina, pero, en vez de torear por alto, lo hacía como si fuera una tapatía. Nunca supe si llegó a ensayarlo con una becerra en el campo o si se lo hizo a un toro. Pero eso habla de su afición a mejorar y hacer cosas nuevas".
En la zona de la frontera toreó con frecuencia, en plazas como Tijuana, Ciudad Juárez, Nogales –donde tenían mucho cartel– y en otras del norte como Torreón o Tampico, según recuerdan otros de sus allegados de esos años, como Guillermo Rondero, que ya andaba picando piedra como novillero y era otro de lo que iba a entrenar al Corral de Procuna. Y también toreó dos tardes en la plaza "San Marcos" de Aguascalientes, el 1 de enero y el 24 de abril (en plena feria) de 1963, según ha documentado Xavier González Fisher, y otras en distintos pueblos o ciudades de cierta importancia, varias de ellas al lado de figuras consagradas como el propio Silveti o Rafael Rodríguez.
Entre los recuerdos de Rondero está la grave cornada que le pegaron en una plaza de Guatemala, donde Luis Procuna lo había puesto en unas corridas que él había organizado. Este percance retrasó su viaje a España, donde estaba dispuesto a volver a torear luego del rodaje tan intenso que había tenido en México, donde Ryan calcula que debió torear más de 40 corridas en 1962, una cifra nada despreciable que habla de su continuidad en cosos del país.
"Muchas tardes estuvimos en el Bar Palace, a un costado del monumento a la Revolución, escuchando hablar de toros aquellos maestros como Carlos Arruza, Solórzano o Cagancho, que también acudía al local del popular aficionado Paco Llopis a tomar la copa. Al principio, prefería quedarme a leer libros de toros en casa, hasta que me convenció Pablo de que viniera a aquellas reuniones, que disfrutamos juntos, tanto como esas otras, muchos años después, en su finca de Alcurrucén, en las que seguíamos rememorando los años en que coincidimos en México. Pablo era un enamorado del toreo de México", dice Ryan.
Su amistad con los toreros mexicanos perduró con el paso del tiempo, y mantuvo relación con Procuna hasta su trágica muerte, así como con Rafael Rodríguez ("Marilupe", como le llamaban cariñosamente a su esposa, era íntima de Teresa Arellano, la esposa del Rodríguez) o Juan Silveti, al que había conocido en España en los años en que alternaron.
Y también mantuvo una relación muy bonita con algunos ganaderos, que lo acogieron en sus fincas, especialmente con don Fernando de la Mora, así como con otras figuras del toreo posteriores a su época, como fueron Curro Rivera, Eloy Cavazos, Antonio Lomelín, Mariano Ramos, David Silveti, y su hermano Alejandro, y Alejandro Amaya, a los que ayudaron cuando fueron a torear a España y la Casa Lozano se encargaba de la gestión de varias plazas, incluida la de Madrid.
Asimismo, en su día, Pablo Lozano trató de ayudar a Jesús Delgadillo "El Estudiante", el torero mexicano al que aconsejó que renunciara a la alternativa que había tomado en 1958 en Aguascalientes, y que se fuera a España a torear como novillero. Llegando allá, sus hermanos decidieron no apoderarlo, y don Pablo se encargó de buscarle un apoderado, según recuerda Robert Ryan, lo que sin duda habla del afán de cumplir con lo que había ofrecido, muestra del cariño y agradecimiento que sentía por México, el país donde encontró un refugio en tiempos difíciles.