Cayetano, Manzanares, Padilla… modelos de campañas publicitarias… Frivolidad quizá para los aficionados conservadores, irritación, seguro para los antitaurinos. Pero no, no es una relación nueva la del toreo con la moda. Siempre ha estado, aunque no haya sido siempre de la misma manera, pues moda y toreo son cultura.
No es cosa leve. La moda pesa más, de lo que indican: el ancho de la solapa, la longitud de la falda, el modelo del carro, la marca del reloj, la proporción de las mamas o los glúteos… Tras ella están el consumo, el mercado, la industria, los precios, el empleo, la política. Es gran turbina de una economía (mundial), basada en la compra y el desecho, la sobreproducción y su secuela en el mundo, el deterioro ambiental.
La moda rige los comportamientos colectivos, y, en esta época hipercomunicada, los de la humanidad entera. Por un lado, con su insoslayable seducción, como Flautista de Hamelín, y por otro, con mano de hierro, como dictador incontestable. Quien no la siga se despeña.
Dicen que los influenciadores, las marcas, los notables, los diseñadores, los mercaderes, los medios inventan la moda. No. Se le suman, la sirven y se sirven. O pasan de moda y caen arrollados.
Nacida en las profundas pulsiones humanas, ella se mueve con dinámica propia. Como la energía nuclear, que surge de la fisión del átomo. Se alimenta de la fuerza liberada por el choque continuo entre los apetitos de un animal racional y las exigencias de su rebaño. Fisión de individuo y sociedad; de lo privado y lo público.
Permanentemente actuamos en dos escenarios simultáneos; externo e interno. Somos públicos e íntimos. Nos damos a la platea y a nosotros mismos. "El mundo es un gigantesco teatro en el que somos a la vez actores y espectadores".
Es el campo gravitatorio de la moda. Querer parecernos y ser distintos. Ahí también interactúan el toreo y los toreros, como arte y artistas de la imagen, como estética y modelos, dentro y fuera del ruedo. Lidiadores e iconos. Sujetos y objetos del mercado, sí, pero también de otras gravedades más fuertes; las del instinto, el culto, el rito, la liturgia. Cual oficiantes de la corrida, ceremonia ancestral de vida y muerte.
Metasignificados que captan e incitan, más hondo que los melindres y slogans antitaurinos o el escándalo de los creyentes fundamentalistas. Lo sabe y aplica la publicidad.