Hace sesenta años, Antonio Ordóñez, Diego Puerta, Curro Romero, Rafael de Paula, Juan García "Mondeño" y Curro Lara, fueron anunciados para la séptima feria colombiana de Manizales, sin el concurso de ningún torero ni toro nacional. Matarían solo corridas españolas de los hierros de Juan Pedro Domecq, Fermín Bohórquez, Juan Guardiola y Vizconde de Garcigrande.
La Unión de Toreros de Colombia (Undetoc) y la Unión de Ganaderos pusieron el grito en el cielo y vetaron La Monumental, alegando ninguneo y violación de los acuerdos taurinos binacionales. Amenaza de ruptura de relaciones. El organizador manizaleño, Oscar Hoyos, se justificó diciendo: "contraté solo toreros y encierros españoles "porque la cláusula quinta del convenio me confería amplios derechos para hacerlo". Dicha cláusula se había derogado con anterioridad ("El Ruedo", enero 12 de 1961, página 13.).
Contra viento y marea la feria se realizó, afortunadamente con éxito histórico. No era para menos, con esos carteles. Tengo guardada la página taurina de "La Patria" (¡!) diario local del 29 de enero, rezando: "De hoy en adelante, las verónicas no se llamarán verónicas sino romerinas".
No siempre lo justo, lo artístico y lo sindical van de la mano. "Sacrificar un mundo para pulir un verso" decía el poeta colombiano Guillermo Valencia. Pero después, a fuerza de tesón, los sindicalistas ganaron su mundo sin despulir el verso. De allí en adelante, gracias a su lucha, siempre hubo toreros y toros colombianos alternando con los extranjeros en todas las ferias y eso impulsó la fiesta en el país.
Hoy, con la tauromaquia en el filo del abismo, acá y allá. Más que por la pandemia, por lo que los políticos a cargo hacen con ella, en la vieja y aguerrida Undetoc se vuelven las espadas hacia dentro. Eso no es nuevo.
Conservo vívida la escena. Varios años después del conflicto citado. En la Santamaría bogotana, el disidente Pepe Cáceres, acosado por una claque reventadora que los sindicalistas de entonces le habían montado en los altos de sol, les brindó una ceñida y aguantada tanda de muleta en los medios, encarándolos desafiante tras el remate y llevándose la mano a los genitales.
Pasó, y no pasó nada. Eran otros tiempos, el sindicato siguió combativo, errando y acertando en defensa de sus intereses, la fiesta continuó su marcha nacionalista, vinieron César Rincón y sus casi tres décadas doradas, Pepe murió, nuevas desgracias cayeron, una encima de otra; las pestes, autoritaria, antitaurina y viral. Entonces, voces de muerte sonaron cerca...
Para colmo, las inveteradas peleas intestinas, que no fueron letales antes, profundizadas en esta crisis terminal sí amenazan serlo. Hay quien lo lamenta y hay quien lo celebra. Claro.