Las plazas de toros son un lugar donde confluyen social y psicológicamente comunidades que comparten actitudes sustanciales parecidas. La plaza de toros es un círculo. Toro y torero están en el centro a la vista de todos. El torero no puede mentir, está expuesto en público ante el peligro.
Los espectadores miran al torero ejercer el sacrificio. Lo que hacen toro y torero se somete al juicio popular. El aficionado no es un espectador pasivo. Durante la corrida el aficionado aprecia de lo bueno y de lo malo, juzga lo justo y lo injusto, diferencia lo bello de lo feo. El espectador aprecia la autenticidad de la fiesta. Por eso Enrique Tierno Galván dice que "acudir a los toros sea un acto de brutal sinceridad social, que nos delata, en cierto modo, ante los demás".
La vida es, en sí misma, una aventura, pero en los toros hay una consciencia evidente al aventurarse. Tanto aficionados como toreros están a la espera de lo que ha de venir. Porque los toros se viven con pasión, que a veces desborda, que lleva a la plenitud. Así fue Ismael Ríos Delgadillo quien hasta el día de ayer tuvo una vida plétora.
Ismael fue discípulo de Pepe Alameda y se convirtió en un formador de aficionados. Enseñó de toros y de su pasión por la vida desde su cátedra en la Universidad Iberoamericana, en los micrófonos de la radio poblana y en las cámaras de la televisión de Tlaxcala.
Muchos de los que nos aficionamos a los toros en los años ochenta en Puebla, lo hicimos escuchando el programa radiofónico "Frente al Toro", que por más de una década transmitieron Ismael y Antonio Casanueva y Velasco. El nombre del programa era una declaración de principios: hablaban de toros de frente, con valentía, sin pelos en la lengua.
Tierno Galván decía que los toros son un acto colectivo de fe: "La afición a los toros implica la participación de una creencia; de aquí, que para el auténtico aficionado, la afición sea en cierto sentido un culto. Pero ¿creencia en qué? ¿Fe en qué? En el hombre. El espectador cree en ciertas cualidades inherentes al hombre que constituyen la hombría, y precisamente porque cree en ella va a los toros".
Ismael Ríos fue apoderado de Rafael Ortega y, al igual que su torero, fue un ejemplo de pundonor y de entrega. El maestro Ortega fue un espada completo, figura en los tres tercios. Ismael fue un un hombre completo, pródigo de nobleza y cultura.
Como lo hizo tantas tardes en la plaza de toros "El Relicario", hoy, junto a mi padre, debe estar narrando las corridas en el cielo.