El 2 de septiembre de 1950 falleció
Carlos Ruano Llopis, uno de los pintores taurinos más importantes de la historia, cuyo estilo marcó toda una época desde que comenzó a trazar aquellos magníficos carteles de toros de los años de
Gaona, Joselito y
Belmonte, pasando por los del tiempo en que la tauromaquia mexicana adquirió su mayor sello de identidad en los años cuarentas.
Ruano fue una celebridad muy querida y respetada en este país, al que decidió venir a vivir para desplegar su arte en plena madurez de su carrera artística, que muy pronto encontró en México seguidores -y muchos imitadores, también- que se hicieron eco de su colorida paleta y la fuerza de su estilo, marcado por la belleza de su plástica y el movimiento de las figuras que pintaba, mayoritariamente toros y toreros, pero también flamencos. Y más tarde también pintó estampas de charrería y retratos de diversos personajes, en los que también se mostraba como un agudo observador de sus rasgos más significativos.
El maestro nació en una pequeña población valenciana llamada Orba, situada al noreste de la provincia de Alicante, en la llamada comarca de la Marina Alta, donde nació el 10 de abril de 1878, y desde muy pequeño mostró curiosidad por la pintura, quizá influenciado de aquella luz mediterránea de la que, por esos años, también influenciaba la primera juventud del inmenso Joaquín Sorolla.
Sus primeros dibujos los hizo para la fábrica de abanicos en la que trabajaba, y fue así como decidió inscribirse a la Academia de Bellas Artes de Valencia, una magnífica plataforma de lanzamiento que lo llevó a ganar una medalla de oro en la Exposición Regional de 1909, lo que le valió para ser premiado con una beca que lo llevó a continuar con sus estudios en la Ciudad Eterna, la Roma en la que, a lo largo de la historia del arte han abrevado otros muchos otros artistas plásticos.
En 1912 pintó un óleo taurino que envió a la famosa Litrográfica Ortega de Valencia, aquella que imprimía con tanto lujo los carteles monumentales que todavía hoy día adornan corredores y paredes de fincas ganaderas, y fue así como comenzó su estrecha relación con el mundo de la tauromaquia, que terminó por subyugarlo. Y fue precisamente esta imprenta la que le publicó su primer libro "Impresiones del natural", que apareció en 1931, editado por la propia Litográfica Ortega, que su casa durante muchos años.
Al cabo del paso del tiempo se convirtió en colaborador de distintos medios -periódicos y semanarios-, y también continuó con su atractiva labor de cartelista de las ferias más importantes de España, trabajo que alternó con el montaje de varias exposiciones que tuvieron lugar en ciudades como Valencia, Madrid, Bilbao, Marsella, París, México, Caracas, Nueva York o Filadelfia.
A México vino por primera vez en 1933 por invitación de Juan Silveti Mañón y Fermín Espinosa "Armillita", país del que quedó prendado por la amabilidad del trato de su gente, y el regusto que su obra provocó entre los aficionados aztecas. Y fue así como un par de años después, y tras la muerte de su madre, decidió venir aquí, donde permaneció durante esa última etapa de su vida, acaso la más fructífera e importante de su carrera, cuyos ejemplos de su arte quedaron plasmados en otro magnífico libro publicado en 1943, titulado "Mi tauromaquia", al que se suma el aparecido medio siglo después, en el año 1993, que lleva por nombre "El arte de Carlos Ruano Llopis".
La prolífica obra de Carlos Ruano Llopis marcó toda una época de la pintura taurina. Conjuntamente con Roberto Domingo, que lo antecedió, y Pancho Flores, que fue posterior, conforma esa terna de pintores más destacados del género taurino a lo largo del siglo XX en México, sin dejar tampoco de mencionar a Antonio Navarrete, que fue uno de sus más fieles seguidores. Y hoy, la memoria del insigne artista valenciano, sigue viva de manera proporcional al tamaño de su arte.