Hacia finales de los años veinte del siglo pasado, Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, miembro de una conocida familia de productores vitivinícolas de Jerez de la Frontera, adquirió la ganadería que había fundado el Duque de Veragua en 1790, a partir del ilustre tronco Vistahermosa.
El destino de la torada veragüeña –que pastaba en Toledo y gozó de gran prestigio en el salto del siglo XIX al XX pero estaba en franca decadencia–, fue la hacienda jerezana de "Jandilla", y el flamante propietario decidió eliminar la mayor parte del enorme lote recién adquirido para experimentar con la cruza Conde la Corte-Mora Figueroa, que habría de colmarles de satisfacciones a él y a sus descendientes. Fue el origen del encaste Domecq, hoy imprescindible en los mejores carteles de toda España.
Coincidentemente, se había presentado en la península ibérica para confirmar su alternativa un joven matador, de tan solo 17 años, oriundo de la ciudad de Saltillo, capital del estado de Coahuila en el norte de México. Uno y otro, el nuevo criador jerezano y el imberbe espada, que no era otro que Fermín Espinosa Saucedo "Armillita Chico", pasaron, casi simultáneamente, por el cúmulo de esperanzas y sinsabores inherentes a los duros empeños de convertirse, el uno, en ganadero de alto bordo, y el otro, en figura grande del toreo. Lo que estaban predestinados a ser. Y ambos concurrieron a la feria de Bilbao de 1935, donde se lidiaban cada agosto los encierros más imponentes de la temporada europea. Fermín, ya figura consagrada, como base de las famosas Corridas Generales. Los toros de Juan Pedro Domecq, con el compromiso de su debut en el coso bilbaíno. Ese 21 de agosto de 1935 conformaban el cartel Vicente Barrera, Armilla y Domingo Ortega, para despachar el muy serio encierro llegado desde el cortijo jerezano de "Jandilla".
Remembranza de Manuel García Santos
El escritor taurino español Manuel García Santos, hizo de México su casa a partir de una visita, planeada como breve, para indagar acerca del paso imperial de Manolete por nuestras plazas, pues estaba embarcado en la elaboración de un libro biográfico sobre el legendario diestro muerto en Linares. Adquiere especial relieve este artículo suyo, escrito en 1964, porque recoge, a propósito de una aguda reflexión acerca del toro bravo, la enorme faena de Armillita a "Mocito", de Juan Pedro Domecq, el segundo de la tarde de referencia. Leamos con todo cuidado, porque se trata de una pequeña joya literaria y taurina.
"Voy a hablar de algo que he vivido. Voy a definir al toro bravo y voy a hacerlo relatando un suceso y expresando una teoría, que pude oír de labios autorizados. Ocurría esto allá en el año de 1935. Se iban a encajonar las corridas para la feria de Bilbao y el escenario era la magnífica finca de Jandilla, que poseía en Jerez don Juan Pedro Domecq y ahora es propiedad de su hijo del mismo nombre. Un día antes hubo una fiesta flamenca en Jandilla. Estuvieron en ella Canalejas de Puerto Real, el novillero Leopoldo Blanco, el cantaor "Manquito de Jerez" y varios toreros, entre ellos El Niño de la Palma, padre de Antonio Ordóñez…
En la madrugada, cuando regresaban algunos de los invitados, chocó el coche que los conducía con un camión de pescado que venía del puerto, y murieron en el acto Leopoldo Blanco "El Manquito" y otro bailaor del grupo; Canalejas quedó cojo y allí se inició su decadencia… Durante la cena, se habló del toro y se discutió mucho sobre las condiciones que debe reunir un toro para merecer el nombre de bravo, que tanto se prodiga. Don Juan Pedro, contra su costumbre, callaba y oía. Llegó la faena de encajonar a los toros. Uno de ellos, Veragua puro, de gran trapío como toda la corrida, hizo una entrada perfecta. Se elogió al toro y don Juan Pedro invitó: "Todo el que quiera ver la pelea de Mocito –así se llamaba el toro– queda convidado a venir a Bilbao.
Lloviznaba en Bilbao aquella tarde. Hicieron el paseo las cuadrillas. Iban al frente "Armillita", Vicente Barrera y Domingo Ortega. Cuando salió al ruedo "Mocito", levantó un rumor de admiración por su lámina y por cómo remató en el burladero. Tomó celo en seguida con los capotes. Armillita lo lidió muy bien. Sus hermanos, Juan y Zenaido, no daban en la plaza un paso que no tuviera una razón y un propósito definido. Era un toreo geométrico. Como un ajedrez, cuyas piezas moviera un famoso campeón del tablero.
Se arrancó "Mocito" de largo al picador, metió la cabeza debajo de la cincha, empujó sobre las manos –acaso fue ese día cuando Ortega concibió la teoría de que el toro bravo no empuja con los riñones sino que levanta las patas traseras– y empujando, empujando llevó a caballo y jinete hasta las tablas. Allí siguió empujando hasta que rompió la puerta falsa de la barrera y metió al caballo y al picador dentro del callejón. Así tomó tres varas más. Llegó a banderillas con la arrancada fuerte y quitándoles los rehiletes de las manos a Zenaido y Juan. Armillita le hizo al toro una faena justa, torera, llena de dominio y de arte… los bilbaínos estaban en una tensión tremenda ante el alarde torero que hacía Fermín. Y ante la bravura de aquel toro que, con codicia ejemplar, se arrancaba cada vez que lo citaban y volvía sobre las bambas de la muleta como queriéndose comer el engaño. Miré a don Juan Pedro Domecq. Estaba impávido. No le quitaba la vista al toro.
Cuando Armillita, después de un volapié fulminante, daba la vuelta al ruedo con las orejas, el rabo y la pata de "Mocito" en las manos, don Juan Pedro, que había declinado en su conocedor Antonio Román el honor de dar la vuelta al ruedo con Fermín, habló al fin, con lágrimas en los ojos: "Querían saber ustedes lo que es un toro bravo, ¿no?... Bueno, pues un toro bravo es ése… "Mocito". Y con esas palabras cerró la charla del día del encajonamiento en "Jandilla". (Lunes de Excélsior, 11 de mayo de 1964).
Crónica de Gregorio Corrochano
La víspera, el afamado cronista del ABC, desplazado a Bilbao, había encomiado la respuesta de Domingo Ortega a una gran tarde de Manolo Bienvenida y Fermín Espinosa –que fue, por cierto, el triunfador máximo de aquella feria del 35–. Tal vez para no entrar en las discrepancias entonces usuales entre las distintas reseñas de las corridas efectuadas en cosos españoles –Madrid incluido–, Corrochano decidió señalar, escuetamente, que los tres cortaron oreja a sendos saltillos de Moreno Ardanuy. Pero en la corrida del miércoles 21 de agosto, la de los juampedros, no tuvo ya más remedio que volcarse en elogios al mexicano. Entresaco los párrafos más elocuentes de una crónica rica en detalles, demasiado larga para el espacio aquí disponible.
"… Venimos observando esta temporada que es uno de los mejores toreros que tenemos (Armillita), y que su calidad y méritos son superiores a su reputación. Que a Armillita aún no se le ha dado el lugar que debe ocupar… Banderillero fácil y elegante, variado en quites, a mí con lo que más me llena es con la muleta. De gran muletero lo teníamos ya calificado. Después de verlo esta tarde en Bilbao, dudarlo sería una herejía. De soso se le pinta por los que se divierten con adornos y bobaditas. No hay torero soso con la muleta en la mano izquierda, y la de Armillita es la mejor mano izquierda que tiene hoy el toreo… Hacía mucho tiempo que yo no veía estar muy bien en los dos toros. Si es difícil coger dos toros buenos, tampoco es fácil ver a un torero que haga el esfuerzo en los dos… Esta tarde me ha recordado Armillita a Joselito… Le salió a Armillita un toro bravo de Domecq. Pero no fácil, desbordante de casta, que se crecía durante la faena y necesitaba un torero… había que saberlo torear y había que exponerle…
Armillita lo banderilleó muy bien, lo toreó al natural y el toro se volvía con un celo admirable. Tanto que había que torearle muy quieto, como lo toreó Armillita. A mí, por bravo, es, de los dos de Fermín, el que más me ha entusiasmado… Con el otro, que era de una bravura más pastueña, menos peligrosa, Armillita hizo exactamente lo mismo, y acaso hasta mejorado. Toreó otra vez con la izquierda, había banderilleado también, y en los pases con la derecha le separaba del toro el grueso de un alamar. Hizo una cosa que a mí no me gusta porque, o es nada o es peligrosísima. Dio un molinete con las dos rodillas en tierra, y sabiendo ya que, al revolverse, el toro le podía dar un derrote al tiempo de levantarse, echó la muleta por alto, con lo que desvió el derrote. Detalle de torero que no pierde la serenidad ni en lo que parecen locuras… Le dieron las orejas y el rabo, y tuvo el detalle de buen gusto de no permitir que le cortaran al toro la pata". (ABC, 22 de agosto de 1935).
A Vicente Barrera le notó Corrochano "con visible desgana"; de Domingo Ortega señala que “tuvo el peor lote… ¿Estuvo mal? No, no estuvo mal. Pero no estuvo en Ortega". Y se extiende elogiando a los toros: "Domecq ha mandado una gran corrida. La casta de Veragua vuelve a donde estuvo, a la cabeza de la ganadería española… por primera vez venía a Bilbao. ¡Para muchos años hay toros de Domecq en Bilbao! Los toros segundo y quinto fueron extraordinarios ("Mocito" y "Arrempuja", los dos de Fermín). Para el ganadero, aún mejor el segundo, con una casta que hace muchos años yo no recuerdo en Veragua.
Porque empezó a crecer, a ir siempre a más, a sacar cada vez más casta, y si no da con un torero como Armillita, no sé hasta dónde hubiera llegado ese toro… El mayoral de Domecq dio la vuelta al ruedo con Armillita en el quinto toro". (Íbid).
Bilbao, su plaza
Fermín Espinosa fue, en 1935, el líder del escalafón europeo en corridas toreadas (65). Para pararlo, los toreros españoles tuvieron que forzar al año siguiente "el boicot del miedo", que echó de España a todos los mexicanos. Es bien sabido que, a lo largo de su carrera, Fermín triunfó en todos los cosos de la península, chicos y grandes. Pero siempre recordaría a Bilbao con especial cariño. Fue su feria la que lo rescató, luego de un primer asomo de boicot, en 1932, cuando llegó con una fecha firmada y toreó cuatro corridas –el toro de Bilbao enfermó ese año a varios de los diestros anunciados– y arrolló en las cuatro.
En total, actuó en siete ferias bilbaínas, con 29 paseíllos e incontables apéndices cortados. Pero de todas esas tardes, quizá en ninguna fue tan rotunda su superioridad sobre los toros y toreros "de antes de la guerra" como en ésta del miércoles 21 agosto de 1935, con "Mocito" y "Arrempuja", los dos bravísimos toros que Juan Pedro Domecq incluyó en el encierro de la presentación de su divisa en las Corridas Generales.