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La tauromaquia en la posmodernidad (I)

Viernes, 21 Ago 2020    CDMX    Mary Carmen Chávez Rivadeneyra | Foto: Archivo   
"...En medio de este desenfreno de la vida, existen reliquias..."
Mary Carmen Chávez Rivadeneyra nos ha compartido un interesante texto en el que ahonda en las raíces históricas y culturales de la tauromaquia, pero desde la perspectiva de la sociología, teniendo como fundamento la teoría de Zygmunt Bauman, que publicaremos en cuatro partes desde hoy hasta el viernes 11 de septiembre.

Aquí está su valiosa colaboración de esta gran aficionada a los toros y socióloga, autora del libro para niños "Mi capote de paseo":

Hablar de sociología y tauromaquia ha sido un maridaje perfecto para tratar de entender un poco el complejo universo que existe en las plazas y lo que gravita fuera de ellas.

Las aportaciones de múltiples analistas sociales, siempre han sido un soporte teórico y metodológico, en los que podría haberme ubicado para esta ocasión, citando a los pilares de la sociología, de cuyas teorías uno siempre toma recursos, como el positivista Emilie Durkheim, Max Weber, o el estructuralista Anthony Giddens y su mirada holística, puesta en las sociedades modernas, incluso, Marschall Berman, Guilles Lipovetsky, pero sorteé al polaco Zygmundt Bauman, como máximo representante de la posmodernidad.

Es un tema que intenta explicar la vigencia del toreo tomando en cuenta los conceptos del autor en algunas de sus obras, para analizar brevemente la permanencia de las corridas de toros en la posmodernidad, un concepto que Bauman logró definir, justo en el marco histórico que hoy en día nos coloca como sociedad.

I.- Una brisa histórica

Es importante recapitular un poco el toreo que sustenta el momento, desde la prehistoria y la mitología griega, el desafiante episodio del laberinto de Creta, la interacción constante en diferentes civilizaciones, entre los etruscos, tartesios, romanos, godos, árabes, celtas, cartagineses, que conservan la esencia arqueológica del toro primigenio y su paso por el mediterráneo, geografías en donde las sociedades embelesadas por el toro le dieron un lugar privilegiado, con todos sus simbolismos, desde su cornamenta, como sinónimo de vida eterna al cuarto creciente, la fertilidad y la abundancia para la agricultura, además de todas sus capacidades únicas en genética, bravura, etología y raza.

Siglos han pasado, el toro y el hombre siguen siendo un binomio indisoluble, es imposible no citar los procesos que nos llevan a pensar en la estructura del toreo, desde aquel retador correr de los toros, los juegos de cañas y alcancías del siglo XVI, el toreo de entrenamiento bélico ejecutado en corcel, aquel alanceo que practicaba la nobleza y los inicios del toreo a pie, en el siglo XVIII, lo que determinó un quebranto para la alcurnia, una nueva forma de torear, siendo un esparcimiento para los pueblos, quienes siempre han tenido un halo de algarabía, celebración y fiesta, sumergidos en una compleja estratificación social.

De este cúmulo de hechos, surgió el primer historicismo taurómaco, al estrechar la naturaleza a través de la vida del toro en el campo y llevarlo a las plazas para lidiarlo, situación que integró un proceso incesante, que no pudo quedarse en silencio y rompió como un quejío al viento, al evocar expresiones de ¡Alá!, que al llegar al olé, no faltó más que un giro en la arena.

La frecuencia de los encuentros sociales de nobles y plebeyos, unida a la popularidad de los festejos se hizo volátil, de las plazas públicas o de mampostería, se comenzaron a edificar los cosos, esos recintos espirituales con majestuosas arquitecturas, un baluarte místico que quizá, en aquellas sociedades, nunca imaginaron su lejano futuro, siendo el único escenario que lleva a cabo un ritual de sacrificio que prevalece vivo hasta este siglo XXI.

¿Quién hubiera pensado que con el tiempo, el toro y el hombre habrían de unir su sangre en prolongado romance de erotismo y muerte con luminoso diamante de  pitón y afiladas espadas?

Me podría seguir extendiendo en una cascada de acontecimientos, para situar los procesos. Claro está, que la grandeza del toreo, sigue siendo tan larga que parece no descontinuarse nunca y se resiste a fenecer llegada a la posmodernidad, para ese encuentro, retomo  los conceptos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que son un eje de partida, al haber descrito esta época como los "Tiempos Líquidos". La era de la incertidumbre.

Sin duda un nuevo paradigma que describe un amplio fenómeno indicativo, en acertadas descripciones volcadas a este tiempo posmoderno, en que todo es vulnerable a los abruptos cambios, a lo efímero, esa intensa vorágine que nos atrapa en hechos que van desde la formación individualista, que priva muchas veces la acción colectiva, y lo que impacta en la insensibilidad ante los imparables fenómenos inmersos en la pluralidad social; la posmodernidad vive en conflicto, además de su propio conflicto, por ello la violencia desmedida, la xenofobia, y mixofobia, (miedo a la mezcla) la indiferencia deshumanizada en múltiples aspectos; sin dejar a un lado lo que ahora es tan fácil hacer, excluir, romper estructuras pero a la inversa, crear otras plataformas, como redes sociales masivas, que sustituyen el contacto personal y hacen una forma de comunicación que quizá jamás imaginamos.

Son tiempos de  desecharlo todo, cuando digo todo, es desde los objetos, hasta las relaciones humanas, en la epidérmica interacción social que ahora impera, en medio de este estado de vida cotidiana que nos ha llevado a un cierto vacío; el inmediato contacto cibernético hace que no se entrecrucen miradas, ahora se profundiza en la pantalla o "corazón" de un teléfono móvil, porque todo puede ser virtual, desde la búsqueda de vínculos afectivos, hasta los juegos de los niños.

En medio de este desenfreno de la vida, existen reliquias culturales, entre ellas, nuestra tauromaquia, bordada en hilos de oro viejo y fina camaraña, que nutre a cientos de espíritus, mientras otros, son insensibles a su esplendor por lo tanto, también quieren eliminarla, pasando por alto la libertad de elegir, inquieta porque de cierto modo también la fiesta vive “una era de la incertidumbre".

Las sociedades también se soslayan y etiquetan, entre ello, se ha restado importancia a las formalidades, los protocolos,  ¿en dónde han quedado los rituales, el saludo, la cordialidad, el respeto, las ceremonias, la solidaridad? Estos valores, se encuentran en el ruedo de la plaza, es un espacio de complicidad y cohesión, ya que las sociedades posmodernas poco integran, y sí desintegran, son excluyentes, intolerantes entre grupos herméticos al enfrentarse a la enorme diversidad cultural que existe, por lo mismo, se diluye todo, hasta el tiempo, ese verdugo mental que nos lleva al delirio, al que Salvador Dalí, prefirió derramarlo en su obra titulada “relojes blandos”, un tiempo fatigado de su propio latido. 
Cabe recordar que los teóricos dividieron la posmodernidad para su análisis en tres partes:

1. Como período histórico.

2. Como parte de la filosofía de pensamiento.

3. Como movimiento artístico.

En las cuales, la tauromaquia ha viajado como en una larga cordobesa transitando en toda la historia, lo que le permite situarse en los países en donde permanece y tiene un profundo arraigo.

En aspectos filosóficos, interesó a pensadores de la talla de José Ortega y Gasset, hasta el mayor ejemplo contemporáneo que conocemos, la obra de Francis Wolf: "Filosofía de las corridas de toros" o el mismo filme: "Un filósofo en la arena".

También la tesis de maestría titulada: "Filosofía y Sacrificio: una exploración en torno al sacrificio taurómaco", Natalia Radetich Filinich. UNAM, 2009 
Discursos del filósofo español Gustavo Bueno y Fernando Savater, por citar algunos autores, con este perfil de análisis.

En cuanto a ser y pertenecer la tauromaquia a un movimiento artístico reitero que su eje principal el toro, ha sido representado por ser un símbolo indiscutible que existe desde los orígenes de la creación del mismo arte, vinculado a prácticas rituales, y tradiciones, incluso hasta de magia totémica en ceremonias de antiguas sociedades, por lo mismo, ha sido un acto espiritual; conjuga no solo una etapa y periodización, más bien es una extensa conjunción histórica la que le da sitio relevante. Sin duda, se hizo universal a través de la plástica y otras múltiples expresiones.

La temática de la corrida, no solo se da de manera endógena en su propio ambiente, también de forma exógena mostrándola al mundo como parte de una cultura que identifica a los protagonistas que la representan, y comunica a los aficionados que forman nexos de complicidad, llegando a ser un tema de todos los tiempos, quizá en este sentido ha brincado las barreras en el estricto término de la “tendencia temporal”, que llevan los artistas en un determinado tiempo y espacio, para nombrarlo un “movimiento artístico”, es algo más que eso, es un vestigio perpetuo, un legado generacional, un signo importante, persistente, también sostenible y sustentable en la posmodernidad.

El mismo toro de lidia, ha trasmutado por siglos, como especie animal y evolutiva; Cada cultura lo toma como símbolo de caracteres especiales, dignos de ceremonias paganas y cristianas, finalmente, reitero es un tótem sagrado. 
A la tauromaquia la han recreado artistas con diferentes técnicas, inspirados en una concepción simbólica, desde piedras calizas, grutas y cuevas, pintado con arcillas y colores vegetales, que la arqueología rescató, valiosos conjuntos escultóricos como los ejemplares de Guisando, que datan de los siglos III y IV a.C. en Ávila, España. Después se usaron otros elementos y técnicas mixtas, maderos, mármol, óleos, bronce, etcétera.

Otros ejemplos, son las representaciones religiosas de los evangelistas con los tetramorfos, representación iconográfica, del antiguo oriente, en ella se encuentra los seres alados con forma de animales para describir a San Marcos junto a un león, San Mateo representado con el hombre. San Juan, es el águila, por su elevación espiritual, y San Lucas representado con el toro.

El toro es un arquetipo, ha detenido la mirada de los críticos de arte y lo coloca en un lugar sin precedentes; pero también está el taurófilo en el tendido, siendo receptor de lo que profundiza la faena y lo hace perpetuo en la memoria, esa que incluso es espiritual.

La fiesta taurina, soberana y maga de azares, se enfrenta a la posmodernidad, por ser un arte; claro está, mientras el torero más allá de la técnica, es un artista junto al toro de lidia como eje indispensable, en esa escena provocadora de doble filo entre el eros y thanatos, una intensa composición de romance con un sutil velo de necrofilia, en que la piel del toro roza la seda bordada del terno impecable y se llenan de sangre, de duda, el vaho del toro es un incienso que lleva aroma a misterios y el aliento del torero una inhalación de miedo llena de voluntad, que juntan taquicardias a un solo ritmo, en un palmo de terreno.

Con el tiempo el toro y el hombre ha sido parte de una evolución, pero también de una relación, la que es perenne; va llena de propuestas en los vuelos de un capote, en el recorrido de un belfo de una muleta, entre lazos que interactúan entre sí, comunica en un amplísima propuesta que sigue dando obras extraordinarias dentro de todas las bellas artes; es como una resonancia del eco de la voz rajada del cante flamenco y el jondo marcaje de una soleá, que cala, que filtra la luz y toca el despertar de un sentimiento... (Continuará el próximo viernes).


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