Estamos ante un hecho insólito, pues no ha vuelto a ocurrir que un mozo de 19 años se encierre con una corrida entera, con la plaza de Madrid llena hasta el tejado. No lo movía el deseo de llamar la atención o reclamar contratos, que ambas cosas las tenía ya de sobra, sino la mera constatación de una supremacía que ya pocos ponían en duda. En apenas año y medio de matador, José Gómez Ortega "Gallito" había cumplido su promesa de retirar a Ricardo Torres "Bombita" –gran opositor de su hermano Rafael–, y protagonizado un meteórico ascenso hasta la cima del toreo.
Así, de manera casi natural, se urdió la idea de la encerrona, mitad iniciativa de la empresa
madrileña y mitad sugerencia directa de Gallito –en lo sucesivo Joselito–, decidido a
reescribir de su puño y letra –con capote, banderillas, muleta y estoque– la historia de la Fiesta de toros, a la que desde niño dedicó por entero vida y afanes.
José fue el hijo menor de Fernando Gómez "El Gallo", un torero de la cuerda del arte que
habría resonado más de no coincidir en el tiempo con Rafael Molina "Lagartijo", primero,
y Rafael Guerra "Guerrita" más tarde, los dos colosos cordobeses que cerraron con gloria
la tauromaquia del XIX. Fernando "El Gallo" crió tres hijos toreros, de los que el segundo
Fernando, perjudicado por su obesidad, se quedó en subalterno y principal receptor de las
teorías paternas sobre el toreo de capa, que tuvo en el viejo Gallo un brillante innovador
–a él se debe la invención del cambio de rodillas–. Casado con una bailaora de tronío –la
Señá Gabriela Ortega–, alguno de sus vástagos tenía que heredar la vena gitana de la
madre y ése fue Rafael, el primogénito, prematuramente calvo, famoso lo mismo por sus
espantadas que por su alado estilo, pletórico de sal andaluza y giros inesperados.
Rafael "El Gallo" le daría la alternativa a su hermano chico en la Maestranza de Sevilla el 28 de
septiembre de 1912, cuando Joselito contaba apenas 16 años, cuatro meses y 20 días, pues había nacido en Gelves el 8 de mayo de 1895. Desbordante de toreo pero también de ambición, este prodigio adolescente no tardaría en convertirse en amo absoluto del tinglado, arrebatado por las empresas y mimado por los ganaderos punteros, que tras abrirle las puertas de sus fincas y cerrados acabaron sometidos a su arbitrio, orientado a la obtención de un toro hecho más para la fijeza y el arte que para la pelea sin cuartel que había sido hasta entonces la corrida. Juan Belmonte, el verdadero precursor de la nueva escuela, parco e irónico, prefirió acogerse a los buenos oficios y la capacidad negociadora de su amigo José, con el que iba a cubrir seis de las siete temporadas –entre 1914 y la primavera de 1920– que pasarían a la historia como la edad de oro de la Fiesta española.
La elección del ganado
Concertada la encerrona madrileña para el viernes 3 de julio de 1914, José se dispuso a
seleccionar personalmente un encierro a su entera satisfacción y gusto. Pocos días antes de la fecha señalada condujo su Hispano-Suizo por la sierra de Madrid hasta la ganadería de Vicente Martínez, para escoger los más apropiados del hato que el acreditado criador de Colmenar Viejo le había apartado para la ocasión.
Los toros
de la tierra tenían fama de duros, pero Gallito no había dejado de advertir un interesante cambio en su estilo hacia una mayor suavidad y fijeza, inducidas por un nuevo semental, el célebre "Diano", de Ibarra. De modo que, priorizando las buenas hechuras y la nota de tienta, eligió José un encierro poco aparatoso pero tan fino que pasó sin problemas la temible aduana de los veterinarios madrileños. Por orden de lidia irían apareciendo los llamados "Comedido", "Descarado", "Barrabás", "Coralino", "Nevadito", "Presumido" y "Mulato", cuatro zainos y dos berrendos en negro. Formaban un lote precioso, muy parejo –promediaron unos 480 kilos en pie y que, sin ninguno especialmente destacado, le permitió desplegar a Gallito sus amplios talentos, recursos y capacidades.
La plaza estaba llena y el boletaje agotado cuando los clarines convocaron al orgulloso y
juvenil espada sevillano, enfundado en un terno celeste y oro; lo escoltó en el paseíllo el
sobresaliente Remigio Frutos "Algeteño" –sobrino de Saturnino Frutos "Ojitos", el mentor de Rodolfo Gaona–, seguidos por los subalternos de a pie y de a caballo.
Cuadrillas
Independientemente de lo numeroso del séquito que partió plaza esa tarde, José prácticamente limitó como ayudas en la lidia a sus peones y picadores habituales; todo mundo conocía las cualidades para la brega y el tercio de banderillas de El Cuco y El Almendro –ambos de nombre Enrique Ortega y parientes de los Gómez Ortega–, y sabía de la formidable técnica capotera de Enrique Belenguer "Blanquet", en quien Gallito depositaba tanta confianza que, al sexto de la tarde, decidió lidiarlo con solamente este excelso peón valenciano en el ruedo: una especie de homenaje al citado Blanquet a quien, tras prender él mismo dos colosales pares de banderillas, invitó a colocar el tercero.
Y no desmerecían Rafael Saco "Cantimplas" y Francisco González "Chiquilín", cordobeses. Los hombres de a caballo estaban igual de compenetrados con su maestro. La plantilla titular la constituían Manuel Aguilar "Carriles", Juan Pinto y Antonio Chaves "Camero", que militaba en las filas del mexicano Gaona cuando José lo llamó un día para convencerlo, dicen, con éstas o parecidas palabras: "Antonio, deja al indio ése y vente conmigo, que no vas a tener mejor patrón que mi menda en toda tu vida".
Por cierto, un incidente afeó la participación del piquero de Camas –que tenía el brazo particularmente pesado–, cuando se le fue la garrocha muy abajo y casi mata al segundo toro del puyazo, provocando una bronca tan fuerte que Joselito, en castigo, le prohibió salir al ruedo en los turnos siguientes. Pero cuando iba a lidiarse el sobrero, que José solicitó en un alarde encaminado a redondear su apoteosis, volvió a llamarlo –en ese entonces los picadores esperaban en la arena la salida de los astados–, y para darle oportunidad de reivindicarse ordenó que solamente él picara al correoso sobrero de Martínez. Camero se portó a la altura y al abandonar el ruedo tuvo que saludar las aclamaciones con el castoreño en alto.
Una tarde consagratoria
La encerrona gallista cumplió plenamente su función de jubileo del torero que el alambicado José de la Loma "Don Modesto" iba a coronar nuevo Papa –el anterior fue Ricardo Torres "Bombita" –en su crónica de El Imparcial. ¿Cómo era el toreo de Joselito? ¿Qué y cuántas maravillas lo constituían? En una época en que el primer tercio era el más largo y movido de la lidia –con sus caballos despanzurrados y la consiguiente abundancia de intervenciones de diestros y cuadrillas--, la crítica le contó, a lo largo de la tarde, 159 lances de capa, repartidos entre los de recibo, la brega y 26 variados quites –casi cuatro por toro–, nueve asombrosos pares de banderillas y solamente 83 muletazos, así como cinco pinchazos, seis estocadas y un golpe de descabello.
Esta enumeración no es ociosa. Revela con exactitud lo que eran aquellas corridas del cambio de siglo, centradas en laboriosos primeros tercios que, en medio de su dureza, los toreros procuraban animar con exuberancia de quites y ampulosos remates, en lo que Gallito fue un as. Torero completísimo, era también un rehiletero formidable, que solamente cedía ante la templada elegancia de Gaona, ya que José, infalible en medir terrenos y embestidas y colocar los rehiletes en lo alto, hacía todo esto con cierto apresuramiento.
También con la muleta, urgido en dominar a los toros con pocos pases, castigando mucho y yendo siempre hacia adelante, para evidenciar cuanto antes su superioridad desplantándose en la propia cara de las sometidas reses, ya tocándoles los pitones o la oreja e incluso la jeta, que a los más aplomados solía enjugarle con el pañuelo que extraían tranquilamente de la casaquilla. Faenas, en suma, de neto dominio, cuya brevedad se consideraba prenda de poderío. Con el tiempo, iría alargándolas y llegó a invadir los territorios del arte, producto de su frecuente contacto con Juan Belmonte –verdadero mensajero del futuro–; pero esa no fue aún la tónica aquella tarde crucial del 3 de julio de 1914, en la que de todos modos se justificó como el prodigio de la época y les cortó una oreja a "Coralino" y "Presumido", cuarto y sexto de la memorable corrida.
A la muerte del complicado séptimo, el gentío invadió el ruedo, rodeo al héroe y llevándolo en peso, protagonizó con él un conato de salida en hombros, que tampoco se usaban tal como ahora las conocemos. Palmarés y vanguardia. En la madrileña plaza de la carretera de Aragón José Gómez Ortega totalizó, en las siete temporadas que duró su magistratura –trágicamente rota por "Bailaor"–, 81 paseíllos, de los cuales éste del 3 de julio de 1914 era el número 24.
Y cortó 19 orejas, cifra entonces desusada. Sin poseer la fuerza innovadora de Belmonte, marcó una diferencia clara con las figuras que le antecedieron no solamente por su clarividencia
lidiadora y el poder demoledor de su muleta, sino porque su porte novedosamente jovial,
esbelto y ágil rompía con la robustez más bien adusta de la gente del XIX –en el ruedo, los
únicos antecedentes habían sido los juncales Antonio Fuentes y Rodolfo Gaona, y el
sonriente Ricardo Torres "Bombita"–, y anunciaba la entrada a un mundo nuevo y distinto. Y al auténtico siglo de oro de la tauromaquia.