Entre los saberes con que contaba aquella pequeña comunidad de la tauromaquia mexicana, al comenzar el siglo XIX, estaba el conocimiento que tendrían en actividades rurales, lo cual debe haber permitido un acceso natural a espectáculos urbanos, creando con ello un desempeño impecable en suertes, lo mismo a pie que a caballo.
Estas deben haberse configurado con el toque de riesgo, habilidad, espontaneidad y demás posibilidades para estimular la capacidad de asombro entre los asistentes a los innumerables festejos que se presentaron en plazas como Chapultepec, San Antonio Abad, Santa Isabel, Santiago Tlatelolco, San Sebastián, Jamaica, la de los Pelos, Lagunilla, Tarasquillo, Don Toribio, Villamil, San Pablo, el Volador, Necatitlán, la del Boliche, de la Alameda o la Plaza Nacional.
Es de lamentar que la escasa prensa de la época sólo permitiera pequeñas inserciones de algunas corridas, como lo es también la inexistente literatura, y los carteles, así como la iconografía, de ahí que esos años queden en una tremenda oscuridad. No hay tampoco entre los viajeros extranjeros de aquella época una cita, una referencia, por lo tanto: ¿qué estaba pasando en el toreo?
Con la presencia de hasta 17 plazas de toros en la ciudad de México, es de esperarse una actividad permanente, contando para ello con diversos pretextos para celebrar, contratar toreros, adquirir ganados. Es decir, todo estaba garantizado.
Durante el último tercio del siglo XVIII, la figura central era Tomás Venegas "El Gachupín toreador", dejando una estela que otros debieron seguir. Así que con esa referencia, debió haber suficiente motivo para encontrar continuidad, pero el camino se oscurece y no encontramos nada en especial. ¿Qué pasaba entonces?
Ni la Pragmática-Sanción de Carlos IV que impedía la celebración de festejos taurinos en España y sus colonias (1804), ni la presencia del virrey Félix Berenguer de Marquina (1800-1803), antitaurino declarado (los que siguieron hasta 1823 con el Trienio liberal, cuyo último jefe político superior fue Francisco Lemaur de la Miraire, ninguno de ellos dio muestras de rechazo), fueron razón suficiente para que de este lado del mundo dejaran de darse festejos. En todo caso, la frecuencia con que se desarrollaron, una posible monotonía en su contenido, la no presencia de figuras notables, y solo representada en aquellos héroes anónimos apunta a ser la respuesta.
Extraña que la literatura tampoco se ocupe del asunto. Tuvo que aparecer en escena José Joaquín Fernández de Lizardi y poco tiempo después Carlos María de Bustamante para ser los encargados de un sistemático rechazo, inflamado todavía por las ideas ilustradas que imperaban y donde al menos tres impresos daban razón a estos célebres autores.
Me refiero en principio a la Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla (de la que me ocuparé más adelante), Pan y Toros, El mexicano, enemigo del abuso más seductor y Oprobio de la humanidad y de nuestra ilustración. Epístola a un amigo, esta salida de la Oficina de María Betancourt en 1821. Se trataba de una obra en verso que desaprobaba las corridas de toros por ser un espectáculo que corrompía las buenas costumbres, desataba las más bajas pasiones y enajenaba a la sociedad, así sin más.
La vida cotidiana no pudo quedar reducida a la nada, fueron años en que poco a poco se incentivó el anhelo largamente acariciado de libertad siendo esta suficiente razón para que la sociedad se mostrara inquieta, relajada.
Sin embargo, tenemos que acercarnos más, para conocer que ciertas prácticas, como las ocurridas en el teatro, daban señas muy claras de decadencia, de un repetir las obras con repartos que cada vez se desmantelaban más porque no tenían auténticos actores en escena, sino improvisados, sumando a ello las constantes protestas de los asistentes por tan señaladas deficiencias (a pesar de que el catálogo de obras representadas era amplio y de que los empresarios buscaban nuevas versiones; querían actualizarse), así como por una pesada reglamentación. Y esto es resultado del férreo control habido para con esa diversión. Pues algo parecido sucedía entonces en los toros.
El afrancesamiento de que se impregnó el siglo de las luces fue extremo, hasta en el arte. La riqueza y abundancia del barroco de las iglesias quedó aniquilado para que se impusiera la austeridad del neoclásico.
La capacidad económica de la Nueva España apoyaba al reino español que enfrentaba diversos conflictos militares con el envío de las extracciones que, en oro y plata salían de las diversas minas de este territorio, de ahí que se respaldara el sistema hacendario. Había pasado ya el triste episodio de la expulsión de los jesuitas en 1767 y a esto se sumó la enajenación de los bienes de la iglesia entre otros incentivos en algo que podría pensarse como el tránsito de un periodo estable.
Si esto generó elementos activos o reactivos en la sociedad, la respuesta puede apreciarse en la mala, pésima calidad de los espectáculos, lo que con toda seguridad, representaba el abandono de sus seguidores y tal comportamiento se dio más en el espacio urbano, lo que por nada impedía el desarrollo espontáneo y natural que seguía registrando el rural.
Con la debilidad política y militar que iba mostrando España, cada vez era menos posible seguirla considerando como enlace o asidero, y en todo caso era, al comenzar el siglo XIX, momento propicio para que aquel relajamiento de las costumbres y las ideas, se materializara en alguna revuelta donde su principal elemento, el pueblo –y este concepto representado en diversas escalas como la de las castas–, fuese el principal polvorín de la causa.
No olvidemos tampoco que ante toda esta vigilancia y administración, reforzada por una ya decadente Inquisición, esto generó desinterés entre los principales seguidores de aquellos espectáculos. Tampoco, y por lo menos entre 1805 y 1809 se tiene registro alguno de festejo en la capital del virreinato.
Y claro, cuando ya era manifiesto que el pueblo hiciera suyo el espectáculo, la nueva expresión del toreo de a pie aún no se encontraba delineada en los términos como hoy día se practican, con lo que se agrega otro ingrediente a la larga lista en aquellos tiempos.
Sobre la Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla (1785).
Para entender este manuscrito, es necesario remitirse a un primer escenario sobre el férreo control que impuso la iglesia, y esto a partir de lo en 1645 ya señalaba el obispo Palafox de Mendoza:
"Las comedias son la peste de la república, el fuego de la virtud, el cebo de la sensualidad, el tribunal del demonio, el consistorio del vicio, el seminario de los pecados más escandalosos (…) ¿Qué cosa hay allí que sea de piedad y religión? ¡Ver hombres enamorando, mujeres engañadas, perversos aconsejando y disponiendo pecados!"
Ciento cuarenta años después, Poderoso y Tejocote que son los personajes en dicha obra, recuerdan que esta fue dedicada a la erección del Hospicio de Pobres en Puebla en 1784. Ya entrados en diálogo, se acercan a platicar sobre toros y lo que plantean es un ambiente de tensión que seguía imponiendo no solo la iglesia, o los decretos y otras órdenes por parte de la corona, sino el estado de temor que seguía imponiendo la Inquisición, aparato represor activo, listo a intervenir en detenciones ante cualquier caso que incrementaba la lista de delatados.
Frente a una situación así, es claro que el pueblo tenía que responder en forma absolutamente relajada lo que rompe poco a poco con aquel "prohibido prohibir" impuesto a raja tabla, pero el daño estaba hecho, como ya se dijo.
Los personajes argumentan con muy buenas referencias cómo una bula papal De salute gregis dominici expedida por S. Pío V ordenaba la ex comunión. Habiendo sido atenuada, entonces el cargo impuesto era homicidio voluntario. Decretos, medidas, edictos y otros instrumentos emitidos por la corona y respaldados tajantemente por los virreyes se impusieron también.
La medida más notoria –de 1805 a 1809– se sumó al estado de cosas. Un año más tarde, estalla el movimiento independiente y se mantiene, en forma intermitente hasta 1821. Lo anterior no daba muchas condiciones para celebrar festejos tan notorios, de acuerdo a lo que la costumbre iba estableciendo. Fue necesaria la estabilización para recuperar el paso, situación que habría de alcanzarse entrada ya la tercera década del XIX.
Funcionaban por entonces la plaza Nacional de Toros, Necatitlán, la del Boliche y la Alameda. Toros, habría habido una buena cantidad disponible, proveniente de diversas unidades de producción agrícola y ganadera, como fue el caso de Atenco, por ejemplo.
Veamos finalmente la dinámica de esta hacienda ganadera y algunas más, que enviaron toros a la capital y otras provincias.
1824: Plaza Nacional de Toros.-Los toros que se lidiarán (en el curso de febrero, son) de la conocida y distinguida raza de Atengo (Atenco). México, 25 de enero de 1824.
Cartel: PLAZA NACIONAL DE TOROS. Domingo 15 de agosto de 1824 (SI EL TIEMPO LO PERMITE). La empresa, deseando tomar parte en los justos regocijos por los felices acontecimientos de Guadalajara, no menos que en la debida celebridad del EXMO. Sr. D. NICOLÁS BRAVO, a cuya política y acierto se han debido, determina en la tarde de este día una sobresaliente corrida, en la que se lidiarán ocho escogidos toros de la acreditada raza de Atenco, incluso el embolado, con que dará fin.
Carlos María de Bustamante: Diario Histórico de México. 1822-1848. 9 de mayo de 1825
"(Horrible calor) Esta mañana, a las tres, se anunció por la campana mayor de Catedral el horrible fuego que apareció en la plaza de Toros, que la ha reducido a pavezas;
Martes 10 de mayo de 1825. (Verano hermosísimo) Mucho da qué decir y pensar el incendio de la plaza de Toros (la de San Pablo) donde el empresario “tenía contratada una gruesa partida de toros para lidiar al precio de 50 pesos al administrador de Santiago Calimaya, de los famosos toros de Atengo".
1826: PLAZA DE TOROS EN TENANCINGO, MÉX. Nos dice EL SOL, D.F., del 20 de diciembre:
En el pueblo de Tenancingo se van a lidiar en la próxima pascua tres corridas de toros superiores de Atengo (Atenco), en plaza formal y por toreros bien inteligentes; asimismo treinta tapados de treinta pesos con sus mochilleres (sic) de a cincuenta: la que se noticia a las personas que gusten ir a divertirse.
1827: Carlos María de Bustamante: Diario Histórico de México. 1822-1848. Octubre de 1827:
"Señores editores: Habiendo pasado la estación de las aguas, ha vuelto a comenzar la diversión de toros en Necatitlán. En los dos días últimos se ha lidiado excelente ganado que entiendo es de la hacienda de la Cañada, cuya raza según he visto no excede en belleza, agilidad y bravura a la de Atenco. Sería bueno que los empresarios anunciaran siempre al público de donde son los toros que le van a presentar, y consultando a sus intereses se les recomienda que no den ganado más que de Atenco o la Cañada y no compren por una economía mal entendida de aquellos partideños que solían echar a la plaza el año pasado".
Es de ustedes afectísimo servidor. L. M.
"1829: Atenco fue considerada abiertamente la “Hacienda Principal” a partir de 1829. Tuvo como anexas las haciendas de San Antonio, Zazacuala, Tepemajalco, San Agustín, Santiaguito, Cuautenango, San Joaquín así como la vaquería de Santa María y los ranchos de San José, Los Molinos y Santa María. Antes, cada hacienda tenía un administrador; desde ese año habría un sólo administrador para todas y, a lo largo del siglo XIX, diferentes individuos ocuparon ese puesto".
También desde 1829 "La Principal" se dedicó únicamente a la ganadería, que desarrollaba en los siguientes potreros: Bolsa de las Trancas, Bolsa de Agua Blanca, Puentecillas, Salitre, Tomate, Tiradero, Tejocote, Tulito, San Gaspar y La Loma. Las demás haciendas sólo tenían los animales necesarios para la labranza y para el transporte de los productos.
1830: Sr. Coronel D. Antonio de Ycaza. Atenco, octubre 26/830 (Documento manuscrito):
"(...) En cuanto á que ha parecido al muy corto el número de Becerraje, herrado en los días 11 y 12 del corriente, que fueron 258 cabezas, solo diré a V. que estas son las que hay, escepto diez cabezas que por estar demasiadamente flacas sin herrarse, y si se lograre que se reformen, se herraran y de ello daré a V. parte, pues de los que se recibieron como estaban las vacas picadas de enfermedad murieron algunas de ellas y de consiguiente las crías, y a más de estas otras que en razón de lo expuesto perecieron”.
1833: PLAZA DE TOROS DE LA ALAMEDA. La próxima Pascua (7 de abril) comenzará sin variación alguna la nueva temporada de toros para la que se ha recibido una remesa de las haciendas de Sajay, La Cueva y los Molinos, a toda prueba buena, escogida y que difícilmente se mejora. Las diversiones dispuestas para dicha Pascua en las tres corridas de once que habrá, podrán verse en el cartel y anuncios de estilo que se fijarán el sábado". (El Telégrafo, Nº 86 del sábado 6 de abril de 1833).
Mencionados los toros de …los Molinos, esta referencia no puede ser más que para aquellos toros venidos de una de las fracciones o estancias de la hacienda de Atenco, denominada Molinos de los Caballeros, ubicada actualmente en el Municipio de Epitacio Huerta (en el Estado de Michoacán de Ocampo),
"Domingo de Pascua, 7 de abril de 1833. (Mucho calor) Esta tarde se ha estrenado una magnífica plaza de toros en el barrio de San Pablo, construida de cuenta del coronel (Manuel de la) Barrera en el mismo lugar donde estaba la que se quemó el día que por desgracia llegó a Veracruz Mr. Poinsett. La concurrencia ha sido numerosísima y brillante con asistencia del vicepresidente Gómez Farías y el Ayuntamiento, pues dizque se hizo la función en celebridad de la instalación del Congreso y no en aumento y utilidad del bolsillo de Barrera.
Excelentes caballos de los picadores, buenos arneses, pero mal ganado, sin embargo fueron despanzurrados dos caballos. También hubo toros en la plaza de Necatitlán y en la Alameda, he aquí una ciudad torera, que retrograda a la barbarie en vez de marchar a la ilustración gótica en el siglo XIX. El gobierno cree que así aleja las conspiraciones, como creen todos los tiranos cuando le hacen ruido al pueblo para que no piensen sobre su posición".
EL FÉNIX DE LA LIBERTAD, D.F., de abril de 1833: TOROS EN LA PLAZA DE LA ALAMEDA.
Con motivo de haberse esparcido varias especies tan infundadas como equívocas en orden a dicha plaza, atribuyéndolas gratuitamente, ya al gobierno, ya al empresario, se ha juzgado necesario para desengaño del público participarle que la próxima pascua verá comenzar sin variación alguna la nueva temporada de toros, de que se ha recibido una remesa de las haciendas de Sajay, la Cueva y los Molinos, a toda prueba buena y escogida, y que difícilmente se mejora, pudiéndose decir sin temor de errar, que puede competir con la que se le presente, lo que calificará y no podrá desmentir, el juicio imparcial y buen gusto de los inteligentes. Las diversiones dispuestas para dicha pascua en las tres corridas de once que habrá, podrán verse en el cartel y anuncios de estilo que se han fijado.
LA ANTORCHA, D.F., 7 de abril de 1833. TOROS. En la plaza de S. Pablo, en las tardes de estos tres días y en la de Necatitlán, hoy y mañana, de once; y pasado mañana en la tarde.
LA ANTORCHA, D.F., 9 de abril de 1833. TOROS. Esta tarde en las plazas de S. Pablo y Necatitlán.
LA ANTORCHA, D.F., 20 de abril de 1833. TOROS. Mañana en la tarde, en las plazas de S. Pablo, Necatitlán y Alameda.
LA ANTORCHA, D.F., 4 de mayo de 1833. TOROS. En la plaza de la Alameda, de once; y en la de S. Pablo y Necatitlán, por la tarde.
LA ANTORCHA, D.F., 18 de mayo de 1833. TOROS MAÑANA. En la plaza de la Alameda de once, y en la de Necatitlán y S. Pablo en la tarde.
LA ANTORCHA, D.F., 25 de mayo de 1833. TOROS. En las plazas de S. Pablo y Necatitlán, por la tarde; y en la Alameda de once.
OBRAS CONSULTADAS
José Pascal Buxó y Alicia Flores Ramos, UNA DEFENSA NOVOHISPANA DEL TEATRO (Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla). México, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2014. 155 p. (Fuentes para el estudio de la literatura novohispana, 6).
Flora Elena Sánchez Arreola, "La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización". Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 p. Planos, grafcs.
Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/