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La quimera de la eternidad

Sábado, 16 May 2020    Guadalajara, Jal.    Antonio Casanueva | Foto: Baldomero   
"...Octavio Paz explicaba que la muerte ilumina nuestras vidas..."
Hace cien años, el 16 de mayo de 1920, en Talavera de la Reina murió Joselito "El Gallo". En el toreo, hay un antes y un después de esa fecha. Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Gallito, dio muerte a "Bailador", el toro causante de la muerte del llamado "Rey de los Toreros".

Él había organizado una reunión entre Joselito y el crítico Gregorio Corrochano para que mediaran sus diferencias, cuya consecuencia fue esa corrida como un intento para apaciguar al virulento periodista que desde tiempo atrás atacaba mordazmente a su cuñado. La famosa fotografía de Baldomero que ilustra este artículo es desgarradora.

Ahí se observa a Sánchez Mejías inclinado sobre el cadáver de su cuñado, apoya su mano derecha en la cabeza del torero muerto y con la izquierda sujeta su desazón. La imagen es el reflejo de la muerte –la cara de Gallito– y del dolor –la cara de Ignacio–.

Nadie puede permanecer indiferente a la muerte. Menos de un ser querido o de un personaje al que se admira tanto.

A partir de ese día, Sánchez Mejías se convirtió en un torero temerario. Algunos críticos decían que en lo más íntimo de su ser quería morir en un ruedo. Pero también quería vengar a su ídolo y decía que el toro representaba la muerte, así que matar al toro era equivalente a derrotar a la muerte misma.

La consternación del mundo taurino ante la muerte del Rey de los Toreros puede resumirse en el mensaje que Guerrita le envió al hermano de Joselito, Rafael Gómez "El Gallo": 

"Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. ¡Se acabaron los toros!". Juan Belmonte, también impactado, se alejó de los ruedos. Pero el abatimiento de los taurinos por la muerte de Gallito no acabó con la fiesta de los toros. La tauromaquia es más grande que cualquier individuo, incluso que el Rey de los Toreros.

Octavio Paz explicaba que la muerte ilumina nuestras vidas y que cualquier culto a la vida, si es verdaderamente profundo, es también un culto a la muerte. Y categórico afirmaba que una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida.

Los seres humanos somos los únicos animales que vivimos conscientes de nuestra propia muerte. Para Savater, "la realidad de la muerte tiene una doble manifestación: como riesgo permanente y como destino final” (Tauroética, p. 67). Si en algún lugar se cumple esta premisa, como se demostró hace cien años en Talavera de la Reina, es en una corrida de toros. 

Para Mario Vargas Llosa la tauromaquia nos enseñan "para qué, por qué y hasta cuándo estamos aquí; lo perecedera que es la vida y cómo, gracias a que es finita y limitada por la muerte, ella no es una rutina aburrida y catatónica, sino una aventura tan intensa y prodigiosa como fugaz” ("Monólogo del toro (frente a José Tomás)". En Diálogo con Navegante. Espasa, 2013, p.32).

La paradoja de la condición humana es que estamos conscientes de que no se puede separar la vida de la muerte. En el toreo se desafía a la muerte con gracias, elegancia, ritmo y belleza. El artista supera a la muerte y transmite esas emociones a quienes lo observan.

El recuerdo de la muerte de Gallito a cien años de distancia, nos recuerda y reafirma la importancia y la trascendencia de la fiesta de los toros. Porque el arte del toreo, como lo resume Vargas Llosa, permite “presentir la quimera de la eternidad” (Ibídem, p.38.)


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